Náufragos de secano
Tengo un libro en las manos. Se titula «El teatro TEATRA», lo firma Jorge Dubatti, pero el concepto le llega de Mauricio Kartun, quien acomoda el pensamiento, la reflexión e ilumina la acción. Porque es cierto, el teatro, no puede hacer otra cos que teatrar. De lo contrario no sería teatro, sería esas otras cosas que nos empeñamos en definir, en archivar, en convertir en rubros. O sea, la función del teatro es teatrar. Punto.
Pensar sobre las artes escénicas, sobre su esencialidad, su funcionalidad o su virtualidad económica es uno de los actos solidarios y políticos que cualquiera puede hacer en solitario para después compartir con los demás. Con unos pocos, porque las urgencias siempre se colocan por delante de la necesidad fundamental. Y leer filosofía del teatro, ensayos sobre la puesta en escena, antropología del cuerpo en movimiento, es una tarea tan fascinante como poco practicada por el grueso de la gran familia de hacedores de las propias artes. Cómo funciona la voz, construcción del personaje, buscar una máscara, entrenamiento para la pantomima, las cosas prácticas, tangibles, útiles son las que se buscan como complemento a la dieta diaria de ensayos, talleres, actuaciones o búsqueda de un lugar al calor de unos focos o de un sol en la calle que reconforte.
Náufragos de secano, perdidos en los grandes almacenes, ansiosos en las colas de los cines de las sábanas blancas rotas. Así veo yo a mis otros yos, a aquellos individuos que en su momento me poseyeron, que quisieron ser actores de fama, directores de renombre, dramaturgos de estrenos trimestrales, productores con limusina, incluso gacetilleros de los que hacían temblar a las más grandes damas de la escena con un adjetivo ponderativo colocado en la crónica de urgencia dictada desde un restaurante de moda que aparece en la edición de noche. En esas mitologías hemos ido alimentando las frustraciones, las envidias, los desafectos y hasta el colesterol. De esas imbecilidades salimos con heridas cauterizadas por esas lecturas inquietantes que acaban anidando en un rincón. Y por el trabajo, la constancia y el contacto con individuos que eran ejemplares en el sentido más ejemplar del término.
De todos esos egos que se han ido eliminando unos a otros, queda este individuo sesentón que aspira a ganarse la vida sin tener que poner ni un calificativo más a nadie. Alguien que quisiera anunciarse como ex-crítico, pero que acaba encontrando en el oficio de juntar palabras uno de los pocos sentidos a la vida . Un náufrago que recibe botellas llenas de post-ismos radicales, que se abraza al tronco de la lucidez de quienes teatran. Desnudarse, despojarse, colocarse ante el destino sin añadidos, buscando la voz justa, la palabra, el verbo, la condición de ser vivo. La supervivencia es una renuncia.
Náufrago de secano, de estepa, de meseta, que sabe que en las orillas está la posibilidad de hallar a otros náufragos que busquen la misma estrella, con los que compartir parte de este viaje hacia alguna parte del arte social, comunitario. El destino es el propio lugar de partida, el planeta Teatro. Alienígenas que vienen de los meteoritos extraviados por las galaxias de los juglares, de los bardos, de los desposeídos de la razón dogmática,. Mi soledad es la miseria administrativa, la pobreza funcionarial, esa actitud miserable ante el que puede tirar las rastras de la sardina a la jauría de felinos desalmados. Mejor solo que mal acompañado. Los náufragos vamos a celebrar una asamblea fundacional del verbo TEATRAR. Quedan invitados todos aquellos que lo sepan conjugar sin tener que dar ni una excusa ni una justificación.