Viajes nocturnos
El ‘hombre con problemas’ siente que sale de su casa a una jornada cargada de compromisos y avatares donde sus respuestas constituyen casi una épica destinada a solucionarlos. Esto provoca que a su vuelta a casa deba ser reconocido por sus esfuerzos y lo que menos se impone es crearle problemas adicionales pues, de ser así, no se trataría de otra cosa más que de una tortura. En esa instancia dispersión y entretenimiento son un derecho que podrá ser satisfecho con infinidad de servicios y mercancías que garantizarán los arrellanamientos y decontracturaciones largamente acreditados. Es el momento en que se despliegan todo tipo de acciones, entre ellos los servicios vivos, artes escénicas por caso, que si incorporan al hombre cansado e instigado en su derecho a no ser molestado, lo será por alguna circunstancia experimental con valor de estadística o verificatoria que no alcanzará para suplir la regla madre de hacer descansar al pobre y agotado hombre de sus problemas cotidianos.
Es verdad que hay un desfasaje difícil de sincronizar con eso fines, cual es, el hecho que muchas de estas actividades en tantísimos y variados casos, realizan su trabajo y su propia épica justamente en el momento en que ‘el hombre con problemas’ se está repantigando en los sofás o ha sustraído sus iniciativas espirituales de cualquier demanda a activarse. Esta ocupación de los espacios y tiempos del otro, es lo que hace muchas veces al arte una actividad inhumana, impiadosa y desubicada.
A lo sumo podrán aspirar (los artistas) a un tiempo cavernoso de ‘descubrimiento’. Un porcentaje de esos hombres atosigado de querellas y pleitos comunes, por alguna intuición, alguna pesadilla o tropezón combinado con algún mal golpe en la cabeza, se avendrán a internarse a un viaje que los llevará a pesar de todo, a esos ‘nuevos problemas’, maliciando con ello, quizá, que siguiendo ese sendero podrán desembocar en algún tipo de salida a sus contumaces embrollos de cada día. Y he ahí, que imprevistamente, tal hombre abotargado, pueda darse con las ambrosías impensadas y epifánicas del ‘ver’, del ‘pensar’, del ‘trascender (se)’ para acceder a un punto de mutación y reverdecimiento. Ahora, ¿quiénes son, potencialmente estos hombres o mujeres capaces de llegar a esta intuición o visión? ¿Son un porcentaje inevitable entre la pila de cansados o es que la propia fatiga libera los neuro-péptidos capaces de gestar la cadena proteica por la que va en calidad de resistencia, el germen de la auto-redención? A más cansancio, a mayor auto-sacrificio, la inevitable secreción en algunos hombres y mujeres, de ese jugo vital que reivindica, orienta, y dirige a los muertos vivos rumbo a la luz donde la carne, recupera la vuelta biológica que había perdido, y se reinstala en el ruedo en que la vida es vida.
Todo hombre está compelido o alimentado en algún recóndito espacio de su ser, por ese componente capaz de disparar una fase de alteridad. Una fase de disputa a aquello que no anda. Un estado que se gana por iluminación poética, por pura y llana intuición, por un descentramiento en donde los yoísmos son depuestos por una sensación de otredad, una certificación de trasfondo y algo más. Una sensación de ser más que lo sido hasta hoy.