Incendiaria en combustión

Sin aliento en el paisaje

Sin aliento en el corazón del paisaje. Así fue la sensación con la que me quedé en las dos únicas ocasiones en las que he podido asistir al trabajo de Josef Nadj, uno de los coreógrafos más singulares de la escena europea actual. Una fue con «Atem (Le souffle)», la otra con «Paysage inconnu». La primera fue en el Mosteiro de São Bento en Porto en noviembre de 2012. La segunda fue en este mes que ya expira, en el Teatro Dona Maria II de Lisboa, en el marco del XXXI Festival de Almada que se celebró entre el 4 y el 18 de julio.

En «Paysage inconnu», Nadj abre un mundo matérico de cuerpos, instrumentos, objetos, sombras y sonidos que se deforman y transforman en contacto con los demás elementos hasta descubrir la esencia de la fábula que propone: la convivencia entre animalidad y humanidad en la naturaleza. Y lo construye a fuerza de danza, música, escultura, pintura, gesto, movimiento, fuerza y contención, luz y sombra. En su creación, Nadj atraviesa disciplinas: esculpe imágenes, dibuja sensaciones, alienta la escena a base de música y acaba por ofrecer un tableau-vivant que camina entre la danza y el concierto en la compañía del bailarín Ivan Fatjo y los músicos Akosh Szelevényi y Gildas Etevenard.

El equipo sienta a la espectadora como a una extranjera que asiste al paisaje del recuerdo o de lo imaginado por Nadj y le da vida con «el mínimo gesto y el máximo de fuerza», tal y como se apunta en el programa de mano. Y el aliento se contiene en ese mismo lugar donde se acaban las palabras. Y la espectadora ya está inmersa en un imaginario sobrio, frío, áspero y austero donde se encuentra con sus propias sombras dentro de una propuesta que ofrece material corporal e imaginario en constante metamorfosis.

Una masa blanca se proyecta en el horizonte oscuro. Es la primera imagen de «Paysage inconnu». Una imagen como nube. Como cielo. Como esporas. Como materia en transformación. Como máscara totémica o como ídolo ancestral en el que cualquiera puede mirarse y reconocerse. Y en esa primera imagen, la música ya está presente. Música como aliento. Como viento. Como vacío. Como respiración y como enigma. Una música que será el hilo por el que viajar en una mezcla experimental desde occidente a la fuerza telúrica de los sonidos africanos.

Las dos primeras siluetas humanas que aparecen en el paisaje son dos figuras sentadas delante de una pared. Sus cabezas están cubiertas y sus rostros anulados. Son dos figuras masculinas que visten traje de chaqueta negro y muestran el pecho al descubierto, desprotegido, a flor de piel. Se mueven, anclados a sus sillas, entre el anonimato y la opresión. Avanzan entre el combate y la sincronía, entre el socorro y la agresión, entre la violencia y la belleza. Lo animal vive en ellos a través de sus movimientos. La humanidad vive en sus cuerpos. La contención, la fuerza y el esfuerzo también están presentes en un trabajo que pretende el máximo grito con el mínimo gesto.

Las figuras cambian por un tejido negro la tela que cubre sus rostros. Pasan así a tener una nueva piel, pasan a vestir un rostro nuevo como una sombra, un rostro sobre el que pintar con trazos primitivos una nueva identidad. Se despliega así una efectiva escena de gran potencia alegórica donde la muerte ronda al ser humano y al animal. Y tras ella, llega la oscuridad.

Además de la riqueza instrumental, la manipulación de elementos que realizan los bailarines –Nadj y Fatjo- completa el espacio sonoro con la extracción de sonidos inquietantes al tiempo que sirve para construir imágenes potentes. Es el caso de la bañera metálica que arrastran por el suelo como si de un primer anuncio de la muerte se tratase, o la alambrada metálica en la que los dos hombres se enganchan como dos fantasmas en el paisaje, como dos fantasmas paralizados en una historia llena de espinas y desde la que lanzan sus últimas palabras que no son súplicas sino gritos mudos. Son gritos que Nadj y su equipo transforma en música, a veces grave, a veces desgarrada. Jamás confortable.

Las dos figuras humanas regresan al muro, en esta ocasión transformado en espejo, en reflejo. Sobre la pared trazan una línea recta. Podría ser el horizonte del paisaje del expresionismo abstracto de Rothko. Podría ser la hipotenusa que nos reconcilia con el otro. O la línea que nos divide en dos. O una nueva frontera. Y con la incógnita de la recta, las dos figuras construyen una nueva escena que habla de la creación, de la expresión artística, de lo azaroso, de la celebración de lo banal: las figuras crean formas con el contenido polvoriento de sus copas, que luego lanzan tras el muro. Y el espectáculo continúa con su movimiento constante, interno, esencial, profundo y enigmático hasta que los dos cuerpos acaban por tumbarse y reposar en equilibro sobre aquella bañera metálica ahora transformada en túmulo. La bañera como tumba. Como purificación. Como la espera de dos cuerpos tumbados bajo una luz fría mientras son abrazados por un polvo-humo-tiempo en ascensión vertical. Podría ser el último calor de los cuerpos perdiéndose en el frío de la muerte. Podría ser el último aliento de los vivos que anochecen en el paisaje. Podría ser la cripta funeraria donde el tiempo se detiene y el ser humano se encuentra con su máxima abstracción. El animal puro sin palabras ni contexto.

En «Paysage inconnu», Nadj ofrece una sucesión de imágenes en tensión, de cuadros y secuencias sugerentes que la música dirige y la luz contribuye a transformar y matizar en un espectáculo total donde los diferentes elementos conviven horizontalmente. «Paysage inconnu» es un viaje a los instintos desde una abstracción sofisticada y estilizada. Un viaje a lo que llevamos dentro. Un trabajo intenso y concentrado que conduce a la espectadora a la máxima concentración hasta una regresión a un principio desconocido, a un atavismo encerrado en su absoluta sinceridad animal. La fuerza plástica del trabajo y del imaginario de Nadj es innegable, indiscutible y rotunda. Su poder golpea con toda la energía de la danza, la música y el cuerpo en un espectáculo metafórico y sensorial donde una se queda sin aliento y sin palabras en medio del paisaje.


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