Críticas de espectáculos

Fekete ég & A Fehér Felmo/Teatro Nacional Húngaro/ Attila Vidnyánszky

Vidnyánszky en el centenario de la primera guerra mundial

Cuando arrancó 2014 pensaba que veríamos bastantes espectáculos conmemorativos del centenario de la primera guerra mundial en el teatro europeo, pero las propuestas han sido más bien reducidas. Es posible que se hayan estrenando más, pero sólo he tenido noticia de dos, IAM del neozelandés Ponifasio en el pasado Festival de Avignon y Fekete ég & A Fehér Felmo, producida por el Teatro Nacional húngaro y escenificada por su director, Attila Vidnyánszky.

Vidnyánszky practica un teatro visual y simbólico. Le gusta la creación de atmósferas, la transmisión de sensaciones, que emocionen al espectador y aviven recuerdos y memoria. Trabaja los textos con dramaturgistas de su confianza, de modo que los segmentos de trama en los que descompone estructuralmente una obra teatral, se asocian a una imagen, elaborada con abundancia de signos (unos ligados al intérprete otros a la producción), y a una plástica donde el actor en un espacio escénico matizado y significado con la iluminación comunica un cúmulo de impresiones que impactan en los espectadores.

La propuesta presentada en la sede de Budapest del Teatro Nacional de Hungría parte de un texto antiguo de Molnár Ferenc y sobre éste el equipo de dramaturgistas del teatro nacional ha realizado una doble tarea: de una parte, la traslación de un texto antiguo y mediocre, a ese cosmos plástico y sensorial descrito en el párrafo anterior, segunda parte del espectáculo; de otra, la elaboración de una dramaturgia relacionada con la primer guerra mundial a su paso por territorio húngaro, objeto de la parte primera. La idea que une ambas propuestas son las consecuencias de la guerra sobre la población civil (tanto los que sufren pasivamente, de modo especial las mujeres, como los causantes, soldados despiadados, pero que no son más que marionetas en manos de los poderes fácticos, que les manejan a su antojo y contra su voluntad). La significación de esta parte, Fekete ég, se amplifica con la propuesta de A Fehér Felmo, pues la consecuencia es clara, los siglos pasan, pero los errores se repiten y se cometen idénticas atrocidades.

La puesta en escena se sustenta en cuatro ambientes diferenciados: el salón donde se reúnen el emperador del Imperio astro húngaro y el primer ministro; el lugar de la batalla a donde son conducidos soldados, escogidos de entre la población civil y formada para la guerra; el lugar de reunión de unas chicas jóvenes que se prostituyen, obligadas por una mujer que aprovecha las consecuencias de la guerra; y un cuarto espacio con resonancias oníricas, refugio de un personaje ora narrador ora demiurgo, con una función coral. Esta disposición escénica y reparto de territorios se acota mediante la iluminación y la presencia de algunos objetos escenográficos.

La fábula es leve e imaginable, la traslación de la guerra a estos ambientes que sufren las consecuencias, pues también el emperador es víctima de unas alianzas que perjudican a su pueblo. Narratividad en la historia y escasez de conflictos dramáticos, sin embargo, pese al leve argumento, el director con un discurso sensorial remueve y emociona al espectador. Su trabajo se asienta en la creación de grupos de personajes, con estudiada composición escultórica, con belleza plástica y multiplicidad de signos, unos ligados a la expresividad, otros a la proxemia de los actores. Junto a ellos, existen otros signos, ligados a objetos que manejan. El tempo es lento, el ritmo pausado, la organicidad acorde con la naturaleza del personaje: todo en función de la retina del espectador, para que capte este fluir de imágenes y le emocionen. Trabajo muy exigente, medido y preciso con los actores, unos habituales en los repartos del Teatro Nacional, otros procedentes de escuelas de interpretación. Con ellos consigue una unidad de estilo envidiable, basada en una exigente disciplina que no impide la creatividad individual.

El espectáculo visual y sensorial, se lastra por una escenografía, aparatosa, compleja y naturalista. Muchos objetos para referenciar el lugar dónde se desarrolla la acción. El espacio escénico de Fekete ég & A Fehér Felmo plantea el problema inherente a muchos países que han evolucionado en técnicas interpretativas, partiendo de un arraigado naturalismo psicologista, pero que se han anclado en la escenografía. Siguen empeñados en reproducir y recordar la realidad, sin saltar a una escenografía y un vestuario significante, conceptual y metonímico. El problema radica en que, a veces, no empasta bien el estilo interpretativo con el espacio, cuando no, como ocurre en este espectáculo, los objetos diseminados por el escenario impiden la libre expresión de los actores y, en ocasiones, la agogía adecuada, los desplazamientos más lógicos de los actores en la escena que ralentizan indeseadamente el tempo del espectáculo. Pese a esta asignatura pendiente del teatro de la Europa del Este, Fekete ég emociona, subyuga, transmite sensaciones con una línea argumental muy débil, mientras que A Fehér Felmo, cansa porque, aunque persiste la utilización de la misma técnica, alarga mucho la duración de la función, sin que la fábula sea una gran cosa. Es, en resumen, el estilo de Attila Vidyánszky, que coquetea con el simbolismo para ofrecer un teatro de imagen poderoso e impactante.

José Gabriel López Antuñano


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