Velaí! Voici!

Invocación – evocación

La capacidad de la acción escénica, conjugando un haz de luz, una música, el movimiento de un cuerpo y de una voz… para evocar e invocar desde la materialidad de lo escénico, la inmaterialidad de lo imaginario, de lo incorpóreo, de lo anímico… resulta una de las principales virtudes de la magia del teatro.

En esa coexistencia activa de actrices, actores, espectadoras, espectadores, mirándose, escuchándose, sintiéndose… emergen mundos insospechados. Se producen sensaciones reconocibles y extrañas que derivan en emociones y pensamientos.

El pensamiento que nos toca, que nos afecta, que nos nutre, es emocionante y sensacional (sensitivo). Nos da escalofríos, hace temblar nuestros músculos, origina sonrisas o un placer melancólico y triste.

El teatro, más que cualquier otro arte, se presta a estas sinergias debido a su cualidad de experiencia humana compartida, debido al contagio sutil que entre la escena y la platea se puede generar, debido a la amalgama de movimientos y acciones sonoras, musicales, verbales, gestuales, corporales, objetuales, lumínicas, escenográficas…

Actúa la vibración de las miradas, actúa la vibración de los sonidos y de las palabras emitidas o proyectadas, actúa la vibración de los movimientos de los cuerpos, actúa la vibración de la iluminación y de las atmósferas escénicas, actúa la vibración de los objetos…

Ni la música, ni la pintura, ni la escultura, ni el cine alcanzan la fuerza humana, invocadora y evocadora del teatro en todas sus diversas modalidades y manifestaciones, desde la danza contemporánea o el teatro-danza, hasta el teatro de títeres y objetos.

El Día de Difuntos asistí a un espectáculo fascinante en el Teatro Valle-Inclán de Madrid, dentro del Ciclo Una Mirada al Mundo del CDN (Centro Dramático Nacional), titulado TESTAMENT.

Un equipo de actrices y actores jóvenes del Théâtre de Quat’Sous (Montreal), evocan y hacen aparecer el personaje ausente de Vickie Gendreau (1989-2013), en la adaptación de su última novela TESTAMENT, con dramaturgia y dirección de Eric Jean.

Vickie Gendreau, se nos aparece como una chica inquieta, melancólica y apasionada, a quien un cáncer en el cerebro se la llevó a los 23 años de edad.

A través de monólogos trenzados, con fragmentos del texto de Vickie, poemas suyos, y algunas de las canciones que más le gustaban, además de un montaje paralelo audiovisual, emerge esa figura impactante y llena de ironía y ternura.

La congregación de algunas de las personas que la rodearon, amistades, hermano, madre… actuados por un equipo actoral que trabaja la performance de una manera muy musical, consiguen hacer un teatro de invocación que nos enfrenta a una tragedia desde un lenguaje y una estructura actuales.

Hablar del pasado, de Vickie, en presente ya constituye una invocación.

Repartirse la voz de Vickie entre las actrices en un monólogo polifónico que, además, refleja los contrastes de las pulsiones que habitaban al personaje, también nos la trae y nos la hace sentir.

La difracción voz / cuerpo cuando una actriz mueve los labios mientras otra actriz, delante de un micrófono susurra el texto, es otro modo de enunciación que se suma al ritual.

Igual que se suman los monólogos testimoniales de Stanislas, el chico al que ella amaba, al que ella le da voz en su novela final o al que le dan voz en la dramaturgia que llega hasta nosotros en este espectáculo.

Gendreau, antes de morir, cuando ya se sabe sentenciada, cuando es consciente de tomar medicación para no darse cuenta del morir, envía sus libros, sus poemas, todo lo que guarda en la memoria de su ordenador en memorias externas USB a sus seres queridos.

«Solo escribo por melancolía y por ira»

«Mi coño está triste»

«Aquí no se inventa nada / todo se cuenta»

«Para acabar descubriendo que son las cosas pequeñas las que acaban con las grandes»

Fragmentos textuales de ese montaje dramatúrgico, que hacen eco en nuestros interiores, desde su belleza por veces naif, por veces dolorosamente irónica, por veces aparentemente frívola o provocativa.

Estribillos verbales: «Cierro los ojos / abro los ojos» que se utilizan como mantras y que sirven para hacer transiciones entre escenas.

