Teatro de no entender
Todas las formas de ruptura terminan utilizándose como formas, estilos, géneros. Incluso aquellos apocalipsis que anuncian la muerte o el fin, se estilizan como la modalidad que se asimila a una masa compleja, cuya única versión no es capaz de agotar, a lo sumo, agregar una pócima más para que el objeto teatro en este caso, viva de su muerte, entre otras cosas. El sentido que deviene de una disolución, termina ejemplificando la perplejidad que se tiene a un cambio de situación o paradigma, la que no puede menos de leerse como el acabóse de una estructura conocida.
Las artes son de funcionar sobre formas consagradas, mientras los iconoclastas se divierten ignorándolas. El sentido que surge del no-sentido, de procedimientos paratácticos, que el montaje, la edición y el sampling de hoy en día habilitan a los artistas como nuevos desafíos, desbordando el fideísmo estrecho de los que se sirven de un esquema, como si este fuera el código genético de una determinada arte, descontando para ello su disponibilidad y ausencia de sorpresa a la hora de montarse sobre ella.
Pero el arte no porta ADN. Es un desconocido que aparece por la medianoche de nuestras percepciones, inquietando como aquello que no se entiende.
La relativización de los límites lo que logró fue difuminar la entereza de los géneros. Y del océano multívoco surgido, muchos, en completo titubeo, dicen: «de esta agua no he de beber», o directamente «estas aguas están contaminadas».
Como bien estudia Sarrazac, esta ruptura se podría adscribir, adjudicar a una consideración del sueño, del inconsciente. Después ya ni eso. Ya no hizo falta un señuelo, pues se alude inmediatamente a una actualización perceptiva, lo que se alimenta propiamente de discontinuidades antes que de continuidades. Así como en Prefacio de «Sueño» de Strindberg: «El autor ha intentado imitar la forma incoherente, en apariencia lógica, del sueño. Todo puede suceder, todo es posible y verosímil. El tiempo y el espacio no existen.»
Todavía había una disculpa para la incoherencia. Actualmente no. La incoherencia nos es propia. O es que ya no es tal, pese a que el conservador la haga funcionar moralmente. La anulación explicativa sobre de qué lado de la vida estamos, del de la realidad o del de la fantasía, nos remite a una vertiginosa marcha por la cinta de Moebius de la vida, donde un plano u otro, una dimensión u otra, conviven. No es uno u otro plano, sino ambos a la vez y sin solución de continuidad. Los seres se hacen inatrapables. Algo así sólo desconcierta a los espectadores. La mala conciencia del artista es ayudar fervientemente a mantenerlos en ese cómodo lugar en vez de animarlos a superarlo.
En la dramaturgia más experimental de Strindberg se trataba de tirar puentes de un plano a otro, actualmente parecería que el desafío es asumir la licuación de aquellos. Es más, la misma noción de puente parecería errónea o inocua, cual es, aquella «de donde a donde».
Se trata de una manifestación intensificada de la realidad, lo que a los ojos puede terminar cegándolos, como a los sentidos en general.
Se impone una nueva modulación.