Riesgo y control
Nos conocemos. Entre compañeros, nos conocemos. Van pasando los años, los meses, los trabajos que acometemos. Una vez que un actor florece por primera vez, lo habitual es conocerse. Al principio, no. Al inicio somos tan solo brote, qué digo brote, somos tan solo semilla que encierra todo el potencial que llegará a ser. Debemos aprender a explorar, conocer y dominar nuestra voz, nuestro cuerpo y nuestra presencia. Es maravilloso ver florecer a un actor tras años de trabajo. De repente, está ahí: con toda su fuerza y potencial desarrollados. Hay seguridad, control del cuerpo, firmeza en la voz que juega como quiere y eso, da gusto. Da gusto estar para presenciar.
Nos conocemos, digo. Y tras años de oficio, tras el florecimiento del primer brote y la consecuente sorpresa que conlleva, uno adquiere una actitud actoral y una forma de acometer los trabajos que suele ser siempre la misma. Así, si nos enganchamos de un compañero en escena o de tal actriz desde la butaca, es porque nos gustan su forma y su cadencia, el modo en el que mastica o paladea las palabras, su porte, su risa, sus andares o despertares. Pero siempre es la misma forma repitiendose una y otra vez.. Por eso mismo, es tan poco habitual que un compañero al que conoces bien, sorprenda en escena.
Personaje contruido. Creo que aquí está la clave del asunto si queremos sorpender a compañeros y espectadores. Dos pilares tenemos sobre los que alzar nuestra pequeña obra de arte viviente: el esquema corporal (es decir, la red de apoyos y contratensiones que rigen nuestro «estar de pie», nuestra manera de sentarnos o de saludar con un mano) y nuestra voz. Para trabajar nuestra voz podemos optar por elegir un resonador alejado de nosotros (hablar desde el pecho si tendemos a hacer nuestra emisión desde la zona de boca y nariz) o podemos elegir trabajar en la dicción, o mejor dicho, en la forma de pronunciar las palabras que tiene el personaje que vamos construyendo. Necesario será que todas estas variables, aparentemente físicas, empapen hacia dentro, para que nos modifiquen todo el sutil juego de equulibrio interno que tenemos en los adentros, de forma que hasta las emociones y nuestra escala de valores se vea modificada por esta nueva forma de aprehender el mundo. Y no juzgarnos al hacerlo.
Nuevos ojos que miran desde el escenario al palco de butacas. Y el espectador que conoce a la actriz queda con la boca abierta. Es maravilloso ver un cuerpo, una voz y una mente que conforman un todo viviente puesto al servicio de la historia que se quiere contar. Un todo viviente alejado de la presencia extra-cotidiana habitual de dicha actirz. Claro que, para poder hacer esto hay que tenr un dominio muy grande del cuerpo de una, de la voz de una y de la mente de una. Al menos, en escena. Eso, y no acomodarse. Riesgo y control de la mano en la sorpresa ofrecida al espectador avezado.