Otras escenas

Altruismo

No creo en la caridad. Sobretodo en la caridad trasnochada dedicada a entretener ricas y enjoyadas señoras bien. Creo en la sociedad del bienestar. Aspiro a la construcción de una sociedad en la que a partir la colaboración de todos, y de políticas sociales y no sociales eficaces, se erradiquen las diferencias cada día más abismales entre ricos y pobres en nuestro país.

Sí creo en la solidaridad. En la empatía y en el trabajo como motor de generosidad. Creo en el voluntariado en tanto que forma de civismo, aunque nunca como substitutivo de responsabilidades que debieran ser remuneradas.

Les cuento todo esto no porqué pretenda presentarme a nada, de momento no tengo pensado iniciar una carrera política. Me dirijo a ustedes como trabajador del sector cultural, harto de que le inviten a participar o, mejor dicho, que le inviten a buscar quién participar en actos, celebraciones, galas o semanas temáticas dedicadas a esta o aquella misión caritativa, humanitaria o reivindicativa.

La solidaridad nace de uno mismo, lo demás es coacción. Con qué alegría se puede llegar a invitar a ser solidario. Tengo la sensación de que con un artista siempre se puede y que con otras profesiones no tanto. No hablo de la falta o no de responsabilidad social de este o aquel sector, hablo de respeto, sobre todo por un ámbito profesional afectado por unos niveles de precariedad laboral aterradora.

En este sentido, también estoy cansado de apasionados gestores culturales con muchas ganas de crear un proyecto relacionado con la exhibición de espectáculos. Muchas ganas y poco dinero, tan poco que muchas veces da risa. ¿Cómo se puede ser tan frívolo? Lo más indignante del tema, no obstante, es que cada día más artistas aceptan participar en dichos proyectos sin cobrar un solo céntimo.

Tengo la sensación de que para muchos creadores la práctica artística es más o menos como ir al baño: se trata de una necesidad fisiológica. Por eso, haya más o menos dinero para producir, se van a arriesgar siempre. Cuántos batacazos no le habremos pegado a la economía doméstica produciendo obras en las que hemos creído ciegamente… Pero malvenderse o directamente pagar para actuar, eso sí que no. Se sustentan demasiadas programaciones a base de la buena voluntad de creadores que quieren enseñar su trabajo a toda costa. Quién quiere una ley de mecenazgo si nuestras compañías actúan como sponsors de multitud de salas y festivales. En todo caso, tenemos que saber dónde y porqué invertimos, y no dejarnos llevar por oros y moros.

Que la precarización laboral es un enorme elefante en la sala de estar de las artes escénicas es un hecho irrefutable. En nuestras manos está hacernos valer. En esta y otras tantas direcciones. Pongámonos manos a la obra y seamos más corporativistas, cuidémonos. Basta ya de solucionarles la vida a los otros, hay que ser más egoísta.


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