Volver a uno
Llego a Uruguay luego de una gira de un mes por España. La felicidad de compartir el trabajo que uno quiere , confrontar con colegas, públicos diversos, horas de intercambios, bares, vinos, almuerzos, y alguna que otra borrachera. Uno acumula, desde lo poético hasta esos momentos que quedan en la retina. Momentos arbitrarios, porque la selección es injusta, no responde a nada, se lleva una imagen, elige un nombre y no otro, una boca y no otra, una cama y no otra, un escenario y no otro. Un brazo ´para perderse en Madrid y no otro. Una casa para almorzar y no otra. Uno se va, a veces elige y a veces no. Elegir, sí, la decisión de entrar en una librería y oler, esas páginas quietitas como vírgenes, con las piernas cerradas en espera del dolor y del amor para abrazar el techo. Las librerías me recuerdan a esas imágenes poderosas como las que escribe Marosa Di Giorgio. Oníricas, eróticas, del erotismo salvaje y sofisticado de la carne adulta. El aroma de las librerías contiene el eros de mundo contemporáneo y antiguo. No hay otro sitio con esa temperatura entre las piernas, y entre las páginas.
Vuelvo a Montevideo, después de esas tareas intelectuales de intercambios , y de hoteles, domicilos, escenarios. Vuelvo, y a pesar del cambio, de volver a dormir en la cama propia, abrazar a tu hijo, volver a la cama con quien te espera. El cuerpo no siempre vuelve del todo, ¿algo mío quedó en Madrid?¿A quién debo pedírselo? No sé tampoco si quiero que me lo devuelvan, y en caso que así sea, ¿qué sería lo que me sería devuelto?
Algo mío quedó allá, algo ajeno me traigo, a pesar de no haber hecho ningun encuentro amoroso, ni haber roto ningún corazón ni el mío quedó en ningun otro cuerpo que el mío, igual, algo fui esparciendo por esos sitios, tantos que me fueron llevando y ocupando.
Eso.
Entonces, vuelvo, sin volver. Estoy en Punta del Este, voy a la playa, camino, y me doy cuenta que algunas cosas cambiaron, no sé por qué ni detecto bien cómo, cuándo , por qué y para qué. Los cambios suceden para algo, por algo, no son cosas arbitrarias que nos toman y nos usurpan el derecho a manejar nuestros actos. Converso e identifico la situación, chateo con un amigo y le digo: «necesito volver». Es un comentario casi disperso, o descolgado, no respondía a nada, o no al menos al chat que manteníamos. No, los cambios, al menos cuando no son biológicos, son instancias de reflexión práctica.Pero volver, (como canta Carlos Gardel), no es algo que transcurra solamente cuando se toma el avión y vuelve a su casa, sus cosas, gente, cariños, trabajos, rutina, dormitorio. Volver no sucede siempre cuando uno vuelve. No sé cómo se vuelve cuando se vuelve, a pesar que el tiempo transcurrido es muy corto. 30 días en la vida de una persona adulta es poco, pero el tiempo, como ya sabemos» los escénicos», es relativo, y uno pone la inmensidad en un instante.
Ese instante eterno que también puede suceder.
He vuelto sin volver, intento volver sobre mí, ese yo que no tiene tanta importancia para la humanidad, pero sí la propia, la que me golpea todos los días, la que me ama, la humanidad propia que me da las ideas o me las quita.
Volver para irse cuando sea necesario.