Zona de mutación

La ciudad y su doble

A menudo en actos o foros surge la manifestación alborozada de aquellos que conciben no un arte apriorístico ‘para todos’, sino que en los hechos garantice su llegada a todos. Algunos por una simple postura ideológica, interpretando que cualquier acción de carácter social, como las que puede ayudar a canalizar el arte, le dan la bienvenida, descartando su eficacia y utilidad en el contexto de la conflictividad social. Esto lleva aparejadas las dimensiones, la sencillez en el formato y en los lenguajes que lo expresan, porque así se garantizará el acceso de todos a esas formas. La expresión de deseo, si se quiere espontánea de la masividad del arte, no incluye sin embargo la explicación del mismo cariz de por qué el arte no alcanza tal irrigación generalizada.

La propia austeridad y ejecución de los programas artístico-culturales que realizan los estados, llevan en germen introyectadas las condiciones de su carácter elitario, pero no proveen para ello, el rigor necesario que les ayude a entenderlo. Así es que lo ‘popular’ o ‘elitista’ queda en el terreno de la expresión de deseos y de cierta discursividad de escritorio, pero no del cuadro objetivo devenido del conocimiento y la posterior planeabilidad de los niveles de decisión. No es en el marco de la generación arquitectónica de las ciudades, ni en los despliegues económicos de los países, donde pueda leerse el trazado del signo cultural, acorde a los buenos deseos que pretenden verlo y ubicarlo en plenitud por todos los estratos y las extensiones del territorio. De esto surge que no parece de antemano que la cultura sea el agente productor del diseño y la planificación macro, tanto en lo estrictamente urbano como en los valores que han de teñir la comunidad en su conjunto. En realidad las ciudades crecen en un marcado descontrol, minadas por obturaciones y amurallamientos, donde a la postre, ni las fuerzas de seguridad logran ingresar un día. Ahí es más certificable aquello que puede ayudar a sembrar en las cabezas de los olvidados de la tierra, una acción humana ligada a lo creativo y a lo artístico. Sin embargo ese es el momento de dimensionar los olvidos, habida cuenta de que cualquier cosa que se haga, no podrá sino alcanzar a un fragmento de esa sociedad. Las estrategias, cualesquiera que se precie, apenas pueden dirigirse a planos que no pueden menos de resultar una parte y no el todo del problema.

Es el momento en que vuelven a liberarse presupuestos, a granjearse energías sociales disponibles para el trabajo comunitario, a sabiendas no sólo de las deudas sociales, hasta de lo que pudo hacerse y no se hizo, sin caer en la cuenta que las acciones implementadas resultan apenas un paliativo a lo que ha crecido en los extrarradios como fuerza indiferente a las capacidades otorgadas de repente a la energía artística como agente sanador, restaurador de los tejidos rotos. Los hombres de las periferias se manifiestan inmunes a las estrategias culturales, que apenas llegan a los anillos concéntricos más cercanos a las usinas de emisión de la energía cultural. Si Jean Vilar instauró el concepto del teatro como servicio público, deberá relacionárselo a un modelo de ciudad permeable a dicho concepto, pero no al de aquellas otras urbes que en su propia evolución parecen levantar los muros que neutralizan las políticas estatales, donde la presunta inclusión es sospechada de no ser otra cosa que un mecanismo de control. Luego, la cultura es la cualidad del pueblo para burlarlo y esquivarlo.

En la ciudad real, vive otra que un día doblará las consignas, valores y costumbres, de aquella que se alimentó en los hechos de sus escamoteos.


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