Tío vanka/Anton Chejov/Deutsches Theater
Vania en Berlín
La exhibición en régimen de repertorio tiene un gran atractivo, porque ofrece la posibilidad de ver obras de teatro con un amplio lapso temporal y apreciar el proceso de maduración que, de ordinario, presenta una interesante curva ascendente hasta que la rutina o el manierismo se apodera de la producción. No es el caso de este Tío Vania estrenado en 2008 en el Deutsches Theater de Berlín (visto de nuevo hace unos días), al que el paso del tiempo deja poso en la interpretación, donde sobresale Constanze Becker (Elena Andréivna) por encima de un buen elenco.
En esta propuesta de Jürgen Gosch, destacan tres elementos: la adecuación del tema principal al espectador berlinés; la sobriedad estética de la propuesta, marca de la casa; y los signos que incorporan los actores, medidos y exactos. El texto de Chejov permanece en su integridad, sin que sea perceptible intervención alguna; ahí siguen el extenso y expositivo acto primero, y el epilogal cuarto, que extienden el tedio y la frustración de los personajes hasta el infinito. El director profundiza en la caracterización de cada uno de los personajes: en la línea propuesta por Chejov, se perciben dos trabajos, acentuar la diferenciación y ofrecer una amplia panoplia de caracteres, donde el espectador puede reconocerse sin identificarse emocionalmente.
A Gosch lo que le interesa mostrar es el tedio existencial, las continuas confrontaciones por nimiedades y, sobre todo, la imposibilidad de cambiar el curso de la historia por una especie de fatum que condiciona la situación y el futuro de los personajes, aunque se aprecien comportamientos previos de signo contrario, deseos o actitudes que demandan un cambio de rumbo. En este sentido, la frustración de Elena que continuará como dócil esposa del viejo profesor Alexander Serebriakov, se erige en metáfora de un mundo cerrado y establecido, que no admite transformaciones, aunque todos los seres humanos, excepto el profesor deseen hacerlo. Asimismo, resulta elocuente el recorrido de Vania y Sonia, que toman mayor conciencia de su equivocación vital durante la visita de los Serebriakov a la casa de campo, pero que no podrán modificarla porque el «patrón» (Alexander) no cae en la cuenta de que personas y situaciones necesitan una transformación. En este ambiente el conocido monólogo final de Sonia resulta desgarrador, pero estéril.
Esta lectura de Tío Vania se amplifica con el diseño escenográfico y de iluminación. El espacio es un artefacto dentro del escenario, amplio y cerrado: ninguna abertura al exterior en las paredes y ningún objeto para adorno de las paredes o sobre el escenario. Pintados suelo y paredes de un color terroso, que no produce ningún encanto: Lugar inhóspito y cerrado. Dentro de este espacio claustrofóbico, permanecen los actores durante toda la representación: cuando interpretan, ocupan su área de actuación; cuando están ausentes de la acción, permanecen en escena pegados a la pared derecha, estáticos y ajenos, a cuanto se desarrolla. Es una manera muy propia del teatro alemán, pero es también un subrayado de ese mundo opresivo que encierra a la condición humana. Al tiempo es una ocasión, para destacar la historia sobre los personajes y para que el público vea el juego dentro fuera del teatro brechtiano, muy marcado por el director que pide a los actores la construcción de situación y personaje en el corto trayecto que separa pared de área de actuación, y la rápida salida del personaje concluida su escena.
La iluminación monótona y monocroma, con escasos cambios de intensidad o tonalidad, incide en la detención del tiempo y el inmovilismo. Además, para quitar cualquier atisbo de ilusión deja la luz de la platea encendida durante el primer acto y al comenzar la segunda parte con el arranque del acto tercero. Este igualación de la luz, de escenario y sala, característica en las propuestas de Gosch, refuerza el sentido de juego, impide la ilusión, crea distancia y suprime empatia entre personajes y espectadores. Se permite la instalación de un potente foco reflector que produce unas sombras muy acudas de los actores sobre la pared del fondo del escenario.
El tercer factor de interés se concreta en la amplificación de los signos cinésicos y proxémicos en todos los actores. El trabajo del actor en la construcción de su personaje en ese breve trayecto de la pared a la zona de actuación, arranca con el gestus social, con el elemento definitorio de su estatus y momento psicológico del personaje en la circunstancia de la escena, que luego desarrolla y potencia en la confrontación con «el otro». Para ello, marcan mucho el dibujo expresivo de cuerpo y cara, sin exageraciones, y se apoyan en signos paralingüísticos, que se transforman en la evolución de la propia escena.
A pesar de este dibujo, que podría parecer psicologista, no se produce la identificación espectador personaje, porque este último asiste al proceso de construcción y de deconstrucción de la escena, por el trabajo del actor, y por las pausas y el tempo lento que Gosch impone en el tránsito de una escena a otra, rompiendo cualquier clase de continuidad emocional; el dibujo de los movimientos en el espacio también rompen posibilidades de empatizar, porque los recorridos, la velocidad en los mismos, las distancias y la composición de cada escena están más pensados en su significación fabular que en la acentuación de las emociones. Este planteamiento del tempo incide por otra parte, en ese tedio, desesperación o lucha impotente contra el fatum. Por último, destacar que la presencia escénica de Constanze Becker, cualidades de la actriz potenciadas por la propuesta escénica, hace que el peso de la historia lo lleve Elena Andréivna, en vez de Vania; ella podría cambiar el rumbo de la historia, pero opta por asumir las decisiones de Alexander.
José Gabriel López Antuñano
Obra: Tío Vania – Autor: Anton Chejov – Director: Jürgen Gosch – Escenografía y vestuario: Jhannes Schütz – Iluminación: Henning Streck – Intérprteres: Constanze Becker, Christian Grashof, Meike Droste, Gabrielle Heinz, Ulrich Matthes, Jens Harzer, Bernd Stempel, Christine Schorn y Rahul Chakraborty – Deutsches Theater. Berlín.