Desde la faltriquera

Don Quijote irrumpe en el teatro húngaro

Una de las mejores novelas de la literatura universal, Don Quijote, ha carecido de fortuna en las adaptaciones teatrales que se intentan desde el siglo XVI, fallidos en su mayor parte ¿Motivos? La magnitud de la novela, los «intertextos» de Cervantes y muchas razones más entre las que anoto la fascinación que sobre cualquier dramaturgo ejerce la sucesión de enjundiosos episodios del Ingenioso Hidalgo, la riqueza poliédrica del personaje y del fiel Sancho que, en su realismo, atrae mucho al lector hispánico e identifica al lector.

¿Qué elegir de este rico caudal narrativo o cómo compendiarlo? De ordinario, la selección de algunas ingeniosas aventuras de don Quijote se convierten en una simpleza o bien no identifican lo recordado por una lectura atenta con lo ofrecido a la mirada del espectador, porque la fuerza que poseen sobre el papel y la fascinación que ejercen sobre el imaginario lector, no se traslada con pujanza al escenario. Además en España existe un respeto inveterado a la novela cumbre, falta tradición en el ejercicio de adaptación de relatos, se intenta, con demasiada frecuencia, seguir el hilo de la narración y se utiliza al narrador omnisciente, convertido en una especie de demiurgo que advierte de los cambios de lugar o tiempo. En definitiva, la adaptación teatral se dispersa y no concentra personajes o historias, uno de los requisitos de un verdadero texto escénico y teatral.

El Teatro Nacional de Hungría con sede en Budapest acomete esta ingente tarea, encargada al dramaturgo Ernö Verebes por el director del teatro y de la función, Attila Vidnyánsky, un enamorado del texto, que empezó este proyecto con los ensayos de la obra de Bulgakov, pero que decidió hacer su propio encargo, pues pensaba que el dramaturgo ruso no cogía el espíritu de la novela de Cervantes. La propuesta de Verebes presenta dos partes muy diferenciadas, la primera más sujeta a episodios de la novela, situados en una Mancha granadina (es una anécdota); frente a una segunda más libre y consecuente con una idea que quiere contar, más allá de la sucesión de aventuras de don Quijote. Consecuencia de este planteamiento es una primera parte confusa, donde intenta sumergir al espectador en un ambiente, con una secuenciación de escenas, donde curiosamente el Quijote y Sancho son casi espectadores ajenos de las mismas, ante la mirada imperativa y atenta de un Cervantes, personaje creado por Verebes.

La segunda parte posee más unidad, concentración e interés, porque confronta (y se producen los conflictos, cuestión olvidada en muchas propuestas escénicas de El Quijote) entre dos mundos: el real, depravado, pícaro, cruel (la venta de Maritornes, la Cueva, la isla Barataria), y el ideal representado por un Quijote, incrédulo ante cuanto ve. Ya no es el espectador ajeno de la primera parte, sino el héroe derrotado e inerme, sin posibilidad de cambiar el rumbo de los acontecimientos: es el hombre que vive confuso por el contraste entre la idealización de Dulcinea, que según su perspectiva personifica el amor puro e idolatrado, o la mujer casada en la versión teatral y liviana al albur de sus pasiones.

Verebes concede mayor protagonismo a Cervantes personaje, y reduce a la mínima expresión a Sancho, porque no le interesa el mundo del fiel criado. En el personaje Cervantes hay un interesante arco interpretativo, pues pasa del escritor satisfecho con su obra (parte primera) al hombre perplejo que observa cómo los personajes se le escapan de la pluma y termina imbuido en ese mundo de ficción, empapelado físicamente en las novelas, y abatido por el poder de la imaginación frente a la realidad. Termina en una palabra tan demenciado por las novelas de caballerías como su don Quijote.

El trabajo del director, Vidnyánsky, crece en la parte segunda, cuando la escenificación responde a la expectativa de lo que desea contar y traslada la propuesta a un universo en el que se desenvuelve bien, el de las imágenes plásticas, elaboradas a través de las diferentes alturas del suelo hidráulico del escenario, el juego con unos escenográficos marcos rectangulares en perspectiva con su movimiento, el colorido de un vestuario en contraste con los negros, y el juego de luces. La combinatoria de estos elementos le permiten la creación atmósferas, que impactan y ayudan a contar, con apoyo en el espacio sonoro, esa contraposición entre los universos arriba descritos. Asimismo provoca sentimientos y emociones en el espectador.

Este Quijote húngaro contiene aciertos y errores: problemas con el tempo en la primera parte, junto con el abigarramiento compositivo en el escenario y el exceso de información en la parte primera; sin embargo crece, cuando director y dramaturgo se liberan del corsé cervantino y su imaginación les permite volar hacia universos que están en la novela de Cervantes sin vertebrarla; cuando director y dramaturgo ofrecen su visión del mundo y su estética, apoyándose en el universo cervantino.


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