Actos de resistencia
Estaba desempolvando algunos archivos, los que se coleccionan sobre el escritorio, cuando descubrí que el pasado seis de junio el Teatro la Candelaria cumplió cuarenta y nueve años. Después recordé los cincuenta y ocho que tiene la Revista Primer Acto. Es mucho tiempo. Casi medio siglo de mantener a flote un proyecto en el que se cree. Como ellos, hay muchas otras iniciativas que se conservan, a pesar del transcurso de los días, los meses, los años. Y yo, que soy relativamente nueva en esta vida, no dejo de preguntarme ¿cómo se puede creer tanto en una cosa? ¿Qué hay en el teatro que compromete la vida de muchas personas durante tanto tiempo? ¿La fama y la fortuna que está tan de moda y que la mayoría de los mortales desea? No creo. ¿Fanatismo? Bueno, reconozco que hay fanatismo en el teatro, no lo voy a negar, como también en muchas otras manifestaciones de la cultura, pero en los casos mencionados dudo que se trate de eso.
Cuando el ilustre Nietzsche asesinó a Dios… Un momento… creo que acabo de expresarme como si fuera el titular de un periódico sensacionalista. Corrijo, cuando Nietzsche anunció la muerte de la idea de Dios, cuenta la leyenda que el hombre quedó huérfano, perdido y separado del vínculo ancestral que lo conectaba con el mundo. Sin embargo, permaneció muy viva su necesidad de creer en… algo y posiblemente esto fue lo que le indujo a extender su comportamiento religioso hacia ideas como el progreso, la utopía, la revolución, el amor, el arte, el teatro, entre otras.
Si bien esto explicaría, en parte, el por qué apreciar al teatro tanto como para dedicarle la vida, no revela por qué un grupo de personas es capaz de mantener el mismo proyecto durante años… es como si hubiera una convicción, lo que por supuesto considero admirable.
Paradójicamente el teatro es efímero. El encuentro entre espectadores y actores es fugaz. Presenciar un espectáculo es un acto único. No obstante, esta condición perecedera, breve, mortal, trasciende cuando ese proyecto que se llama grupo, compañía, bululú, festival, revista, escuela, organización sin animo de lucro, etc, etc, etc, extiende raíces tan profundas, que cuando la crisis económica, social y existencial viene, y aniquila con aquello que no está bien sembrado, en vez de desaparecer, de borrarse y morir, sigue creciendo.
Tengo la loca idea de que esta prolongación en el tiempo, esa permanencia, ese mantener a toda costa el proyecto teatral en el que se cree es una actuación, una acción de obstinación, en el buen sentido, y consistencia. Es una manera de defender una intuición, un sueño, una mirada, una percepción. Es un hacer algo por la idea en que se cree, por el teatro que se quiere, por mantener la memoria viva. Prolongar en el tiempo el proyecto en el que se cree, crecer con él, desarrollarse en él, con todos los obstáculos que eso implica, es sobre todo un acto de resistencia.