Madách Nemzetközi Szinházi Találkozo
El Teatro Nacional de Budapest de la mano de su director Attila Vidnyánszky ha dado un nuevo impulso en los dos últimos años a este festival internacional que se desarrolla en la sede del teatro a orillas del Danubio. Algunas notas distintivas, la variada selección de espectáculos del Piccolo Teatro de Milano al Odin Teatr o al Teatro de La Abadía, sin olvidar otros representativos de estilos diferentes y procedencias geográficas dispares. No faltan los espectáculos húngaros y entre ellos dos de significativos directores, Zsótér o el propio Vidnyánszky. Magnífica respuesta del público, llenando los diferentes espacios del Teatro Nacional.
En el apartado de acontecimientos, dos relevantes: La Abadía y el Bugtheater de Viena. Ya conté que Hacia la alegría de Oliver Py no obtuvo el placet, porque el director francés en su papel de enfant terrible realizó unas declaraciones poco afortunadas, entrometiéndose en la realidad político social de Hungría. No hay mal que por bien no venga, y Gómez cambió a Py por los Entremeses cervantinos. Gustaron mucho, con un texto traducido con mimo y excelencia llegaron a los espectadores. Comentarios muy positivos para todos los actores, que intentaron chapurrear un macarrónico inglés, hasta que las anfitrionas les propusieron expresarse en la coloquial lengua de Cervantes. Ahí terminaron las incipientes dificultades del montaje.
Gómez, en el coloquio con los espectadores, estuvo magnético e intrigante. Aprovechó para definirse como socialista y para mostrar su prudencia ante preguntas incómodas. ¿cómo puede sobrevivir un socialista de pro, según manifestó, al frente de un teatro subvencionado por la derecha? No incomodándola. Formulando consultas previas, cuando algún espectáculo puede incomodar, fue el tenor de su respuesta. Elegante aprovechó para apuntarse un tanto en relación a la formación de actores de la Abadía.
La otra cara de la moneda la protagonizó el Bugtheater vienés. De todos es conocido que las relaciones entre húngaros y austriacos nos son fluidas. En el recuerdo los polvos del imperio austro-húngaro que enlodan, todavía, las relaciones entre los pueblos. Vidnyánszky rompió una lanza a favor de la distensión e invitó al teatro señero de la burguesía vienesa a representar La gaviota. ¿Chejov, con un montaje clásico, podría provocar un problema? Nadie podía esperarlo.
La escenificación de Jan Bosse discurría con corrección, pero sin alardes. Podía quedar como una más en el tan visitado autor ruso. Sin embargo un actor, cuando ya se aproximaba el momento de escuchar el último disparo, disparó. Interrumpió la representación y leyó en la siempre difícil lengua húngara un panfleto en contra del conservadurismo húngaro y de los problemas infligidos por húngaros a austriacos.
Salida de tono. Incomodidad. Humillación a un público correcto hasta ese momento. Vidnyánszky, probablemente advertido, reaccionó de manera inmediata y proyectó algunas diapositivas sobre la escena, que mostraban la crueldad de los austriacos en tiempos nazis y las atrocidades cometidas sobre el pueblo húngaro. No se escuchó el disparo, tapado por las detonaciones. Una absurda provocación de un actor descortés que nada ayuda a normalizar relaciones de convivencia.
La troupe de Barba con un espectáculo made Odin, The chronic life, visto conceptualmente hasta la saciedad en España, pero que gustó porque para la mayoría de los espectadores significaba el primero visto a estos viejos rockeros. Poco que oponer, salvo el agotamiento de un modelo, pese al entusiasmo de Barba, con sus tradicionales sandalias y coloquio del sesenta y ocho. Nostalgia, porque el Odin no ha sabido (o no ha querido) renovarse y cierra un ciclo de un teatro muy interesante en su soporte antropológico y técnica, pero que no evoluciona por la obsolencia en el tratamiento de los temas o y por los clichés interpretativos de los respetables, pero viejos rockeros/as.