Críticas de espectáculos

Fausto/Tomaz Pandur

Un Mefistófeles familiar

 

Tomaz Pandur nace en Maribor, en la república eslovena de Yugoslavia, en 1963 y se gradúa como director en la Academia de Teatro, Cine y Televisión de la Universidad de Ljubljana en 1988. Sus primeros trabajos teatrales los desarrolló en la capital eslovena de 1980 a 1989 antes de ser nombrado ese año director del Teatro Nacional Esloveno de Maribor, cargo que mantendría hasta 1996. Desde entonces, viene representando sus espectáculos en todo el mundo bajo el marchamo de la compañía independiente Pandur Theaters fundada, junto con su hermana Livia Pandur, en 2002 (una carrera un tanto semejante a la de Romeo y Claudia Castellucci con la Societas Raffaello Sanzio).

Como los anteriores, también es un adepto a la puesta en escena de los grandes títulos del repertorio universal (Macbeth, Sherezade, Carmen, La Divina Comedia, Babilonia, La casa de los muertos, Ricardo III + II…). De ellos, ha representado en los grandes escenarios de nuestro país las siguientes obras teatrales: Sherezade (Zaragoza, 1991), Inferno (Teatro María Guerrero, 2005), Barroco (Centro Cultural de la Villa, 2007), Hamlet (Naves del Español en el Matadero, 2009), Medea (Festival de Mérida, 2009), La caída de los dioses (Naves del Español en el Matadero, 2011) y este Fausto que se ha llevado a cabo en el Teatro Valle-Inclán del CDN del 21 de noviembre de 2013 al 11 de enero de este año.

De estas obras representadas en España, tal vez la más impactante fuese Inferno en cuanto constituyó su presentación en la capital y con ella la aparición de una nueva manera de hacer teatro desconocida hasta entonces en nuestros lares en cuanto se nos presenta como un constructo de artes escenográficas: decorados, vestuario, sonido y luces se confunden y entremezclan al mismo nivel con el texto, la música y la interpretación. Por decirlo así, significado, tema y argumento han pasado por todo un proceso de decantación que los ha depurado y convertido en sencillos elementos estéticos que luego se combinan entre ellos hasta alcanzar una gran complejidad, pero manteniendo siempre su sentido formal. La reacción del público fue muy diversa, desde el que se quedó con la boca abierta ante la belleza y originalidad del conjunto hasta el que lo tachó de provocativo, esteticista y en cierta manera hasta homosexual. La presencia de dos grandes artistas como Blanca Portillo y Asier Etxeandia en Barroco, Hamlet y Medea así como el mayor dramatismo de los argumentos y la atinada dirección de Pandur, aun sin abandonar su afinidad con lo postdramático, convirtieron los tres espectáculos en grandes éxitos de público y terminaron por afianzar su prestigio en nuestro país. La caída de los dioses no pasó de ser una cuidada ilustración de la célebre cinta de Visconti y es por ello que el anuncio de este Fausto, que ya había montado en sus comienzos, en 1991, durante su etapa como director del Teatro Nacional Esloveno en Maribor, provocó una gran expectación.

Me da la impresión de que, al enfrentarse de nuevo a este título, el director esloveno ha sido ya consciente de que, tras la representación íntegra de Peter Stein en el 2000 y, sobre todo, la más reciente de Nicolas Stemann en el antepasado Festival de Aviñón, la segunda parte de la obra ha llegado a tomar tal relieve que cualquier versión que del Fausto se haga en la actualidad debe comprender obligatoriamente ambas fracciones, esto es, ser un Fausto I + II. Y es esta tesitura y el supuesto (en ningún modo comprobado) de que no aguantaría nuestro público tan larga representación, lo que le lleva al director a intentar moverse entre dos aguas. Por un lado, al finalizar la primera parte, que ocupa la mayor porción de la función, los cuatro ayudantes de Mefisto intentan convencer al respetable de que representarla entera es imposible, llegando a recomendar su lectura en los grandes librotes que sacan de sus túnicas. Y por otro al contrario, pasado el intermedio y para quedar bien, se intentan resumir en media hora los cinco actos del Fausto II. Ni que decir tiene que todo resulta incongruente en esta última parte: las confusas aseveraciones de Fausto siempre hablando de la vida y la muerte, del premio y del castigo, desde la más abstracta metafísica, su trayecto a través de un paisaje cambiante que parece sacado de la trilogía de Tolkien dirigida por Peter Jackson, su reducción de todo el argumento al postrer episodio del acto V y esa exclamación, «¡Instante, detente, eres tan bello!», que decreta su muerte ante toda la corte infernal reunida en aquelarre… (al menos nos dispensa Pandur de la decimonónica ascensión a los cielos con toda su corte celestial).

