Reconocimiento
Las ansias de reconocimiento, premios formales y en especies, se instalan en un espacio subjetivo apto como para otorgarles la importancia que el receptor de los mismos decida darles. Así es que unas veces suelen ser tan importantes como nadie es capaz de comprender, y otras, casi arbitrariamente, ser pábulo para una pose de desdén que no obstante vale en la medida que se la asume desde la base de ser su depositario. En este último caso, la importancia negativa está dada en no ir a recibirlo, en desafectarse del ignominioso beneficio, privilegio para tontos, lo cual reporta lo suyo al fin de cuentas. Todos estos juegos de ánimos y humores cambiantes se establecen sobre el medio ambiente o el fondo de un cuadro de deseos previamente orquestado. El reconocimiento no mejora las cosas: buscar reconocimiento significa reafirmarse en una identidad y una propiedad, lograr que los demás reconozcan y acepten ‘mi’ propio espacio (Fernando Rampérez). El efecto conservatista que esta postura tiene es de un tinte oximorónico: quiero destacarme por sobre todos para en realidad ser uno más entre ellos. La legalidad lumínica tiene la benevolencia de sustraer al beneficiario de la pesadilla anonimizante. La danza que se bailan en el espacio post-premio es la coreografía enfática que obnubila la visión de la vieja oscuridad.
Entre una marejada de benefactores que los otorgan, se muestran sorprendidos por la intensidad positiva o negativa de quién es designado vencedor. Ser elegido es de un alcance singularizador, donde se adquiere el poder degustable de repetir. Igual que el rico almuerzo, ya por hambre o porque el alimento está muy rico, se puede repetir, para beneplácito del cocinero, para saciedad del comensal. Es un señuelo consabido, de signos esperables. La sorpresa del favorecedor, es algo cínica porque pretende no captar muy bien la intensidad del beneficiario, lo que confirma la estratégica voluntariedad de su poder en el manejo de los tiempos. Tales gestos o actos se cosifican a punto de circular como un andarivel económico más, como cualquier otro, capaz de hacer evidente el contrasentido de, al final, favorecer por igual a quienes los buscan como a quienes los merecen. Ser reconocido puede devenir una vocación tan profesionalizable que requiere sus desgastes y ocupaciones; sus estrategias y habilidades. No hay azar donde hay un sistema que predetermina que hay quienes precisan de reconocimientos. Así es difícil mantener la inocencia. Es parte del libreto.
El aspecto individual, de sentirse parte, simultáneamente tiene en la sociedad la facultad de incorporar el brillo personal de alguien designado como destacado, confirmando en la ‘re’-petición un ejercicio de mutuo reflejo e intercambio. La reciprocidad del reconocimiento como un reconocerse, incluye en la prodigalidad de atisbos generosos, también el ejercicio de mutuo interés donde puede mensurarse un rendimiento sobre los aciertos en la elección del beneficio.
El dar y recibir replica cultu(r)almente al sistema de compra-venta.