Canciones y declaraciones desde un universo juvenil insatisfecho sobre el que pesa una conciencia trágica en contraste con esa alegría vital.

El choque que produce la enfermedad y la muerte en la flor de la vida. «Intentamos recordar a quien acaba de morir, los encuentros, las fiestas, las anécdotas, pero ya comenzamos a olvidarlo y no sabemos qué decir tras su muerte.»

Un chico mete en una bolsa negra, de esas de la basura, piezas de ropa, vestidos de fiesta de Vickie.

Se nos expone, así mismo, la estupefacción y el descoloque cuando uno de los amigos de Vickie se suicidó. Reflexiona: un amigo que se suicidó mientras ella estaba comprando los trapos de siempre y maquillándose como siempre…

La performance actoral, en un espacio escénico sin una escenografía que contextualice de manera realista sino prestándose al juego, imbricada con la música en directo, las canciones, las proyecciones audiovisuales, los efectos lumínicos teatrales y discotequeros en contraste con atmósferas luctuosas, las fiestas… nos ofrecen un efecto alucinógeno, casi surreal en algunos momentos.

En un neón fucsia vertical podemos leer: «We fall asleep topless and empty» mientras la actriz rubia que asume mayoritariamente la voz de Vickie Gendreau hace un número de streeper en una barra vertical, con un mallot de vedette.

En otro número coge uno de los globos que hay anudados en la izquierda del proscenio, aspira el helio de su interior y emite al micrófono, con la voz distorsionada: «Yo soy el diablo».

Hay una necesidad de transgredir, de reventar los límites, en el personaje de Vickie Gendreau. Sus confesiones a la madre sobre el consumo compulsivo de alcohol o las cinco veces que se prostituyó parecen ir en esa dirección, en el de una joven inconformista, desasosegada, triste… quizás porque la vida no es lo que se sueña o lo que se ansía.

En las escenas finales el monólogo de la voz de la madre en una actriz vestida de luto que ha permanecido todo el espectáculo mirando la escena sentada en el fondo del escenario, intentando entender.

La madre nos confiesa, precisamente, que no entiende el libro que escribió su hija Vickie, y que necesita entenderlo porque la novela está hecha para que la puedan entender las personas, todas las personas y ella también quiere entenderla.

En la pared de rectángulos blancos del fondo del escenario se proyecta la imagen de una muñeca hinchable que se eleva por los cielos de la ciudad colgada de unos globos iguales a los que están en la izquierda del proscenio, mientras, en el centro del escenario el grupo observa a un pajarito de peluche rosa que yace en el suelo.

Una actriz dice al micrófono: «No bebo para olvidar sino para aguantar.»

Al final del espectáculo, el día 1 de noviembre de 2014, el grupo de actrices y actores, junto al director Eric Jean, tienen un encuentro con el público. Nos hablan del «método de la escritura viva» que consiste en improvisaciones dirigidas en las que se emplean pequeños fragmentos de texto. De tal manera que se escribe la puesta en escena al mismo tiempo que se escribe el texto.

El director nos dice que la elección de las actrices y actores es primordial porque constituyen el punto de partida, funcionan como «Musas». Son quienes cambian el espectáculo.

En TESTAMENT el elenco eligió libremente fragmentos de la novela de Vickie que memorizaron e introdujeron en sus improvisaciones.

Nos dicen que en el espectáculo hay fabulación, utilizan incluso el verbo «fantasmear», pero insisten en que hay mucha verdad, en que los puntos de partida son todos verdad.

Vickie Gendreau, en su última novela, presenta una especie de autoficción, por tanto el espectáculo también recurre a esa recomposición de un personaje complejo que sobrevuela la acción escénica.

Ahí radica la maravilla de TESTAMENT, en la capacidad para que la performance escénica no parezca doblarse a una historia de ficción, sino más bien ostentar su cualidad performativa, lúdica, teatral. Sin embargo, el resultado es la aparición de un personaje ausente que se erige en figura poética de resonancias míticas, casi como una especie de heroína de tragedia. La tragedia de la juventud truncada por la enfermedad del cáncer. La tragedia de la juventud chocada por el abismo entre los sueños y la realidad.

Afonso Becerra de Becerreá.


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