Odisea/El Brujo/60 Festival de Teatro Clásico de Mérida
Inusitada ‘Odisea’ de El brujo en Medellín
El Festival de Teatro Clásico de Mérida ha dado un paso más para la creación de un circuito regional de teatro clásico con la apertura del teatro romano de Medellín, un espacio de nuestra cultura antigua espléndidamente restaurado. Para su inauguración no ha creado ningún gran espectáculo-fiesta de la grecolatinidad ilustrativa del acontecimiento, que bien merecía la pena pues si el marco del teatro romano de Mérida es una joya, este de Medellín es una joyita con una interesante historia. Sencillamente, la organización ha seleccionado tres días seguidos de representaciones con tres excelentes espectáculos de las últimas ediciones del Festival, que todavía se mantienen en gira por la geografía nacional.
Dos compañías extremeñas, Teatro del Noctámbulo con «Ayax» de Sófocles/Murillo y Verbo Producciones-Oscuro Total con «Los gemelos» de Plauto/Recio, junto a la compañía Producciones El Brujo con «La Odisea» de Homero, han tenido el honor de inaugurar el teatro de la antigua Metellinum. Tres espectáculos que vi en Mérida y en otros espacios de sus giras, con adaptaciones más o menos como las que han presentado en Medellín, pero con la magia que transmite el teatro grecolatino. Si bien, el espectáculo de El Brujo nos mostró una «Odisea» con matices distintos, donde inusitadamente aparece este crítico teatral –Villafaina- como un personaje interactivo en la función y con un protagonismo que casi supera al mismísimo Ulises, el héroe homérico.
Abrió el teatro «Ayax», con una estructurada línea clásica de montaje, por Denis Rafter, que logra la sobriedad y belleza característica de la tragedia, muy depurada tanto en los monólogos como en los coros de excelente elocuencia y fuerza dramática. En la interpretación, brilló José V. Moirón (Ayax) desbordante de vitalidad dramática, con su cuerpo y voz llenos de energía en todos los registros y ese fuego arrebatado evocador de la emoción trágica. Y muy bien Elena Sánchez (Tecmesa) aportando sensibilidad a las escenas tiernas e inquietantes de su sufrido personaje, Fernando Ramos (Ulises), muy seguro en su rol de astuto y con excelente dicción y Gabriel Moreno (Teucro), orgánico en las discusiones que crecen en violencia replicando a los Atridas.
Siguió El Brujo, que logra sacar jugo a las aventuras de Ulises en una versión libre y desenfadada donde profundiza en los valores de la remota cultura mediterránea tratando de relacionar la actitud de los personajes griegos en situaciones actuales. Sigue la línea de trabajo mantenida en otros montajes, utilizando las antiguas técnicas de transmisión oral y los recursos de «distanciamiento» de Darío Fo (que funcionan muy bien didácticamente), logrando que el espectador se lo pase divertido. «El Brujo», con su habitual espíritu juguetón y libre del gran histrión (un comediante perfecto, de esos que habla Tairov), con su dinámica mental, destreza física, voz portentosa y aptitud de transformación mágica, nos inunda de ideas confiriendo a las rapsodias homéricas un lirismo de humor trágico que como una corriente eléctrica de revulsivo teatral llega hasta el intelecto de los espectadores, que terminan muertos de la risa.Sin embargo, no logra el engranaje calibrado en el tiempo para que el espectáculo sea redondo (dura hora y media la primera parte y media hora la segunda). Por la sobrecarga que acusa la versión en las improvisaciones –de “brujerías” llenas de guiños cómplices, chistes, guasas, bromas- donde el actor se dispersa y nos hace perder el hilo de la narración homérica (Villafaina, ¿sabes por donde voy, que me he perdido?, pregunta desde el escenario con cierta guasa. “Ni se sabe, Brujo”, responde el crítico desde la butaca con el mismo tono). No obstante, hay que reconocer que en la ocurrencia, de intentar provocar –durante casi toda la función- un debate entre el actor y la crítica, el Brujo exhibió una capacidad de improvisación y humor magníficos. Y este crítico tiene que agradecer el homenaje que, en definitiva, el actor le dedicó con su ingenio. Y reconocimiento, porque no conozco en la historia del teatro que un crítico haya recibido del público y del actor tan sonoro aplauso, como sucedió en la función. Pero también tengo que decir, no desde mi Olimpo estético sino desde la preceptiva dramática, que el episodio de Villafaina sobra. Sólo ha resultado gracioso. Objetivamente, no favorece la propuesta original.
Cerró el evento «Los gemelos», la mejor obra cómica del Festival del pasado año, dirigida con maestría por Paco Carrillo, que logra en su conjunto un espectáculo fresco donde juegan con perfeccionada ambientación catártica por vía del humor todos los elementos dramáticos. Con una interpretación sobresaliente de siete actores -Esteban G. Ballesteros, Ana García, Juan C. Tirado, Fernando Ramos, Pepa Gracia, Nuria Cuadrado y Pedro Montero- que se mueven en una atmósfera de farsa estilizada y tonos de caricatura grotesca, provocando en el público la sonrisa, la risa y la carcajada de forma infalible.
José Manuel Villafaina