Zona de mutación

Robándole las armas al enemigo

Pensar las plataformas de sustentación de los artistas, sus pisos morales, técnicos, humanos en general. Su realidad psicológica, perceptiva, económica. ¿Existe la mentada diferencia que lo faculta para especificidades que otros hombres no disponen? ¿Se trata apenas de un ejercicio de voluntad o de una ardua preparación cuya normativa y procedimientos él inventa? Y sus potencialidades son una prerrogativa indemostrable ¿o al ser instrumento de sí mismo, accede a una posición que el hombre de su tiempo no? Por lo menos, en un plano, es innegable que ante la crisis del sujeto, su atomización, el artista representa un paradigma de integración subjetiva que se postula como una de las grandes resistencias a los formateos a gran escala desatados por los factores de poder del mundo actual. Esa peligrosidad, llega al punto de subvertir los designios sistémicos del signo cultural. De ahí que el ‘fuera de lugar’ en que se lo trate de poner, representa en realidad su poder de hablar de ‘otra cosa’. A las enjundias de su marginalia, deben computársele las imposibilidades que dichas bondades heurísticas redunden en una novedosa captación mercadotécnica para la optimización de los sistemas productivos. Una realimentación de los procesos en pos de mejorar los rendimientos personales en la producción. La historia otra que inapelablemente irá contra el ‘storytelling’ que a voz en cuello normatiza el cuadro sensible de la clientela contemporánea, sabe de esa contra-fábula que no podrá reclutarse como estratagema de intensificación productiva, sino más bien lo contrario. La creatividad orquestada por las empresas en el manejo de los relatos, mimetiza los cuadros psico-físicos pero prescinde de la poesía que libera, que canaliza los gritos primarios e irredentos del ser humano disconforme. Hay un manipuleo final, que no redime para nada las facultades insospechadas que residen en el ser humano y que los sistemas de la economía neoliberal parecen tan maravillados en haber canalizado. ¿Acaso ignoraban las potencialidades que los depurados sistemas de explotación se encargaron, a la entrada de la producción moderna de desmerecer, tapujar o directamente anular?

El alejamiento del cultivo de los dones, se da de patadas con la economía de dominio cuya cultura del trabajo, ha pasado históricamente por ser un prolijo cercenamiento, una planificada lobotomía que sólo se accede a liberar, en un ambiguo usufructo del principio de ‘creatividad’, que no permita ya no sólo al ‘hombre nuevo’, sino a la más digna expresión del ‘hombre pleno’.

La táctica de los antropologadores capaces de ponerse en la posición del otro, no se compensa con el plan de marketing de ocuparle la cabeza al otro. La sofisticación del manipuleo cultural rompe la instrumentalización a fines, que incluye el servicio en el marco del dominio. Pareciera que la cabeza del artista aún resguarda la capacidad de sueño, el poder combinatorio de las fórmulas creativas necesarias para romper los vicios taylorizantes y brutalmente masificantes. La explotación requiere glamour, ‘sonríe, estás en nuestras manos’, en fin.


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