Críticas de espectáculos

Sócrates/Alberto Iglesias/Mario Gas/61 Festival de Teatro Clásico de Mérida

Un Sócrates con poco Gas

 

Con este «Sócrates», estrenado en el Teatro Romano, se nota una vez más que las esplendorosas propuestas artísticas manifestadas en los programas de mano y entrevistas (Babelia, El Cultural…) no justifican la realidad de lo que luego sucede en el escenario.

Sin duda, tratar teatralmente el tema del filósofo Sócrates, que no dejó nada escrito, resulta difícil pero interesante. Supone, a priori, contar con el privilegio de un personaje ya consagrado, pero para los autores de la dramaturgia –Mario Gas y Alberto Iglesias-, que tan sólo se han centrado en contar la vida y muerte del ciudadano, según los textos de Platón (Fedón y Critón) y del historiador Diógenes Laercio, también necesitan asumir una propuesta clara más allá que la indigestión de ideas «magníficas» que sólo han estado en sus mentes y, sobre todo, en la del director del espectáculo en su intento teórico de subrayar situaciones que, en las enciclopedias, se descifraban por si solas.

En este «Sócrates» la obra teatral apenas ha existido. Lo que se ha visto en el escenario romano ha sido un relato dramatizado parecido al espectáculo «Fuegos» basado en los textos de M. Yourcenar (esplendidos monólogos representados en la edición del Festival de hace dos años). Un relato basado en el juicio que sufrió el filósofo tras haber denunciado la corrupción de Atenas y el papel manipulador de la religión oficial. Pero un relato ausente de hálito creador y necesitado de mayor ambición textual y de una mecánica teatral. Un relato rebuscado y algo trasnochado en la traslación de la imagen del personaje y que apenas logra una buena síntesis y fuerza dramática. Sus diálogos y monólogos resultan monótonos y la sobrecarga retórica hace que estos pesen bastante a lo largo de la representación.

Lo que si he percibido es un disimulado intento de copiar la intención social y política del drama «Sócrates» estrenado en Madrid en 1972, que fue una de las creaciones más originales de Enrique Llovet, centrado en la persona, las ideas y el final del gran filósofo griego, en donde el autor revela su peculiar profundidad crítica y Adolfo Marsillac su arte como director y actor. Recuerdo que en aquel «Sócrates», que sí era una pieza teatral, se estaba gritando –literaria y artísticamente- la urgencia del cambio del régimen franquista: el sistema democrático y las libertades políticas, que la cultura griega, su filosofía y su teatro, defendían desde hacía siglos.

La puesta en escena de Mario Gas, realizada en un indeterminado espacio circular, que «vale» para todo y lo confunde todo, en esas idas y venidas -el flashback- de las escenas en el tiempo y el espacio, se ha quedado a menos de la mitad del trayecto, con muchas carencias y fallos: el montaje se excede –con ritmo inadecuado y casi ausente de atmósferas- en la contención estática de sus acciones, con más recitado que interpretación; al personaje de Sócrates apenas se le saca partido en sus diálogos (que son la esencia de su sistema de enseñanza, la mayéutica); tampoco logra una caracterización física aproximada al de un hombre desaliñado, de aspecto rechoncho, con un vientre prominente, ojos saltones, como se le atribuye (especialmente por Aristófanes). Luego está el engaño del supuesto público del Teatro Romano al que se dirigen los personajes, que no es activo, como dicen, sino todo lo contrario: utilizan un público pasivo al que le ponen una ridícula grabación que no se sabe lo que dice. Y podría seguir…

En la interpretación, fue José María Pou quien salvó el espectáculo. Su presencia escénica y energía en sus registros de voz sobresalen a pesar del aire plúmbeo que nace del texto. Pero el actor no consigue aquí hacer el mejor papel de su carrera, como había pretendido. Y no ha sido por la incómoda y poco creíble muerte del final, o el «morcillón» –especie de aparte improvisado- que suelta durante la representación pidiendo al público que apaguen sus móviles, sino porque el texto y el montaje no se lo han permitido, por estar hechos con poco Gas. Conozco la admirable trayectoria de Pou y le he visto hacer trabajos mejores. En Extremadura fueron deliciosas sus actuaciones en «Golfus de Roma», en el Teatro Romano (1993) y «El médico a palos», en campaña por los pueblos de la región (1978).

Carles Canut (Critón) está apagado. Sobre todo, en la escena donde trata de convencer a Sócrates de que no tome la cicuta, que sufre una bajada de tensión y desmayo. Amparo Pamplona (Jantipa) sólo se crece con intención y emoción en un monólogo. El resto de los actores deambulan por el espacio circular como pasmadotes y algo chillones en el coro.

El saludo estuvo bien montado desde todos los ángulos. Alargó los aplausos de la claque de invitados y del generoso público asistente.

José Manuel Villafaina


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