A propósito de un tal Mariátegui
Me pregunto si hacer teatro no es más que el mero pretexto de un intento de entender y comprender la vida y la existencia a través de las invenciones de unos, de otros y de las propias. A través de los miedos y los juicios de los actores y de los autores.
Hacer teatro, pretexto para escudriñar en las otras mentes la mente propia, diseccionar el porqué de cada movimiento o el para que de cada acción. Ese darle sentido a la vida del otro para encontrar el propio.
Abro los ojos y encuentro tendido a mi lado a un pequeño hombre delgado y que pareciera enfermo, es curioso, sus ojeras son extremadamente atractivas, tanto más que sus ojos… y sus ojos son un universo que invita a explorar una vida de 100 años.
Mi recuerdo dice que me acosté sola, me asusto y me siento. Ahora lo descubro de pie frente a mí, es cojo, muy cojo y sonríe, parece que sabe mucho y siento miedo de saber lo que él sabe.
Me levanto y corro a lavarme la cara, lo encuentro en el espejo… habla, tiene voz chillona y sin embargo es tan bello escucharle que me catapulta a mi escritorio casi danzando sus palabras bellas «Renací en tu carne cuatrocentista como la primavera de Botticelli…»
Me siento frente a mi mesa de trabajo, no veo la mesa, solo veo papeles, textos, biografías, reproducciones de cartas y documentos de un perfecto desconocido. Un hombre pequeño débil de voz chillona, nariz aguileña, muy brillante él y muy cojo. Un tal José Carlos Mariátegui.
Reviso algunas letras, parece muy importante a razón de su ideología, sus ilustres escritos. Un hombre traducido a idiomas varios. Un hombre tan admirado por sus seguidores como cuestionado ferozmente por sus detractores…
Descubro biografías que hacen sombra o simplemente omiten periodos de su existencia, como queriendo proteger a la figura de juicios morales… evitando «manchar su imagen impecable» Y es ahí que como vieja chismosa me quiero meter.
Justo ahí me quiero meter, a esas zonas ocultas que hacen al hombre hombre, que humanizan al humano, que lo bajan del pedestal y lo acerca al resto de los mortales. Tramos del camino ocultos por algún biógrafo que no por él, quien hizo su vida como quiso o como pudo pero a telón abierto.
Bello descubrir la existencia de Gloría María, o mejor, como el prefirió llamarla «María Gloría» Esa hija de su relación con Victoria, por cierto no muy nombrada… Y que aún vive, la primera en nacer y al parecer la última en morir.
Y así adentrándose en ese ser que ya no sé si es mi padre, mi hermano, mi amigo o mi amante, un tal Mariátegui, descubro en su cojera la mía, y en la amputación de su pierna, mi vida tantas veces amputada, por partes, como el común de los mortales, pero amputada al fin y al cabo
Y así las cosas…
Un placer este santo pretexto por intentar entender, comprender…