Y sin embargo, la primera parte se abre con una secuencia antológica que responde a la perfección tanto al ardor apasionado del Goethe del Sturm und Drang como al desenfrenado radicalismo racional de Marlowe: Fausto expresa sus dudas y su angustia vital ante un gigantesco panel diseñado por el escenógrafo Sven Jonke sobre el que se proyectan en permanente movimiento toda clase de símbolos esotéricos representativos de la magia, la alquimia y la astrología medievales: guarismos, fórmulas magistrales, signos cabalísticos, alegorías, relaciones de cifras, figuras geométricas, modelos astrales … hasta el podenco que prefigura a Mefistófeles corre a sus pies. Espléndido comienzo didascálico que podría exhibir ante nosotros todo lo que atraviesa la mente del doctor ávido de conocimientos si no fuera por la oscuridad con que se expresan sus palabras junto a cierta falta de brío en su interpretación. No es que el actor Roberto Enríquez no represente bien su personaje sino que permanece a un nivel terrenal que queda por debajo del que, según Pandur, debería ocupar el prodigioso ser de la leyenda. Un desfase entre fines y realidades que, con raras excepciones (tal vez Víctor Clavijo, que es capaz de moverse como pez en el agua), se hace extensivo al reparto entero en cuanto su capacidad actoral, siendo muy elevada, no llega a alcanzar la altura metafísica que le demandan tanto el director como la dramaturga. Y es que la intención de ambos hermanos no es tanto salirse del sentido usual de la leyenda, que siguen prácticamente al pie de la letra, sino contarla de forma diferente, a su manera, incidiendo, como ya se ha dicho, más en sus elementos formales, en su «representación», que en los ingredientes interpretativos – afectivos y emocionales – que suelen constituir el drama. De esa desafección entre los objetivos expresivos de los creadores y la práctica escénica de los actores viene, creo yo, ese choque de sensibilidades que se refleja sobre el escenario en una falta de convicción de estos últimos sobre lo que están representando.

Tal vez dos ejemplos nos podrán ayudar a entender las diferentes actitudes de creadores e intérpretes. Para los Pandur, además de retratar la obsesión epistemológica de Fausto y su consiguiente entrega al diablo, es muy importante hacernos ver a éste como la representación más acabada del Mal sobre la tierra. Sin embargo, al contrario de lo que se pudiera esperar, Mefistófeles no se nos aparece como un personaje monstruoso y maligno de rabo y cuernos sino, muy al contrario, como un cabeza de familia y sus parientes: su señora, su hijo Valentín, su hija Margarita, sus empleados, siempre tan atentos y eficaces. Por cómo va vestido pareciera un patriarca gitano o el director de un circo. Pero, visto lo visto, no hay mal peor que un grupo familiar apelmazado como el suyo para quien, como Fausto, quiere acceder al conocimiento. De sus miembros proceden para el protagonista todas las tribulaciones de este mundo: tener que asesinar a Valentín, seducir a Margarita, compartir una vida oprobiosa con sus padres y que le caven la fosa sus sirvientes. Una infamante conjunción familiar – Mundo, Demonio y Carne – no muy bien entendida por sus intérpretes, más atentos – como le ocurre al público – a realzar sus papeles individuales, los de toda la vida, que a mostrarnos el desolador panorama de un ciervo solitario acosado por la jauría. Otro momento trascendente de la función es la desesperación de Margarita que le hace recorrer el escenario vaciando cubos de agua sobre su cabeza. Para el director, un símbolo de expiación que pone de relieve la amargura y soledad del personaje, como si se fuera disolviendo en el líquido elemento. Una sencilla acción, simple y clara, sustituye todos los estertores del drama. Marina Salas lo hace bien, completamente despersonalizada, evitando de esta manera lo que, de cualquier otra forma, provocaría al menos el mordaz murmullo del público.

Como su compatriota el filósofo Slavoj Zizek, Tomaz Pandur se siente libre para recorrer a su manera la historia del pensamiento humano y plasmarla en imágenes que están en continuo movimiento sobre la escena como si proviniesen directamente del vídeo o del cinematógrafo. Sabido es el apego de Zizek por ilustrar sus razonamientos conceptuales más difíciles de entender con la narración de la sinopsis de películas generalmente populares. De la misma manera, Pandur acude al cine cuando cree conveniente (en este caso, proyectando un fragmento del Fausto de Murnau) como si fuera un paradigma del arte teatral, lo que era sin duda todavía en 1926, año en el que se rodó la citada película. Y es que para el director esloveno, como para tantos creadores postdramáticos, los conceptos van integrados en la estética a su mismo nivel, como el texto de esos cartelones que, en el cine mudo, alternan llanamente con el resto de fotogramas.

David Ladra

Febrero 2015

Título: Fausto – Versión: Livija Pandur, Tomaz Pandur, LadaKastelan – Traducción: Pablo Viar – Intérpretes: Manuel Castillo (Empleado de Mefistófeles), Víctor Clavijo (Mefistófeles), Roberto Enríquez (Fausto), Alberto Frías (Empleado de Mefistófeles), Emilio Gavira (Wagner), Aarón Lobato (Empleado de Mefistófeles), Rubén Mascato (Empleado de Mefistófeles), Pablo Rivero (Valentín), Marina Salas (Margarita), Ana Wagener (Sra. Mefistófeles) – Escenografía: Sven Jonke (Numen / For Use) – Vestuario: Felype de Lima – Iluminación: Juan Gómez Cornejo – Dramaturgia: Livija Pandur – Música: Silence (Boris Benko, Primoz Hladnik) – Vídeo: Dorijan Kolundzija – Caracterización: Sara Álvarez – Diseño de sonido: Mariano García – Dirección: Tomaz Pandur – Producción: Centro Dramático Nacional – Teatro Valle-Inclán, del 21 de noviembre de 2014 al 11 de enero de 2015


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