Economías del desprecio
Los procesos económicos suelen ser lapidarios. Allí donde sistémicamente se apostó de manera desmesurada, casi a niveles de laboratorio, con determinadas medidas, que bien puede ejemplificar el ‘caso argentino’, a la hora de la manifestación de sus efectos negativos, en proporción a los niveles en que se optimizaron los aspectos de un modelo económico (neoliberal para el caso), queda claro que no fueron de otro tenor que catastróficos. Las increíbles estadísticas de gente precipitada por debajo de niveles de pobreza, a la lisa y llana exclusión social, abrió en la explosión ocurrida en los años 2001-2002 en Argentina, los resultados verificables de tal laboratorio, respecto a lo que la economía concentrada trae aparejada.
La previa pauperización cultural, o el literal abandono de las expectativas que conllevan lo colectivo, lo grupal, el ‘nosotros’, lo comunitario, en las mieles del conformismo y lo ‘soft’, producida la debacle no podía esperarse que los sectores reaccionaran con un sentimiento distinto al que habían fecundado: la indiferencia.
Si cada sociedad tiene el arte que se merece, toda visión develatoria, cuestionadora, hasta ‘anti’, forma parte de hecho de ese trabajo de reconstrucción, del que las propias obras son el producto.
La cultura de creación funciona ya no morigerando, operando de paliativo, sino siendo activamente protagonista de la restauración de lo roto.
Las economías del desprecio (como son las economías de exclusión) fomentan la crisis de esa sensación propioceptiva que nos indica lo que aún es humano en el propio cuerpo. Directamente, animalizan. Hacen funcionar el cerebro en un rango puramente primario y emocional.
El arte, en ese contexto, se abre como contracultura entre la maleza cerril, rupestre, que evita la devolución de lo humano a sus naturales poseedores. Esa traidora abjuración de lo que nutre la condición de la especie, sólo puede ser contrarrestada por la generosidad sin condiciones, de quienes viéndoselas con la afectación ya no solo del equilibrio humano, sino del ecosistema planetario, se disponen incólumes frente a la ceguera que el miedo instaura en el alma de aquellos que viven con el fantasma de una supuesta desposesión, hasta montar frente a sí, a su enemigo por antonomasia: otro ser humano.
Sería bueno preguntarnos, más allá del medio, por qué una corporación multinacional de la industria cultural genera para los niños y jóvenes videojuegos de altísima violencia. Cuáles son las consideraciones mercadotécnicas. Es evidente que propenden deliberadamente a que la gente, desde sus decisivas edades formativas, absorban las condiciones del más nefasto ‘no pensar’, agarrados a formatos adictivos y obsesionales, que sólo necesitan del cerebro medio y no de las neuronas por las cuales los seres humanos nos diferenciamos de un lagarto o un orangután.