Un teatro sin fronteras
Desde que me interesé por la difusión y validación del teatro latinoamericano en Madrid, me encuentro cada cierto tiempo atrapada en un dilema que después de enredarme y encresparme los pensamientos, termino acusando de absurdo, quizá por incompetencia. Si bien intento escabullirme de las convenciones impuestas, vuelvo a utilizar los mismos conceptos que me gustaría evitar cuando debo otorgarle un nombre a los proyectos en los que trabajo, en su mayoría divulgativos de la dramaturgia iberoamericana. ¿Latinoamericana, iberoamericana o hispanoamericana? Pongo estás palabras con signo de interrogación para subrayar que desde mi percepción expresan, parcialmente, lo que me gustaría formular: la existencia de un teatro sin fronteras.
¿Por qué será que cuando nos hablan del teatro europeo entendemos, o al menos percibimos algo «homogéneo», a pesar de que en Europa también hay distintas tradiciones culturales, se hablan muchas lenguas y su teatro tiene siglos de historia? ¿No resulta algo impreciso? Lo cierto es que omitimos la ambigüedad. Pero cuando nos referimos al teatro del «nuevo» continente, en cambio, intentamos ser más consecuentes y precisos.
Que yo sepa la mayoría de habitantes de América se comunica en español. No obstante, en las geografías del norte del continente se habla en inglés y francés, mientras que en el sur, en portugués. Y claro, entre punta y punta muchos otras lenguas, algunas al borde de la extinción. Precisamente este panorama general, aproximado, vago, me pone en crisis cuando coqueteo con la idea de un teatro hispanoamericano, pues aplicar tal noción supondría marginar el teatro que se hace en Brasil.
Muchas veces he escuchado una sentencia lógica que en este instante pongo en cuestión: hablar el mismo idioma supone más empatía ¿cultural? Debo decir que, como colombiana, no puedo evitar identificarme más con los garotos y las garotas, que con los chulapos y las chulapas.
Pero como al parecer no podemos hablar de un teatro americano, porque las películas de Hollywood no hacen sino repetirnos que América no es un continente sino un país, la gente como yo, se decide por el enunciado «latinoamericano», pues parece un apelativo más apropiado, siempre y cuando lo que se pretenda sea divulgar las dramaturgias que se producen en la América en la que se habla español o portugués. Creo recordar que el concepto funciona para identificar en las tierras americanas aquellos lugares en los que se dialoga en lenguas latinas o las derivadas de las lenguas romance como: el español, el portugués, el francés y el italiano. Por lo tanto, su aplicación margina completamente al teatro hecho en España y en Portugal. Esto siempre puede ser una opción. Pero ¿por qué debería omitir las manifestaciones teatrales españolas y portuguesas de mis proyectos? ¿Por qué no son manifestaciones teatrales americanas? Esta lógica empieza a teñirse de absurdo. El teatro es teatro. Y si por ejemplo, lo que me interesa destacar son las estructuras dramáticas, o los efectos, o las formas de construcción ¿qué pasaría?
Entonces probemos con algo diferente, experimentemos con la idea de un teatro iberoamericano. Teatro iberoamericano, suena bien. Hasta parece agraciado ya que el enunciado acrisola y restablece un antiguo vinculo por variopinto que sea: Iberia con América. Sin embargo, no puedo evitar mal pensar, cosa que a veces puede resultar entretenido y encontrar, entonces, un defecto: el concepto vanagloria de manera sutil aquel pasado histórico que desde el otro lado, es decir, según la perspectiva de las comunidades que antes de ser ibéricas no lo eran, se experimentó como un allanamiento.
Bueno, tampoco ignoremos que las nociones pueden modificar sus significados con el transcurso del tiempo… Y no tienen que corresponderse, necesariamente, las viejas definiciones con las nuevas interpretaciones… El asunto es que no estoy muy segura de que este sea el caso.
Lo que me incomoda de tal terminología es que pone el énfasis en las limitaciones territoriales, en las fronteras, en la separación, en las cuestiones de dominio, de poder, de sometimiento, subraya un orden establecido que hay que poner en duda, en definitiva ocultan el escenario de una batalla que, puede ser incluso, ideológica.
Mi carencia, además de la incompetencia para solucionar estas cuestiones, es la de no saber en donde buscar un nuevo enfoque, una nueva manera de pensar y de definir el teatro independientemente de la lengua y las fronteras, pues en el teatro, tengo la sospecha, lo fundamental no es el territorio en que se produce, sino la acción, el movimiento, la complicidad, el encuentro, en definitiva el hecho teatral.