Velaí! Voici!

El teatro como soirée. Marcel Proust y Gonçalo Waddington

El hipertexto y nuestra capacidad de viajar a través de enlaces en la pantalla de un ordenador, en una especie de montaje alternado y, a veces, incluso paralelo, para partir de una imagen, de una palabra, y llegar a otras imágenes y a otras palabras imprevistas, es algo que también caracteriza algunas de las dramaturgias posdramáticas contemporáneas.

Las correspondencias y asociaciones de ideas dan lugar a acciones yuxtapuestas o contiguas cuyo sentido se va configurando a posteriori más allá del significado ligado a una historia con pies y cabeza.

El día 5 de octubre de 2014 asistí en el Teatro Carlos Alberto de O Porto a un prodigioso espectáculo titulado ALBERTINE, O CONTINENTE CELESTE, con texto y dirección de GONÇALO WADDINGTON, en el que la dramaturgia, basada en los diarios de Marcel Proust y en su mítica novela En busca del tiempo perdido, recoge el procedimiento de asociaciones de memoria, en espirales digresivas, empleado por el propio Marcel Proust en su obra más famosa.

ALBERTINE, O CONTINENTE CELESTE se nos presenta como una «soirée» conducida por el actor Tiago Rodrigues en la que nosotros, el público, somos los invitados de excepción. El anfitrión nos recibe con un monólogo dirigido a la recepción. El actor se sitúa en la figura del charlatán de feria, embaucador, de verbo ágil y floreado, de expresión brillante. Su parlamento está ligado a recuerdos, profesiones de fe, reflexiones filosóficas, y saltos hacia la exposición de teorías y fenómenos de la física. El actor, por su indumentaria y su elegancia de caballero de clase alta, se va dibujando ante nuestros ojos y oídos, como el alter ego de Proust. Una especie de dandi que domina el arte de la retórica, un buen conversador, capaz de seducir por la palabra y el gesto decoroso que la ilustra y orquesta.

Un largo monólogo que ocupa más de la mitad del espectáculo, lleno de saltos, imágenes e imágenes. Un hipertexto que fluctúa de la exteriorización monológica del flujo de la conciencia al paisaje científico que nos enfrenta a relaciones y deducciones sorprendentes entre el ámbito de la física teórica y nuestra vida y sentimientos.

El actor-locutor es observado, en toda esta primera parte monológica, por la actriz-espectadora, Carla Maciel, sentada en una butaca a la derecha del proscenio, con un elegante vestido azul cielo.

Poco a poco, tras el monólogo del alter ego de Proust se adivina la angustia provocada por la desaparición de Albertine. «A norte, o amor da minha vida, Albertine.»

La actriz-espectadora, entonces, se nos antoja espectro del alter ego de Albertine, la pasión truncada. El detonante de toda la rica verborrea con la que nos seduce Marcel Proust, de toda la rica verborrea, llena de fuegos de artificio y asociaciones acrobáticas deliciosas con las que, quizás, está intentando saldar, conjurar, tapar, cicatrizar, sanar el dolor causado por la entropía, el caos, que el tiempo produjo en su relación. El tiempo que se llevó a Albertine de su lado. El tiempo que desde el presente lo catapulta a un pasado feliz y convulso a la vez.

En sus palabras se cuela Albertine, la evocación de Albertine, entre digresiones luciferinas que nos describen las trayectorias elípticas, parabólicas, rectas de un cuerpo en caída.

La «soirée» es una fiesta y un juego metateatral en el cual el actor-locutor hace un cómputo de los minutos y mide los intervalos de su «speech», mientras utiliza contrastes temáticos y también morfológicos al inserir expresiones y sintagmas en inglés, en francés, en alemán.

A la izquierda del proscenio, en la misma línea en la que se encuentra la butaca en la que se recuesta la actriz-espectadora-Albertine, hay maquetas de edificios semejantes a los del París de la época de Proust y también de algunas estancias: una habitación señorial, un salón… Entre las maquetas, algunos objetos, unos botines, una tetera, tazas, un frasco de perfume rojo, guantes blancos…

El espacio escénico y la iluminación de Thomas Walgrave funcionan, también, de manera evocadora y lúdica, sin una reproducción realista, sino a través de la metonimia y, sobre todo, del símbolo.

Tres líneas paralelas de puertas yacen en el suelo. Otros dos montones de puertas se apilan contra las paredes desnudas del foro. No se trata, pues, de unas puertas que se abran a un espacio practicable, sino de unas puertas simbólicas en la horizontal. Caminos de puertas en el suelo, paralelas a la grada del público, que comunican con lo que está debajo, clausurado, pero presente. Puertas arrancadas y apiladas contra las paredes del fondo de ese escenario que es como el cerebro o el corazón en el que laten las palabras y los movimientos, las emociones, las revelaciones.

Tres paneles cuelgan en el centro del escenario en los que se proyectan imágenes videográficas con apariencia estática, como si fuesen fotos fijas de época. Sin embargo, si las observamos con atención podemos percibir los micromovimientos de la vida: las pestañas que se cierran y abren para humedecer los ojos, la leve elevación de la inspiración y el leve descenso de la expiración, sobre esos primorosos retratos de época.

Las imágenes superiores se suman a ese hipertexto paisajístico del espectáculo.

En los comentarios sobre la teoría física, el actor-locutor nos cuenta que la entropía es la tendencia que nos procura el tiempo. Por ejemplo, diez días en el teatro nos llevarían a un estado de desorden y desarreglo. Al principio todos estaríamos bien dispuestos en nuestras butacas, perfumados y correctos, al cabo del tiempo, despeinados, revueltos, hartos… Una metáfora terrible, que el actor-locutor nos suelta con suma alegría y aparente desafección.

