#haberelegidomuerte
Para mí el arte escénico (teatro o audiovisual) debe abordarse desde una perspectiva sacra, mitológica, como si de una invocación espiritual se tratase. La actitud de respeto y cuidado frente al trabajo deben de ser dignas de la contemplación de un verdadero proceso de creación divina, como en la magia o la alquimia, con el fin de provocar «una transformación» a través del rito.
No pienso que abordarlo desde otra perspectiva esté mal, el mal no existe, pero sí creo en su inutilidad. Imaginen que tuviéramos una cocina llena de productos gastronómicos de alta calidad, con un equipo de cocina cinco estrellas y los mejores chefs del país dispuestos a cocinar para nosotros todos los días. Entonces nos vestimos para la ocasión, nos sentamos a la mesa y decimos: «tráigame una lata de atún por favor»… y así noche tras noche.
No digo que esté mal, me gusta el atún, lo prefiero fresco pero es cierto que a veces una latilla de esas nos salva la vida. Lo que quiero decir es que con el tiempo -más que una elección consciente o coherente- el acto en sí se convertiría en una soberana estupidez, pues no sólo el género se estropearía, sino que los cocineros no tendrían una razón de ser. Probablemente el aburrimiento haría que se sentasen en las puertas traseras del comedor a despotricar de los clientes, acusándose unos a otro o hablando de recetas imaginarias jamás elaboradas. Y por supuesto, cómo no, aborreciendo el atún. Todos somos comensales y chefs al mismo tiempo.
En España, por ejemplo, se puede deducir rápidamente qué cosas se abordan desde una perspectiva sagrada y cuáles no (los toros, la Virgen del Rocío, el fútbol, Isabel Pantoja, etc.) Cada acto o pensamiento nos lleva a un resultado distinto. Es simple. No existe lo «bueno» y tampoco lo «malo», es nuestro cerebro y su programa medieval, el que se aferra a esta creencia arrastrándonos a actuar desde perspectivas limitadas, y evocándonos, evidentemente, a vivir resultados y experiencias limitadas -por ejemplo el acto de elegir atún para cenar. Es como si en vez de estar viviendo en consecuencia con «yo hago lo que me sale del/a coño/polla» estuviéramos viviendo en la dimensión del «yo hago lo que me sale del trauma». Esa es nuestra responsabilidad. Somos nosotros quienes permitimos que nuestro cerebro controle las cosas que pensamos, decimos y hacemos. #asesinemosaPeterPan
Me parece genial que se venere a Belén Esteban, que Tele5 sea líder de audiencia o que le hagamos procesiones a un señor que parece haber sido maravilloso y que fue clavado en una cruz por haber hecho/dicho lo que realmente quiso hacer/decir y que por ello lo pasó fatal -que mira que tuvo que haber vivido cosas bonitas el caballero como para elegir de icono el momento más terrible de su vida- que digo yo que más que una alabanza parece una amenaza, pero no me hagan mucho caso:
Plano 1. Procesión. Calle. Peregrino cargando cruz y diciendo a voces: P: «Miraaadlo, no es que todos tengamos que seguir su ejemplo, sino al revés, tengan cuidaaaadooo, miren a éste como acabó por ir de listo», (entra música funeraria) Tan Tán Ta Tán…
Pero bueno, esto no es más que una «Invención personal» #nicaso.
A donde quiero llegar con todo esto es al análisis de una consecuencia importante en nuestro panorama escénico, que empobrece, desde mi punto de vista, nuestra cultura teatral y audiovisual. Para mí hay un asunto desatendido en la pirámide de la ejecución escénica, quizás por el enfoque o perspectiva de cómo abordamos los trabajos, y que es fundamental e imprescindible, pues la calidad y funcionalidad de nuestras producciones teatrales, televisivas y cinematográficas dependen de ella, o así lo veo yo. Hablo de una figura o «escalón «de trabajo básico, cuya deficiencia recae directamente en el resultado del trabajo actoral, tiñéndolo de una sobreactuación vacía y superficial, y por supuesto absolutamente des-interesante; hablo de la dirección de actores/trices, un mito por estos lares.
Creo que es más importante el trabajo dramático del actor/triz (véase dramático como psico/emocional/corporal) que el texto mismo. Sí, eso creo. Ver a un «ser humano» interpretando -actuando, expresando, dramatizando o cómo quieran llamarlo- en escena adquiere una dimensión simbólica inabarcable sin una perspectiva de trabajo profundo y sin un enfoque «sacro».
¿Por qué en las series españolas se pueden percibir las comas del texto, las prisas del rodaje, los «soniquetes vocales», la superficialidad de los conflictos o la insatisfacción de los artistas? ¿O porqué en nuestro cine los/as actores/trices se ríen de sus propios chistes? ¿Por qué la interpretación y el mundo interior de los personajes no están al nivel del cuidado de la luz, la edición o los efectos especiales? ¿Y en el teatro…? No sé ustedes, pero yo mientras bostezo pienso ¿en qué momento de la Historia nos han extirpado el valor y la magia?
¡El teatro es el «arte de representar la vida»! #cágate, sí, #haberelegidomuerte. Ofrezcamos, como mínimo, seres humanos «vivos» en escena y no maniquíes repitiendo cadáveres de ensayos conquistados. Nuestras producciones (sobre todo las más grandes) están contaminadas de historias banales «sin credibilidad». De marionetas aburridas que se enfocan en despertar la admiración y el morbo erótico -que no está mal, están tod@s muy buen@s- pero ofrezcamos más ampliando nuestra visión. Revolucionemos nuestras propias creencias y tendencias. Creo que habría que concentrarse en algo fundamental y primario para elevar nuestros «productos»: el trabajo psico-emocional del los que nos cuentan las historias.
La grandeza de un actor o actriz, para mí, está en su consciente generosidad. Ofrecer el cuerpo, las emociones, la mente, las experiencias y visiones, ponerlas al servicio de algo más profundo y soltar el propio mundo para abrazar otros, es un acto bello y elevado, digno de agradecer, y por supuesto que merece un respeto sagrado.
Menos marcas escénicas y más atmósferas. Menos director@s de escena y más director@s de actores/trices. El público no es imbécil, se lo hace, porque le conviene, pero no lo es (aunque ese es otro tema). Incorporemos esta figura en los equipos de trabajo, profundicemos y completemos la formación de las escuelas de dirección, o profesionalicémonos en títeres y marionetas, pero señores/as, estamos haciendo bizcochos sin levadura, y lo que es peor, nos da igual venderlo al mejor precio.