Drac queens
El género del musical, tal cual se concibe en Broadway (Nueva York) o en el West End (Londres), es un fenómeno teatral netamente urbano. Su espectacularidad grandilocuente en lo escénico requiere de grandes escenarios e implica una carestía en la producción que necesita ser compensada con el éxito de un público mayoritario que llene esos grandes coliseos para rentabilizar la inversión. No es de extrañar que en la Península Ibérica los centros neurálgicos a este respecto sean Madrid y Barcelona, en menor medida Lisboa, tanto por la densidad y la diversidad de la población como por el equipamiento de los espacios escénicos, así como por la cantera de artistas multidisciplinares que pueden implicarse en estas producciones.
El 2 de octubre de 2014 se estrenó en Madrid, en el Nuevo Teatro Alcalá, PRISCILLA REINA DEL DESIERTO, un caso curioso dentro del género del musical por varias razones:
No se trata de una obra original creada para los escenarios sino de una adaptación de Simon Phillips a partir de la película australiana Las aventuras de Priscilla, reina del desierto (1994) de Stephan Elliot.
La historia que desarrolla la trama de acciones no cuenta con números musicales ni canciones que contribuyan al avance de la fábula. O sea, no hay escenas cantadas que hagan progresar la línea argumental. Se trata, por el contrario, de un empleo justificado del subgénero del «jukebox»: un collage de números musicales famosos disco, dance y pop, incluso algún aria operística, que funcionan principalmente de manera metateatral (teatro dentro del teatro) cuando las protagonistas drac queens y los coros ejecutan sus shows festivos y multicolores.
El argumento, fiel al de la película, se resume en el viaje de dos drag queens y una transexual, a través del desierto australiano, hasta llegar a un Casino en Alice Springs, donde tienen prevista una actuación.
La simbología de la travesía del desierto de esta tríada de seres humanos diferentes y, en cierta manera, marginados por pertenecer a una minoría que contrasta con la norma general heterosexista, establece un cierto paralelismo con aquella travesía del desierto protagonizada por Moisés (en árabe: Musa) para liberar de la esclavitud al pueblo hebreo.
El mito del viaje iniciático, en el que los personajes se enfrentan con dificultades de las que salen robustecidos, hasta alcanzar un premio final, es otro de los alicientes del libreto. De tal manera que la historia de esta trinidad acaba por ser un canto a la vida más allá de las normas imperantes y de los encasillamientos castradores alrededor de la familia, la paternidad-maternidad, la amistad, el amor, el sexo y la capacidad para asumir nuestros propios deseos aunque no encajen en los cánones del contexto.
Bernadette, la de mayor edad de la troupe, una elegante transexual interpretada por José Luis Mosquera / Mariano Peña, se despide de la tristeza por la muerte de su pareja y en este viaje encontrará un nuevo horizonte. La primavera del amor más allá de la edad y de la condición sexual brota de nuevo en su vida.
Tick, el drac queen de mediana edad, organizador del viaje, interpretado por Jaime Zatarain, va en busca de su hijo. La superación de sus propios prejuicios respecto a lo que significa ser padre, que no acaban de encajar con su vida de drac queen, suponen una reconciliación con ese niño pequeño que le está esperando deseoso de conocer a su padre, sin juzgarlo.
Felicia, el drac queen más joven y sexy de la troupe, interpretado con desenvoltura y una alegría desenfadada por Christian Escuredo, adquiere un mayor peso humano tras las experiencias vividas en esta odisea del desierto.
Todo el elenco está entregado al cien por cien, dándolo todo. Eso se percibe de manera palpable y se agradece, porque la implicación energética de las actrices y actores inunda la platea y nos contagia su ímpetu.
En la función a la que yo asistí, el viernes 31 de octubre a las 22 horas, la tríada protagonista de la historia de Priscilla, estaba interpretada por José Luis Mosquera (Bernadette), Jaime Zatarain (Tick) y Christian Escuredo (Felicia). La empatía y la escucha de los tres actores se suma a la del resto del elenco para constituir un espectáculo coral en el que la estructura rítmica y las dinámicas, sobre todo en las partes más festivas, resulta euforizante.
Sin embargo, en las escenas dramáticas, en las que las relaciones se establecen a través del diálogo hablado en base a algún conflicto, la dramaturgia de la adaptación teatral no opta por el riesgo de mantener el naturalismo o la verosimilitud realista del film, sino que se decanta por la convención melodramática que no se despega de los estereotipos y que recurre a un cierto tono sentimental edulcorado. También en alguna de las canciones utilizadas para estos momentos de drama se aprecia esa tendencia a la convención particular del melodrama.
No obstante, José Luis Mosquera, Jaime Zatarain y Christian Escuredo consiguen darle una evolución a sus personajes y singularizar y refrescar los estereotipos de las divas drag queens.
Especial mención merece el más joven de la tríada, el gallego Christian Escuredo, que dota a su personaje de una mezcla de ingenuidad, descaro, frivolidad, erotismo y ternura, transitando por diferentes actitudes de manera fluida.
Christian canta y baila con una sensualidad próxima, muy humana, alejada de poses frías, sofisticadas o distantes y, como por arte de magia, seduce al público más allá de las tendencias de cada cual.
Ni la compleja indumentaria, de una espectacularidad kitsch ostensible y efectos casi circenses, consigue alterar la organicidad en la actuación o generar algún tipo de rigidez.
Todo fluye, entre lentejuelas y purpurina, zapatos de plataforma y vestidos que casi parecen escenografías corpóreas en movimiento.
Los vuelos verticales y laterales, en los números musicales más fastuosos y sensacionales, con los actores y las actrices descendiendo desde los telares o sobrevolando el escenario. El autobús girando y abriéndose como una tómbola de luz y de color. Las coreografías de grupo con distintas caracterizaciones. Las voces apoteósicas, en diversos estilos, entre el rhythm and blus, el pop y el soul, de las tres divas, Patricia del Olmo, Rossana Carraro y Aminata Sow, junto a Noemí Gallego (swing femenina), Teresa Ferrer (swing) y el resto del amplio y dúctil elenco. Los números cómicos basados en la hipérbole de las súper mujeres drag queens. Los efectos lumínicos y visuales de alta densidad. Todo confluye hacia una espectacularidad que busca divertir al público.
Pero la gran novedad aquí, en PRISCILLA REINA DEL DESIERTO, es que no se trata de un entretenimiento que contribuya a mantener el estatu quo conservador de una sociedad retrógrada, sino que el mecanismo de la risa y de la diversión actúa como estrategia transformadora al desactivar posibles prejuicios.
El teatro-fiesta, con su vitalismo, la risa, el pasar un buen rato, como formas de conquistar corazones y mentes. La sonrisa y el asombro para establecer complicidades.
Porque, al final, nos miramos, sonreímos y ahí comienza otra historia, la de una sociedad que puede caminar junta, con respeto y sin discriminaciones.
Cuando sonreímos algo se abre.
Afonso Becerra de Becerreá.