Dar lugar
El carácter de incidental que se le confiere a ciertos elementos escénicos destinados a generar un lenguaje de acompañamiento, también devienen verdaderos metarrelatos que sirven para acentuar y confrontar lo que se entiende por línea principal. La pasividad que supone decir ‘acompañamiento’ va en pos de sostener resoluciones que de otra forma quedarían en posición precaria o terminarían cayendo en la inoperancia. No es raro que la música se use como desencadenante emocional y pocas veces se la postule como un elemento de alternancia y diálogo. Declarar la autonomía de todos los elementos accesorios de la composición lleva a contemplar la participación de creativos que aumentan la complejidad de ese trabajo de construcción y diversifica el campo decisional del espectáculo, abriendo un terreno de debate interno que sutilmente no pocos directores se mostrarán poco propensos a facilitar. Es que esto dispara el concepto de una dramaturgia de lo sonoro, de lo visual, de lo objetual. Cada uno de esos andariveles de lenguaje sigue una lógica que articula al lenguaje general. El andamiaje probabilístico se profundiza y requiere, para redituar, de mayores especificidades de sus buceadores. La calidad de los hallazgos diarios se verá en la medida que los elementos juegan ese azar, para que las coincidencias significativas instalen los mojones, que unidos, definirán la forma impensada de la obra creativa.
No extraña que algunos de estos pasos, a mérito de ejercer la visión particular del director, se sustraiga del proceso de creación. Así se consuma una cierta posición política, de ejercicio de una mal entendida autoridad, relevando a los signos creativos de alcanzar su grado de ostensión y sugerencia epifánica plena. Un cierto ejercicio del poder, propio de la estructura en la que el proceso creativo se lleva a cabo, relevará de llegar al meollo que una audacia completa podría brindar. Es el momento en que se ejercen los saberes legitimados, el oficio y en definitiva no se da lugar. Es que dar lugar es el rasgo de una forma de coraje e integridad. Una forma de desplazar yoísmos malignos. Deponer el brillo de las magníficas personalidades y temperamentos artísticos, y dejar que la alquimia profunda ocurra.
Se trata de no intervenir, de diluir el ejercicio autorreferencial en distancias que luego pueden evaluarse como objetividad. Tener agallas para sostener las tensiones de una búsqueda hasta que los elementos acrisolen una forma entendida como solución escénica, la que impone en primer término, poder deslindarse de la inseguridad psicológica que implica la posibilidad de que todos los elementos mencionados, se auto-organicen, entendiendo este paso, como la capacidad de armonía que traen implícitos los ingredientes escénicos. Toda intervención a esa capacidad de la autoforma es el triste temor a un tiempo, a que la solución estética no llegue. Entonces, bueno será forzar la naturaleza salvaje de todos los accesorios, para obligarlos a una salida cultural, convencional. Y ser aplaudido por ello. Esta debilidad es una estafa, una cobardía del oficio.