Zona de mutación

Los cronistas del mundo

Los actores como depositarios de las crónicas del mundo aquilatan una experiencia de los hechos y también un espacio contrafáctico de lo que no ocurriendo, queda no sólo abierto como posibilidad, sino como historia que potencia a niveles inimaginables tal sapiencia. Los actores, los protagonistas de los universos imaginarios, han vivido y entrevisto lo que no ocurriendo, se acumula en el anaquel probabilístico, por el cual los seres humanos pueden ganarle al mundo, certificando en su apertura, la certeza de muchos otros mundos posibles. Ellos son la encarnación de esos ‘otros’ capaces de cambiar la historia del ‘yo’ etnocentrado. El mundo va ocurriendo por caminos que la disposición combinatoria marca empíricamente como ciertos. La experiencia imaginaria, ficcional, aparece relatada en el sueño de los hombres, por las voces míticas que hacen de lo vivido el mayestático nosotros por el cual la historia no es un ‘déjá vu’, sino la multiplicidad que no se arredra en los delirios unidimensionales del ‘yo’. Al contrario, hay un deseo por coincidir con el rostro que se tiene en la experiencia del nosotros. Los actores con sus voces estentóreas pavimentan la vivencia colectiva donde abreva el rey como hasta el último pastor. Pueden los actores poner el dedo en cualquier página del libro, abrirlo y revivir los recónditos designios de las arcaicas eras, o atar al presente las reverberaciones de un futuro que se alcanza al son de la emoción por tenerlo.

Ser depositario de las crónicas del mundo delimita los contornos hipertrofiados de una sensibilidad enriquecida, y diversificada, en proporción a la variedad de mundos en donde ha vivido y vivirá el humano.

No es porque se acuerda de todo, sino porque lo olvida que sabe cómo recuperar la posibilidad de volver a vivir. Nunca es igual, porque al recordarlo en un momento, hay otro simultáneamente donde se lo está olvidando, para mejor recordarlo, cuando vuelva a ocurrir. Hombres, mujeres, recorridos por mil voces, inabarcables subjetividades, que despiertan en las infinitas reminiscencias de aquellos que los miran y se han detenido a escuchar.

Pueden ser cronistas porque pueden ir hasta antes del lenguaje y porque pueden dar fe de cuando ya no hay nada por decir. Pueden reciclar la exuberancia de Babel o el despojamiento indecible del vacío. Triturar a golpes los obstáculos en la compacidad de la materia o danzar en la inasibilidad de los espectros.

Su diversidad ilustra que nunca nada es solo uno, sino varios. Los actores les han robado la lengua a los dioses para nombrar y repetir lo conocido, mientras son abducidos por la sensación original de cuando la primera letra no significaba nada.

Saber es atronar en mil reverberancias que atruenan en la alegría de ser convocados. En la gregariedad del ver junto a los demás. Hasta balbucear los tonos, por la que una lengua, es cualquier lengua. Por la que uno, es todos los demás.


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