Escenografía versus escenología
Que el escenario es una territorialización que se demarca como intensificación es una afirmación apodíctica. Que el escenario piensa y siente por sí mismo, puede resultar algo excéntrico, pero, cuando se sistematiza su sistema de signos, cuando se orquestan en relación a patrones poéticos, difícil es dudarlo. Lo más osado sería suponer un grado de vida propia, una dinámica interna, aperceptiva, que se alimenta de sus propios desencadenamientos. Un escenario con vida propia. ¿Latente? La escena tiene inscripciones que son como un copto indecodificable, que a ciertas ponderaciones azarosas, se desencadena como tormentas de flamígeros sentidos inopinados en el espacio. Incomprensibles, sorprendentes y bellas como una tragedia. La topografía escenográfica, disparada y catalizada a fuerza de energías interiores versus la escenología que se acota a base de prevenciones y previsiones. El significante puro perseguido por el logos. La libre pulsión asediada por la instrumentalización a fines. La a-teleología de la sensación cruda y al instante perseguida por los lobos de la razón práctica.
La escena en tanto paisaje dimana una psicogeografía que se valora como secreta intimidad. Penetración. Captación lúcida. Experiencia abierta versus premeditación-programación.
La inteligibilidad representativa, reproductiva, es la tergiversación, el ‘detournement’ del secreto a una versión posible, a un conformismo hermenéutico que tranquiliza la conciencia en sus anclajes más inmediatos.
Las adherencias espurias en la cuerda musical, se expulsan pulsándola, como se hace con la soga de colgar la ropa después de la lluvia.
La autonomía de los mundos paralelos, la autorregulación de las energías acumuladas en las baterías creativas, están accionadas. Los objetos, las materias, se sueñan por sí mismas. Se aute-encienden y pulsan el input que dispara las combinaciones espontáneas en la ‘caja negra’ hasta el efluvio resultante, el output sorprendente, shockeante que no se explica.
Una pulsión sensibilizante, por sobre las categorías hermenéuticas que embridan a los belfos salvajes que hacen trepidar los suelos de la escena bajo los cascos inesperados. Fase exponencial de lo atrevido.
Todo puede ser, es de una corporeidad aterrorizante para los que canjean por nada, para los que aceptan los delirios de la ley del valor.
La tierra es un grumo cárneo que hace sus cabriolas salticadas frente a los nihilistas desmaterializantes. Una voz es capaz de tirar abajo un teatro. Los secretarios de cultura, tratan, a como dé lugar, de ocultar ese saber. Los pífanos de los posesos, dan la señal de la sangre y echan a correr rumbo al sol.