Zona de mutación

De qué lado está la ficción

De qué manera la ficción absorbe el protagonismo de nuestras vidas. O quizá sea una pregunta mal planteada. La ficción conecta a los imaginarios y desde allí, corre como metarrealidad, esquivando la atrapadura de los aparatos, por empezar el de las propias prevenciones. La enajenación, que por vía de ilusión puede hacerse a ese plano ‘otro’, puede adquirir tal grado de credibilidad para el percipiente que sus afanes por optimizar la captación de estímulos externos, serán puestos en relación proporcional al nivel de subjetividad que se adquiere o desarrolla. Dime el grado de capacidad de crear subjetividad que adquieres y te diré el grado de amplitud de captar la realidad que tienes. Es verdad que esa subjetividad, se eleva más que como una metarrealidad como un estrato propio de la profundidad que nos merece su percepción. La ficción no estaría sino ilustrándonos algo que de por sí, ya está en nuestro interior. Será ese quizá el aspecto que preocupa a tanto censor explícito o implícito, cuando lamenta los peligros de penetración casi para-normal que un percipiente desarrolla por la imbricación del ordenamiento de hechos, imágenes, sucesos, inventados. El miedo del censor al poder ficcional. Es que constiruyen un mundo capaz de revelar a otro. Los censores aman los mundos compactos, de una sola pieza. Con todo, hay una diferencia entre fantasear lo que está del otro lado del espejo, sublimación de los deseos, corporización virtual de lo inexpresado, en fin. Pero, aceptar que del otro lado del espejo irrumpa un supramundo a hacer de ‘este lado’ una carne de sus digerimientos, es francamente espantoso, atroz. Que los espejos que doblan la realidad reconocible, sean desbordados por el otro lado del espejo que se aviene a pasar los umbrales hacia este lado de las cosas, dirán algunos, no sólo certifica la doblez tenebrosa en tanto la negamos como opción y posibilidad, sino que anula las fronteras montadas para reconocer sus diferencias. Realidad y fantasía, realidad y sueño, realidad y ficción como la única cosa, enarbolan la sospecha que los molinos de viento engañan. No son los fracasos de nuestros aparatos perceptores, es la realidad compleja que nos avasalla en sus potencias, que nuestros sentidos apenas pueden esquematizar en algunas formulitas maniqueas y gracias. Más que nada, más que todo, la ficción es un desafío perceptual. Los chamanes, los artesanos capaces de convocar a las fricciones necesarias para hacer saltar los lindes de una conciencia-inconsciencia, realidad-fantasía, vigilia-sueño, portan un talento a-sistémico pasible de persecución. Que pueda llover con sol, que los deseos se cumplan, y tantas infinitas variantes, es una cualidad digna de enmarcarse en las políticas de administración de lo que es humano. La formalización de lo humano está regido por los ministerios de planeación. La evolución biológica está dictada por protocolos que lo sumen en algunas pocas propiedades y no en sueños arcaicos que podrían recordarle a un organismo que alguna vez volaba de sólo quererlo. La tendencia procaz de los cuerpos a desequilibrarse, a entrar en vibración y éxtasis, a vaciarse y hartarse, a explotar y concentrar, a expeler y acumular, a tocar y aislar, es la anamnesis que rompe el formateo y habilita una percepción esférica, concordante con los radios equidistantes que miran de la misma forma a todos los puntos del cosmos. La ficción no es sino la ruptura de una sensibilidad determinada.


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