Stavanger/Mariny Krapiving/Teatro Liepajas de Letonia
La soledad de internet
El teatro de Letonia permanece asociado al nombre del director más renombrado y con crédito para dirigir en Europa, Alvis Hermanis, que visitó «Escena Contemporánea» en Madrid hace unos años y, creo recordar, aunque mi memoria puede fallar, Temporada Alta, más recientemente. En Hermanis se aprecia un conocimiento en profundidad del método stanislavskiano puesto al servicio de un teatro antropológico. Gusta observar los comportamientos del hombre ante situaciones límite y practica una escenificación muy rica en acciones físicas con una cuidadosa relación personaje objeto en todo momento.
Su práctica escénica ha dejado huella, en textos y sistemas de interpretación, y por el camino marcado por Hermanis parece transitar el teatro de su país, al menos por lo visto en el Teatro Liepajas de Letonia, Stavanger, dirigida por el director ruso Konstantin Bogomolov. El espectáculo, estrenado en 2012 y muy galardonado en su país, continúa en repertorio y ofrece una estupenda ocasión para acercarse a un teatro de siempre, pero con dos incorporaciones muy interesantes, la propuesta textual y el planteamiento del espacio escénico.
Mariny Krapiving ha escrito una historia sacada de las miles que produce la comunicación virtual a través de los chat. Un matrimonio letón empieza a caminar hacia el distanciamiento y la falta de relaciones. Nikolai, ocupado de su padre anciano se despega cada día más de Kristine, que se refugia en el ordenador. Gracias a la comunicación que éste le proporciona entabla relaciones con un noruego. De lo virtual a lo real, Kristine es invitada a viajar a Stavanger, la ciudad del noruego, y al poco tiempo toda la fantasía se derrumba. El colega de chat, también tiene su dependencia al tener que cuidar de un hijo con síndrome de Down y estar separado de su esposa, adicta a la heroína. La prometedora relación no funciona, porque al desinterés del nuevo novio se suma el que éste continúa manteniendo esporádicos encuentros con su ex esposa. El regreso se produce y la decepción, sin que se observen tintes de angustia se instala en Kristine. La vida sigue.
La fábula no resulta novedosa, cada uno de nosotros conoce historias similares y reales, pero el interés se encuentra en la construcción de personajes y los pequeños conflictos que surgen entre ellos, mostrando la cara más miserable de la condición humana. En escena, junto a los cuatro personajes citados hay otros seis más, marginales o de otra condición social (la señora de la limpieza), que interactúan con los cuatro principales, provocando situaciones hilarantes, donde el humor y la ironía esconden la tristeza de la condición humana.
Los diez actores permanecen en escena durante toda la representación y cada uno trabaja un conjunto de acciones físicas, relacionadas con la naturaleza y condición de su personaje, interviniendo verbalmente en el momento que la fábula transita por su lado. El director consigue al crear este conjunto activo una serie de propuestas muy interesantes. En primer lugar, pone de manifiesto la soledad o el egoísmo de cada uno de los personajes: no existe la menor preocupación por el compañero, por la persona que comparte un trocito de escenario, una parte de la realidad social. A cada uno le estorba la presencia del otro, con el que sólo se relaciona o a través de la realidad virtual o bien para compartir momentos de placer efímero, que concluye en un choque más violento con la realidad.
En segundo lugar la dramaturga señala y el director subraya la diferente condición social de los personajes, aunque todos estén aquejados por el mal de la sociedad contemporánea. En tercer lugar Bogomolov acierta con el tempo ritmo del espectáculo y con las diferencias de ritmo que establece con la interpretación actoral: el tempo es cadencioso para que el ojo del espectador pueda apreciar la simultaneidad de las diferentes acciones físicas y cotidianas, pero cargadas de significados precisos; por otra parte, difiere el ritmo de los que no están en el uso de la palabra, de manera que el sentido de la fábula no se disemine por un exceso de acciones. Además utiliza la proyección de imágenes grabadas sobre el escenario, en el momento de producirse, de manera que la pluriperspectiva del espectador se incrementa, sin que este elemento tenga una gran importancia y sea perfectamente suprimible.
La sensación de soledad o del absurdo de la existencia humana se acentúa mediante la disposición escénica. Todos los personajes están situados en una enorme caja con la «cuarta pared» transparente. Longitud, la de la boca del escenario, amplia; pero con un fondo muy estrecho; apenas tres metros, entre proscenio y foro. A su vez esta caja tiene abundancia de objetos de utilería que metonímicamente sitúan al espectador en diferentes ambientes. Los actores en sus movimientos por el escenario se tropiezan y compositivamente se «apelotonan». Esta disposición no es gratuita ya que el director desea mostrar dos ideas: que el incremento de relaciones de la sociedad contemporánea, con el subrayado de internet, no mejora la convivencia, pues los hombres y mujeres se estorban; y la segunda, al permanecer encerrados entre cuatro paredes provocar un ambiente opresivo que se traslada del escenario a la sala, que sirve de espejo para la sociedad de hoy y ahora.
José Gabriel López Antuñano
Obra: Stavanger – Autor: Mariny Krapiving – Director: Konstantin Bogomolov – Escenografía y vestuario: Larisa Lomakina – Intérprteres: Laura Jeruma, Kaspars Karklins, Anda Albuze, Gatis Maliks, Sandis Pecis, Rolands Bekeris, Agnese Jejabsobe, Everita Pjata, Viktors Ellers y Signe Riucena – Teatro Liepajas de Letonia.