Zona de mutación

Carne de relato

Por alguna razón adjudicable a carencia técnica, simple ignorancia, es dable ver obras teatrales en la que los actores parecen estar en escena ‘a lo que salga’. Que fue el reproche que un ilustre jugador argentino le hizo a la selección de su (nuestro) país, como la causa central que le impidió, aún con jugadores destacados en todo el mundo, obtener el máximo trofeo americano a ese rubro.

Dicho comentario, de inocultable utilidad, aludiría a una falta de protagonismo o más precisamente a la falta de un decidido ‘plan’ para ir al frente, para ganar. En términos escénicos puede pasar que se conciba al espacio teatral como una prerrogativa en la que se dan por descontados los factores de interés, o se los hace jugar de esta forma ya desde la escritura del guión. Esto es, sin un plan acabado para ir al frente, que tematice bajo alguna luz examinante, perceptiva, como para ser capaz de seducir la atención de los asistentes (sin calificarlo aún de audiencia, espectadores, público).

Si la escena no es una petición de principio que pre-existe a toda voluntad constructora, cinceladora, es que abre el secreto desafío, de carácter tan general, que la definición para instaurarla, estar en ella, debe asumirse desde los detalles y planos más impensables que sea dable considerar. Es que no se hace teatro sin presuposiciones, sino que antes bien, es una ‘idea singular de teatro’ la que clava bandera en un territorio, se diría desde cero, para remontar con enjundia artística una necesaria identidad del creador, del decisor escénico.

Esa orfandad de medios tiene como contraparte la exigencia de una exuberancia, una plétora en condición de vérselas con el vacío escénico, el cual (se sabe) es muy propenso a tragarse, como un ‘maelstrom’, los devaneos, las improvisaciones blandas.

Al decir de Christian Salmon estamos en la era del ‘storytelling’, para lo cual, la contra-historia que se des-cuenta, que se rebela a ser relatada y que muy bien puede intuirse como estrategia artística, es a costa de una confrontación táctica rica, voluminosa. Estos desmantelamientos ‘a lo que salga’ no son sino cobardes hocicamientos apenas disculpables por el no darse cuenta que atavía una ignorancia tan legitimada en su efervescencia.

El riesgo que se corre es que a la postre lo que se hace no tiene más motivo que ocultar lo que no hay, fingiendo que sí hay. Optimizando una carencia que se exculpa en la enajenada idea que se está en un lugar que no se ha creado. Que se está en algún supuesto territorio que se da por asegurado pero cuya certeza depende de un acto fundacional que se origina allá donde se discierne el contar la propia historia y no el de ser el lubricante que da libre curso a ser formateado por ese sistema de generación de historias en la que no es que somos contados, sino peor, donde ya fuimos contados, y donde a la primera de cambio, pasamos a ser instrumentos desechables de su relato dominante.

A la entereza que se tiene para oponerse a ese relato es a lo que llamamos en teatro ‘dramaturgia’.


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