Demagogia, la justa
Parece imposible estructurar discursos a favor o en contra de cualquier medida administrativa, reglamentaria o cosmética sobre algo relacionado con las Artes Escénicas sin que aparezcan unas dosis de demagogia que no acostumbran a iluminar sino a enturbiar. O a radicalizar las posturas. Aunque la mayoría de las veces esa demagogia viene implícita en los argumentos dados para tomar alguna medida por las instituciones, grupos, asociaciones o gremios. También por los que nos dedicamos demagógicamente a señalar las demagogias ajenas.
Este artículo me lo ha inspirado la gala de entrega de los Premios Goya y el triunfalismo imperante entre todos los asistentes, premiados y demás intervinientes y aplaudidores sobre los números obtenidos en el año 2014 por las películas de producción española en las taquillas. Están muy bien esas cifras; es muy correcto decir que el cine ingresa en las arcas del Estado más de veinte millones de euros por la recaudación de IVA, pero esa euforia se produce por un dato aislado y sin compararlo con nada.
Y, sobre todo, sin hacer un análisis pormenorizado de esas cifras, de las películas que han logrado más recaudación, lo que ayudaría a hacernos una composición de lugar más apropiada, porque así, con las campanas al vuelo, se nos nubla la vista y perdemos un poco la orientación sobre el valor artístico cinematográfico de la industria. Quiero decir que coincidieron dos películas de gran éxito popular, es decir, de mucho éxito, que rompieron las estadísticas pero que el común de las películas estrenadas se mantuvieron en los parámetros habituales. Por eso digo que demagogia, sí, claro, pero la justa.
Además de entrar en una contradicción muy grave, a mi entender. Si con el 21 por ciento de IVA se logran esas cifras, ¿dónde queda el argumentario para seguir diciendo que ese impuesto estaba acabando con el cine, el teatro y demás? Sí, es cierto, ese porcentaje impositivo es una salvajada, pero no es el único factor que lleva a que se obtengan audiencias, recaudaciones mayores o menores.
Pero como aquí nos interesa especialmente lo referente a las Artes Escénicas, estos días he recordó una vez más con cariño, admiración y algo de nostalgia, lo importante que fueron a los años ochenta las estadísticas que en la revista que dirigía Moisés Pérez Coterillo, El Público, realizaba el economista, dramaturgo y director teatral Jaume Melendres que nos enseñó a saber cuánto costaba, de verdad, cada butaca de un teatro. No el precio de taquilla, que siempre fue político en los teatros públicos, sino lo que cuesta cada butaca ocupada y cada vacía, que no es de 20 euros, ni mucho menos, sino mucho, pero muchísimo más.
¿Nadie se anima a hacer esos cálculos? Una butaca ocupada en el Teatro Real o el Liceu cuesta a toda la sociedad bastante más que lo que paga el amante de la ópera que lo puede disfrutar. Es obvio que al precio actual de las entradas, con la recaudación de taquilla en el CDN no se podría ni abrir las puertas. Pero todo ello convive con unas salas que de las entradas, de la recaudación por taquilla, deben sacar el alquiler, el mantenimiento, la publicidad y los sueldos de todos los intervinientes. Y encima los precios de las entradas en estas salas están a la mitad de los centros públicos.
Demagogia, la justa, pero aquí algo no está bien afinado. No se puede nadar entre dos aguas. Hay que tomar partido sobre el modelo de relación del Estado con la Cultura y desde ahí buscar la igualdad de oportunidades, la distribución de la riqueza cultural de manera democrática. Yo diría que los cambios que se anuncian, al menos en este terreno deben sustentarse en ideas muy claras, sin ambigüedades, y con una decisión política fuerte. De seguir así, este conformismo fatalista nos anulará un poco más las posibilidades de avanzar y nos impedirá crecer de manera sólida y con vista al futuro inmediato.