La voz antigua

Tiempos de carencia

Hoy dieciocho de Julio de 2015, hoy dieciocho, hoy.

Hoy, ahora, aquí, me encuentro escribiendo de nuevo, tras un mes de ausencia involuntaria pero consciente, necesaria o no; no iba a ocurrir, la ausencia, la no escritura, la carencia, pero ocurrió. Me encuentro escribiendo y no actuando, gerundios en tiempos distintos, estados distintos, ambos de carencia.

Hoy dieciocho de Julio de 2015, escribiendo en carencia espacial y en exceso de temperatura; escribo sobre la carencia y desde la carencia, sobre los estados carenciales y las carencias que asumimos para poder ser y estar donde queremos y creemos que tenemos que estar.

En los estados carenciales, un libro homónimo de Ángela Varley, sus personajes se lanzan en busca de la felicidad, por, a pesar o a través de la carencia. Vivimos en tiempos de carencia (¿a pesar de tenerlo todo?) o en estados de carencia, la carencia forma parte de nuestras vidas en ese día a día en el que cubrir las necesidades ¿básicas? ocupa todo nuestro tiempo.

Defina usted «básico». No sé. Otra carencia.

Hoy, dieciocho de Julio no estoy actuando, en Sartaguda, un pueblo de Navarra en el que muchas de sus viudas empezaron a serlo otro dieciocho de Julio de hace setenta y nueve años, un dieciocho de julio en el que comenzó otra carencia, espacial, física, temporal y de falta de escrúpulos, gran carencia; las carencias de este, hoy, dieciocho de Julio son otras: económicas, temporales y estructurales, la viabilidad económica de los proyectos teatrales es un misterio, otro tipo de carencia.

¿Dónde está el límite entre hacer y producir?, ¿hacedor o productor?, ¿hacedora o productora? mujer que nunca engendrará, como no sean libros u obras de teatro, otra carencia, adquirida en el tránsito.

¿Merece la pena apostar por lo que uno cree?, sí, a pesar de todo y por todo, a pesar de las decisiones y de las carencias, merece la pena, el tránsito, sí, aunque sean tiempos de barbecho o de calma chica o de ausencia o de precariedad, aunque en el camino aparezcan sillas que nos inviten a parar.

Como diría Silvio (Rodríguez):

«El que tenga una canción tendrá tormenta, el que tenga compañía, soledad. El que siga un buen camino tendrá sillas, peligrosas, que lo inviten a parar. Pero vale la canción buena tormenta y la compañía vale soledad. Siempre vale la agonía de la prisa, aunque se llene de sillas la verdad»

El teatro se llena de sillas, de verdad.


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