Zona de mutación

Lo inasible

Que el espectador sea constreñido al rol de ser a quien uno le cuenta, le lee o le muestra, reduce cualquier consideración a la pragmática concreta a través de cuáles son las formas para implementar dichas relaciones.

La imprevisibilidad del acto comparado con su premeditación, dan lugar a un sinfín de herramientas mediológicas diversas. Aunque en cada uno de los planos, una vez establecido el momento del ‘hay una obra’, el despliegue técnico tanto si es algo preparado o espontáneo, en cuanto al espacio como en cuanto a las técnicas implementadas para corporizar el acto, tienden a ser llamativa y sospechosamente iguales.

El hecho identificable como teatral tiene así como un doble origen, artístico-cultural y natural, tomando a este último como fruto de la imprevisión.

El teatro cultural o la teatralidad ínsita de las cosas, descerrajado el acontecimiento, se pone a funcionar como acto espectacularizable. La vida como teatro despliega inopinadamente formas y situaciones que terminan por operar de avanzada atendible para el artista propiamente tal. Luego estos, fascinados con la sincronicidad de los eventos, procuran, a la saga de lo producido, de instrumentalizar lo que la vida espontánea tiene de lúcida artisticidad operante, fuera de las semiologías homologadas como el teatro reconocido, que juega en no pocos casos, hasta como agente de retraso. El estallido de las poéticas salvajes pone a un arte como el teatral a correr a mil puntas, a cual más inalcanzable, pero nutrido de una inconmensurabilidad que asegura aún hoy el ejercicio develatorio sobre aquello que siendo impensable o desconocido, puede tenderse a la mesa cultural como algo apenas entrevisto, apenas supuesto en el orden de lo que debe ser considerado teatro.

Esa sana y perenne conmoción a los pisos, cuando no directamente a los tobillos, de aquellos que se quieren pisar superficies sólidas, obliga a una expectativa de estudio a la redonda. Todo es teatro. El arte teatral es una actividad humana que ha de funcionar naturalizando un sobre-exceso, una ‘parte maldita’ que podrá tomarse como factor en contra o bien como infinitud de la que sus inquiridores apenas podrán asumir, en el mejor de los casos, alguna pequeña partícula de su caso. Mostrar la realidad ‘in media res’, en medio de la cosa teatral, o tomando los caminos de cintura que declaren algo de lo que su dimensión total significa.

En cualquiera de los casos, son motivos suficientes para demandar consagración a ultranza, devaneo y especificación. Lo dramático vital no es el Mar de Aral que sucumbe a la instrumentalización que la mano del hombre hace de sus dones y potencialidades. El poder genético de las poéticas que avalan el ‘crear mundos’, desata el poder multiplicador que maximiza los tamaños a lo inabarcable por un solo ojo, un solo metro. Las tablas hermenéuticas son circunstanciales. La inagotabilidad pone al artista en la humildad del artesano que puede ilustrar una cara visible por habilidad intuitiva, pero al instante siguiente, lo que creía saber, se ha diluido en nuevos campos por conocer. De esta movilidad surge su ética central.


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