Críticas de espectáculos

Alemania/Ignacio Amestoy/Editorial Artezblai, 2012

Conflicto de clases

Lamentamos mucho no haber podido ver representado este magnífico texto por no hallarnos en Madrid en el periodo del estreno. Su estructura respeta la unidad de lugar (un estudio de arquitectura), tiempo (una madrugada), y acción (la historia de una traición amorosa), y a través de ella afloran muchos temas. La obra consiste en un diálogo duro, escueto, un verdadero pugilato entre un famoso catedrático y dueño de un estudio de arquitectura, Vicente Villalonga, y su ex-alumna y amante, Marta López, a quien ha robado la autoría del proyecto ganador de un importante concurso. A través de la discusión se dibujan los caracteres de los dos personajes: Marta responde al arquetipo de mujer fuerte del teatro de Amestoy, y recuerda a Ederra, a la Reina María Cristina, a Pasionaria y a toda esa galería de mujeres que vertebran el núcleo central de sus obras.

Ella representa a la nueva generación que habíamos encontrado en germen en Ana (Cierra bien la puerta), una mujer que reivindica su lugar en una sociedad cambiante, que lucha por hacer reales unas normas que formalmente establecen su igualdad con el hombre, pero que está sometida todavía a su predominio. Muy bien delineado también el carácter de Vicente, típico representante de la clase alta, del hombre que se siente con derecho a utilizar a los demás, y en particular a explotar a la mujer. Lo ha hecho antes con su esposa, que había trabajado como «la negra de [su] estudio», hasta que un día ya no toleró «que se estuviera tirando a sus alumnas». En este diálogo Marta saca a la luz todo lo que ha soportado, como no haberla admitido a «la prueba de su ayudantía», haberle hecho renunciar a las ofertas de trabajo, prestigiosas algunas, que se le habían presentado, y las mismas «cabronadas» que ya había hecho a su mujer.

Como siempre en Amestoy, la obra está atravesada por planos más profundos, y aquí es perceptible también el sociológico de las dos Españas nunca superadas, que la crisis parece sacar de su letargo en formas actualizadas. Por un lado las estirpes que se sienten dueñas naturales del país, con derecho a acaparar perpetuamente, «con monarquías y repúblicas, derechas e izquierdas» las oportunidades y privilegios, las propiedades, los cargos administrativos, académicos y políticos, los contratos, y que para conservarlos están dispuestas a todo: el nepotismo, las influencias, el abuso, la corrupción y –quizá también hoy– la violencia. Por otro los ciudadanos de a pie, de apellidos comunes, que han podido estudiar con el sacrificio de sus familias, que para realizarse profesionalmente deben navegar contra corriente fiando solo en su preparación y en una igualdad de oportunidades que en muchos sectores del país es solo teórica. Estos jóvenes actuales, que han tenido mayor acceso a la formación universitaria como Marta, son conscientes de esta injusticia y los llamados a recoger el testigo del abuelo de ella, que «creía en el hombre, en el ser humano libre», un abuelo cuya filiación ideológica en la España de la guerra es fácil de imaginar.

Los dos protagonistas encarnan este conflicto de clases. Ella procede de una familia obrera, pues su abuelo era albañil, mientras él expresa cumplidamente los genes de los Villalonga, «amante…de la vida», hijo de un gran arquitecto, un ser incapaz de amar y cuya contrariedad por el abandono de Marta se debe solo a la pérdida de alguien útil para sus intereses. En la jungla social, es alguien que ni se plantea la duda entre devorar o ser devorado, mientras ella no está dispuesta a arrollar «a los demás». La crisis moral y económica, en especial la de la construcción, ofrece un escenario donde la lucha sin exclusión de golpes está más exacerbada, donde «la distancia más corta entre dos puntos es un intermediario». Su mujer tiene mucho trabajo, pero fuera de España, como «todos los que tienen trabajo». Marta, crecida con su esfuerzo, tiene que emigrar, como su abuelo «hace cincuenta años», de nuevo a Alemania. Muchos de sus compañeros de carrera «están emigrando».

En el seno de un diálogo seco y cortante, las intervenciones más largas, las de mayor contenido ideológico e intelectual, son naturalmente las de Marta, por encima del barniz cultural que en el catedrático Villalonga es solo apoyatura de su bajeza ética. Ella es sin duda el personaje ejemplar de la obra, y por ello atrae la atención del lector o espectador interesado en el análisis social del autor, y ambos protagonistas exhiben un notable espesor cultural, visible en las alegorías literarias y citaciones que utilizan. Es brillante el paralelismo zoológico que trazan con el rinoceronte franquista, los felinos y los elefantes de larga memoria vengativa, que todo arrasan aun destinados al cementerio de la historia. También se delega a la protagonista, originaria de la provincia de Salamanca, una pequeña nota autobiográfica cuando afirma «en Madrid, todos somos peregrinos». Este estimulante rasgo culto, característico del teatro de Amestoy, con reflejo en la altura y el vigor del diálogo, como entre el padre y el hijo terrorista en La cena, y siempre presente en sus personajes fuertes, es lo que esperamos del autor, es parte de su éxito, y una vez más no nos defrauda.

Magda Ruggeri


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