Él, que ha comenzado la «soirée» descalzo, con pantalón y camisa, y que, a lo largo del monólogo, se ha ido vistiendo el chaleco, se ha calzado los botines, se ha anudado el pañuelo en el cuello… mientras bebe whisky en la taza del té donde había mojado la magdalena que le había traído, a su vez, el recuerdo de otra magdalena mojada en la misma taza de té.

La actriz deja de expectar, se levanta, se sirve una taza de té, y comienza a ayudarle a anudar el pañuelo del cuello al actor.

Suena Mahler. El actor alter ego de Proust comienza una escena dramática en la que la voz se dirige ahora a la butaca vacía en la que estuvo sentada la actriz alter ego de Albertine. Proust le hace reproches y ruegos a la Albertine ausente: «Sosinho, abandonado por ti, meu amor.»

El actor se dirige al asiento vacío mientras la actriz le observa apoyada en la esquina izquierda del proscenio, dentro de la misma línea.

Las reflexiones sobre los orígenes del cosmos como superación de la tendencia entrópica del universo establecen asombrosas relaciones asociativas con un núcleo temático que aún nos resulta enigmático pero que tiene que ver con el amor y la finitud.

El mundo remite a Albertine («o continente celeste»). El cosmos, su formación y funcionamiento, remiten a Albertine. Igual que la magdalena embebida en té remite a otra magdalena del pasado.

El monólogo ilustrativo-expositivo a los espectadores, cabalgando en un flujo de conciencia de manera lúdica, se trufa con aquel diálogo de reproches y súplicas a Albertine ausente, como mecanismo dramatúrgico de anticipación a la escena dialógica entre ambos, que se abrirá a los 50 minutos de espectáculo.

Después de que el actor-locutor alter ego de Proust se vistió, salió y entró de nuevo, por el lateral derecho, para iniciar el diálogo con la actriz alter ego de Albertine, que lo recibe y le quita el chaquetón y los guantes mientras mantienen un diálogo oblicuo que se va haciendo explícito sobre el conflicto de deseos y celos.

La actriz que actuó como observadora muda hasta ahora y que colaboró en vestir al monologuista en la primera parte, aparece ahora en un flashback, en una escena anterior al monólogo inicial, que puede ser una escena de desenlace, imaginaria o no.

En esta escena podemos observar como las costumbres libertinas en las relaciones poliamorosas no acaban de cuajar y generan el conflicto entre ambos personajes. Los enfrentamientos adoptan estrategias combinatorias semejantes a aquellas de Valmont y Merteuil en QUARTETT de Heiner Müller.

Lo metateatral, como un bucle, está presente cuando el actor-locutor, alter ego de Proust, anuncia y dirige explícitamente el juego de la «soirée» aquí y ahora. La actriz-locutora, alter ego de Albertine, señala al público de la «soirée», ostentando el propio juego para, de inmediato, subirse encima de la misma línea de puertas sobre la que está Proust y continuar la contienda dramática de los personajes.

Hay, además, una edición del discurso a través de deícticos sobre la función metalingüística, sin embargo el fluido verbal organiza el texto de manera muy conativa.

El espectáculo gira sobre las cualidades intrínsecas y extrínsecas para frecuentar «este género de salón». La contienda verbal se cierne sobre los personajes en búsqueda de aniquilar el estatus del otro: «Non queres continuar, meu querido? Ja falta pouco.»

La «soirée» se vuelve una especie de competición, a nivel de los afectos y del estatus, cabalgando en la sofisticación retórica del discurso. Una competición en la que se revisan y saldan cuentas alrededor de una relación afectiva que se imbrica en lo que es el «yo» y en las concepciones que el «yo» elabora del mundo y del cosmos, en una interdependencia que, además, siembra la entropía de un orden imperiosamente necesario.

«Ti podías comerme neste salón se quixeres, en vez de soltarlle ao público reflexións pseudo-científicas», dice ella. «Mais ese non é o tema desta soirée, minha querida.», retruca él. «Tanta cultura e tanta formación e non consegues ver o que tes dediante.», dice ella. «A Albertine que te abandonou.»

«Por que é que non me salvaches? Por que é que non casaches comigo? Achas que nós poderiamos ter ficado xuntos? Fuches ti quen baixaches ao meu mundo, non eu quen subiu ao teu.» le plantifica ella.

Recuerdos, cuentos… de muchas «soirées» como esta que juegan los actores delante de nosotras/os, que publicados en sus diarios le procuraron celebridad a Marcel Proust, mientras Albertine permanece muerta.

«Ti describes nos teus diarios a minha morte», dice ella.

Los actores-locutores anuncian el futuro y el remate de los personajes que expusieron. «Agora o final, enunciado polo anfitrión, cunha explicación da mecánica cuántica. Dous mundos-universos pasan a coexistir sen se tocar. Spleets de millares de millóns de eus. Estúpidos como eu, que dixeron: marcha, vaite agora, Albertine. Eu. Barra. Spleet. Barra. Función cuántica, nun universo paralelo…»

«Repetir en loop calquera bico, calquera suceso con Albertine.»

El juego reflexivo que se enciende por el abandono de Albertine cierra el bucle y la «soirée» dejándonos fascinados por la capacidad de fabular y coexistir en mundos de ficción que, algunas veces, en vez de acercarnos a la felicidad parece que nos alejan de ella llevándonos a un espejismo de perplejidad.

Afonso Becerra de Becerreá.


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