Mar y montaña
Huele a verano, huele a versos sueltos, a propuestas que nos encaminen por pueblos y ciudades a estrujar la alegría de vivir, las paradojas de la vida. Calles, plazas, espacios públicos convertidos en platós de televisión, perdón, en escenarios para repetir las tendencias escénicas más sencillas y simples, pero en su versión simplona. Estamos en un fase en la que el discurso se coloca siempre en la parte mercantil o personal olvidándose de su función social, colectiva, artística. Es una sensación pre-veraniega fruto de un desbloqueo de mis prejuicios. Los dejo sueltos porque me estaban provocando una inflamación.
Así, liberado de algunos de mis preventivos diques blandos prefabricados con un compuesto de buen rollismo, compasión y condescendencia, digo otra vez que el panorama visto desde la torre de marfil en la que habitamos los que no estamos en las listas de bodas ni en almoneda, es lamentable. Existen proyectos solventes, obras que funcionan, estructuras institucionales que protegen, medios de comunicación que bailan las aguas del que pone la publicidad o la puede poner, pero la verdad, dicho sin acritud, es que no hay futuro, porque los públicos ahora mismo tiene un gran debate, si ir este fin de semana al mar o a la montaña. Y perdonen la tontería lunática.
No parece que exista en nuestras carteleras, en nuestras programaciones, en nuestros festivales nada inspirador, todo es rutinario, de mercado, de oferta y demanda de perfil bajo. No hay ni ideas fuerza, ni movimiento estético, ni apuesta socio-político más allá de la coyuntura externa. Nadie lidera, nadie es el Gran Maestro, no tenemos a la Gran Autora a la que imitar, todo es un mundo mediocre fantástico, desmotivado y desmotivador. Porque los jóvenes vienen con lo digital en el código genético y hasta hoy el teatro es analógico y no puede dejar de serlo sin convertirse en otra cosa.
Y lo más desolador es que en la campaña electoral que estamos sufriendo todo lo que se intuye en estos rubros es patético. No tienen ni idea, se asesoran de los más oportunistas, de los que están buscando un puestecito para seguir medrando, nadie ha escrito una línea que diga con claridad que van a hacer con los edificios teatrales, sus casas de cultura de manera específica, sin generalidades, no con un eslogan barato de supermercado. Es decir, no se ve nada nuevo en el futuro inmediato. Como mucho cmabiarán a alguien de un puesto de responsabilidad y si tenemos suerte tendrá una mejor sensibilidad, no hay que esperar mucho más. Que sea un colega y nos reciba y nos dé una palmadita en la espalda, porque sus intereses son otros y porque su visión del teatro, de la cutura, es algo secreto, que consiste en ver cómo se llenan plateas de consumidores y se despueblan de ciudadanos y aficionados críticos.
Así que nos quedamos solos, somos muy pocos los que estamos en otra idea, en otro tiempo, en otra visión. Nos reconocemos, podemos acabar siendo la secta de los amargos, de los que pinchan los globos o apagan el tocadiscos en los guateques, pero alguien tendrá que decir que el rey va desnudo, que el teatro en el Estado español está, globalmente, mal, tirando a muy mal, con un pulso al borde del colapso.
–Quita el párrafo anterior, ¿por qué te empeñas en generarte más enemistades, no ves que todos están tan contentos en esta situación?
–No te escucho conciencia líquida y menestral, hoy me dejaré llevar por el espíritu de la transición de la estulticia a la fase material moldeable.
–¿Qué has dicho?
–Que me acuerdo de mi abuelo que me decía, «Carlitos, no hay más remedio que labrar con estos bueyes»
Lo tengo decidido: iré a un lugar de monte junto al mar.