Mi reino por un aplauso (dos)
El aplauso se encuentra, literalmente, al alcance de la mano. ¿Estamos felices? Aplaudimos. ¿Una melodía nos invade el cuerpo? Aplaudimos. ¿Nos gustó la obra? Aplaudimos… y si NO nos gustó, también.
Aplaudimos para llamar la atención de un niño, de un perro, cuando alguien hace una broma, por una buena noticia, para jugar, por un tic nervioso, hasta cuando intentamos cazar una mosca…
Tal vez ¿hay una trivialización del aplauso?
El aplauso es un signo de un lenguaje no verbal que da cuenta de la reacción del público ante una obra; convencionalmente, el auditorio agradece a los artistas su trabajo, su honestidad y los aciertos del espectáculo.
Y dependiendo de su extensión se comprenden cosas distintas; por un lado, que hay emoción en los espectadores, cuando es largo; y por el otro, que hay un sentido del decoro, quizá adornado de indiferencia, cuando es corto; algo así como aplaudir por educación en vez de por interés, de lo que se deduce que el aplauso no es necesariamente una ovación, sino un gesto de cortesía.
Si además nos fijamos en la intensidad con que se aplaude, se sigue indicando el impacto que la obra tuvo en los receptores; si el sonido es enérgico y animoso hay mayor empatía por lo representado. En cambio, si se trata de un aplauso afónico, perezoso o leve, lo que se destaca es la distancia entre la pieza dramática y los espectadores. De ahí, que los programas de concursos utilicen el «aplausometro» para seleccionar a los ganadores –por suerte tal idea no fue trasladada al teatro–.
No obstante, ¿qué ocurre con el aplauso cuando el público está dividido? Supongamos que una parte de los espectadores considera que la obra es digna de admiración, y los sabemos porque aplaude larga y enérgicamente, mientras que la otra aplaude sin emoción. En tal caso, ¿el aburrimiento de los segundos, no sería opacado por la algarabía de los primeros?
¿Por qué la gente piensa que un aplauso supone siempre una aclamación o un estar de acuerdo con…? ¿No resulta una perspectiva un tanto miope? Después de todo los aplausos también se hacen por inercia. Así que asumir que el aplauso es, inequívocamente, un mensaje de aprobación resulta un tanto fantasioso. A veces es una reacción sincera a una emoción profunda –y ojalá así sea–, pero también suele ser la repetición vacía de una costumbre, es decir que no se aplaude por necesidad, sino por seguir la regla. Finalmente ¿usted por qué aplaude?