Un cuerpo a cuerpo. Un poyo rojo
Pues si, amiga/o, la vida es una lucha cuerpo a cuerpo con X (la incógnita a substituir por un deseo, un sueño o, contrariamente, una amenaza), una lucha cuerpo a cuerpo gozosa y orgásmica unas veces, frustrante y dolorosa otras.
El teatro, como arte vivo, también es un cuerpo a cuerpo extraordinario con X y, a la vez, una metáfora atractiva y seductora del cuerpo a cuerpo del vivir cotidiano.
El teatro muestra los cuerpos de las/os intérpretes, manipuladoras/es que, en su extracotidiana presencia despliegan una red de significaciones, de expectativas, de signos y de convenciones históricas, culturales y sociales.
El coreógrafo francés Boris Charmatz propone el concepto de «auto-dramaturgia» para designar la composición autodeterminada, de un sentido asociado a la pura presencia: «Antes incluso de moverse, el cuerpo ha inscrito en sí mismo las potencialidades que su cultura ha forjado. Además, en la mirada sobre los cuerpos pre-existe el movimiento que la recepción considera posible, perceptible, visible o deseable. Está claro, por tanto, que el cuerpo está ligado a una auto-dramaturgia que no necesita forzosamente de una situación narrativa para existir.»
Por otra parte, también nos podemos encontrar, encima de los escenarios, con dramaturgias que juegan con las «auto-dramaturgias» de los cuerpos actuantes para partir de convenciones y expectativas socioculturalmente normativizadas y, a continuación, transgredirlas y generar una anagnórisis (revelación) en el público sobre las posibilidades inauditas de otros mundos posibles.
Ahí, la dramaturgia de las «auto-dramaturgias» de los cuerpos abren vías de acceso a la emancipación y al crecimiento de las personas liberándolas del corsé que los hábitos de recepción y las costumbres estandarizadas establecen.
Ahí, la dramaturgia de las «auto-dramaturgias» de los cuerpos nos permiten romper los moldes del pensamiento domado y domesticado por los medios de comunicación globales y locales, por algunos de los mandamientos subrepticios inculcados por instituciones como la Iglesia Católica y otras organizaciones retrógradas, políticas o religiosas.
Ahí, la dramaturgia de las «auto-dramaturgias» de los cuerpos nos ayudan a rebelarnos contra los dictados interiorizados del «como Dios manda».
Ahí, la dramaturgia de las «auto-dramaturgias» de los cuerpos puede perfectamente prescindir de la palabra y del peso logocentrista y, sin embargo, resultar de una elocuencia arrebatadora y eficaz, porque lo que nos entra por los ojos y a través de las emociones resulta inapelable.
Ahí, el denominado «teatro físico» o «teatro gestual» resulta más político y persuasivo que cualquier panfleto o discurso verbal.
Pensemos, pues, en la importancia de la dramaturgia del teatro físico y gestual. Superemos ya esa cultura dualista que reprime y esconde (desprecia) la elocuencia de los cuerpos para privilegiar las virtudes de lo intelectual ligado a la «palabra».
Pensemos, incluso, con Valère Novarina y antes de él con Antonin Artaud, en la corporalidad, la fisicidad y la electricidad de las palabras.
Novarina escribe: «Hacer palabras para/en el teatro es preparar la pista en la que van a danzar, poner obstáculos, las vías sobre la ceniza, sabiendo bien que no hay más que bailarinas/es, saltimbanquis, actrices y actores que son bellas/os… […] No existe más que el deseo del cuerpo de la actriz/actor para empujar la escritura teatral.»
EL TEATRO FÍSICO de un POYO ROJO (Buenos Aires) en el OFF AVIGNON 14. EXPERIMENTAR DIFERENTES MANERAS DE ENTRAR EN CONTACTO Y DE ESTABLECER UNHA RELACIÓN
A finales del mes de julio fui a ver un espectáculo de «teatro físico» cañero y divertido, provocador y sorprendente. UN POYO ROJO, dirigido por Hermes Gaido, con coreografía de Luciano Rosso y Nicolás Poggi, que lleva ya cinco temporadas triunfando en Buenos Aires, en un local de exhibición teatral llamado «Teatro del Perro», que está en un hangar habilitado para esto.
Cuando abrí la enorme guía del OFF AVIGNON (395 páginas con los espectáculos de 150 compañías), por azar me encontré directamente con la página en la que aparecía EL POYO ROJO. Entonces me quedé pensando un momento de qué me sonaba a mí ese nombre… y de repente me acordé de la recomendación efusiva del amigo Josep Maria Miró Coromina, de cuando estuvo en Buenos Aires para asistir al estreno de su obra EL PRINCIPIO DE ARQUÍMIDES. Allí también fue a ver este espectáculo, UN POYO ROJO, y quedó fascinado.
Como yo confío plenamente en el criterio sensato de amigos sabios como Josep Maria Miró, pues allá me fui, y en el Off Avignon también tenían agotadas las entradas para UN POYO ROJO, pero, muy amablemente, me hicieron un hueco para que pudiese verlos. ¡Y, si, flipé!
La escenografía es apenas un banco y unas taquillas que nos sitúan en los vestuarios de un gimnasio o de un club deportivo. Allí dos deportistas exploran diferentes modos de contacto y de relación que dan lugar a gags sorprendentes y provocadores.
Gimnasia a dúo en la que se establecen desafíos entre los dos actores, Alfonso Barón y Luciano Rosso. Secuencias que mezclan acrobacia e incluso la parodia de bailes populares como el vals. Parodia de las poses seductoras de modelos masculinos en anuncios publicitarios, a juego con las músicas que sintoniza uno de ellos en la radio que está encima de las taquillas.
Números cómicos como el de los cigarros acumulados en la boca, plantados hasta en las fosas de la nariz y en las orejas, mientras Rosso hace guiños con los ojos y con la cara, llevando al modelo de anuncio a una pose circense.
Clown en un número en el que se cambian de ropa, del chándal al pantalón corto y también de camisetas. Un actor viste al otro a base de una coreografía virtuosa en la que acción/reacción y encaje de movimientos sirve de vía para una escena chocante: dos deportistas que, más allá de los tabús y del orgullo viril que se supone que dicta la testosterona machista, se visten uno al otro. Y esto da pie para un show en el que agilidad y ritmo hacen de la acción una danza.
O el número en el que inician un partido en el que la pelota son sus propias cabezas botando y rebotando hacia el otro, con el otro y contra el otro… encajando diferentes partes del cuerpo: caderas, brazos, piernas… y, en el clímax, bocas, en una especie de beso que evoluciona hacia la comicidad surreal cuando uno de ellos, sin separar ambas bocas, comienza a tararear una canción como si fuese un transistor de radio mientras el otro, sin despegar las bocas, cambia de emisora haciendo girar los pezones del compañero.
El contacto entre los dos cuerpos de los actores pasa de la tensión de la lucha a la del erotismo, haciendo saltar los tabús que se instalan en el mundo de los deportes, en dinámicas pantomímicas y coreográficas que recuerdan, a veces, a DV8 Phisical Theatre. Aunque esta propuesta deambula por un tono mucho más gamberro, desenfadado y festivo.
La escena final, bajo una luz roja, con los dos sentados en el banco y con la radio entre ellos, tiene una sorpresa última, para la que ya hubo mecanismos dramatúrgicos de preparación, y que cambia todo el sentido de este show de UN POYO ROJO.
Y es que aliar dramaturgia teatral y «auto-dramaturgia» de los cuerpos puede acabar dando una revolución integral y gozosa al mundo.
Afonso Becerra de Becerreá.