Velaí! Voici!

El tiempo y El canto de la cabra

Me gusta la gente que no mata los espectáculos al año del estreno y que no deja que se los mate el «sistema» de programadores, distribuidores y toda la plana esa que habla de «target» y «tiempo de explotación».

Me gustan los espectáculos que nacen, respiran, dan sus primeros pasos, gritan… gritan alto o gritan bajito, y crecen… crecen… no se agotan…

Una obra de teatro como una escultura dinámica que se va modelando lentamente y que siempre puede cambiar sutilmente, incorporar o dejar elementos, ampliar o reducir, ensanchar o encoger… Una obra de teatro como un árbol.

En la temporada 2015 pasó por el Teatro Ensalle de Vigo EL QUINTO ELEMENTO de EL CANTO DE LA CABRA, con Elisa Gálvez y Juan Úbeda. El 29 de noviembre de 2016 volvemos a la sala viguesa de la Rúa Chile para contemplar aquella criatura crecida.

En 2015 fascinó a muchas espectadoras y espectadores de la inmensa mayoría de la minoría privilegiada que acude a las salas alternativas de teatro. En 2016 volvió a ocurrir con la nueva versión.

La poética teatral austera, la sutileza y precisión en la utilización artística de objetos cotidianos, la integración de diversos lenguajes como el audiovisual, la instalación plástica, y la actuación escénica real y directa, desprovista de procedimientos mimético-realistas, así como los núcleos temáticos evanescentes, de honda raíz existencial y fuerte compromiso ético con la armonía respecto al ecosistema, nos ofrece universos espectaculares únicos.

Las obras que he podido ver de EL CANTO DE LA CABRA me han sorprendido por su sencilla autenticidad y cómo, desde ahí, son capaces de generar imágenes de una bella profundidad filosófica y existencial.

EL QUINTO ELEMENTO sigue esa tónica de un teatro casi Zen, meditativo pero abierto hacia la recepción.

Un teatro sin asertividades ni declaraciones de principios explícitas.

Un teatro cuyo compromiso ético con la ecología, la memoria histórica, la paz, y el humanismo, que fomenta alternativas a la vía capitalista y a la enajenación comercial y consumista, no son asuntos que se traten ni de manera explícita ni siquiera implícita, sino que rezuman sutilmente de la calidad poética. Toda la fuerte dimensión ética y semántica se desprende, como por decantación delicada, de la calidad poética de la acción teatral.

Ante EL QUINTO ELEMENTO y su singularidad, al margen de modas y tendencias estéticas, podemos intuir un tipo de creación y realización teatral apartada de los lugares que los profesionales del teatro suelen frecuentar y de los que se suelen retroalimentar sus obras. En este caso, parece como si Elisa Gálvez y Juan Úbeda partiesen de la médula de sus personas artesanas y, a la vez, de un enclave y un paisaje humano alejado del artisteo y de la farándula.

Les veo actuar en EL QUINTO ELEMENTO y me parece estar viendo a dos agricultores cosechando el escenario u observándolo florecer ante las miradas compartidas con las espectadoras y los espectadores presentes.

Una frase que repite Elisa Gálvez es, más o menos: «Cuando tienes tiempo haces cosas diferentes de las que pensabas.»

EL QUINTO ELEMENTO parece ser la demostración palpable, a través de lo visible y de lo audible, de ese hacer diferente.

Donde lo diferente va más allá, como señalamos, de modas y estéticas «trending topic».

Donde lo diferente va más allá de «temporadas de explotación comercial».

Donde lo diferente va más allá de la oportunidad que dicten los sucesos de la actualidad seleccionada por los «mass media»: ahora un atentado localizado aquí o ahí, ahora la crisis económica, ahora el día de esto o de aquello…

Donde lo diferente va más allá de lo previsible en cuanto a convenciones o pactos de juego ya jugados.

Donde lo diferente va más allá del «épater le bourgeois».

Donde lo diferente va más allá de lo esperable.

Donde lo diferente va más allá de la definición de teatro que llevamos en la cabeza cuando entramos en una sala de teatro.

Donde lo diferente va más allá de creernos originales o especiales.

Donde lo diferente va más allá de creernos diferentes (y mejores que los demás).

EL QUINTO INVIERNO consigue hacer tangible el tiempo: en los compases que se abren entre las tijeras clavadas en el suelo y las canicas que ruedan a andanadas en la penumbra; en las manos temblorosas de un anciano moviéndose sobre una piedra, mientras repasa de memoria viejas lecciones de la escuela o recuerda las aventuras de la guerra; en los muñecos de plastilina color hueso, modelados, in situ, por las manos precisas de Juan Úbeda y formando grupos escultóricos en diversas disposiciones del escenario; en el caminar ciego de Elisa Gálvez, con los pies desnudos, entre las cuchillas de las tijeras clavadas en el suelo, mientras hace sonar, en una cajita de música, los repetitivos acordes del Para Elisa de Beethoven, o desprende pétalos de una rosa seca, agarrada entre los dientes. En la imagen proyectada en el fondo del escenario gesticulan temblorosas las manos vetustas y resuena aquella voz anciana que también deja caer los pétalos secos de un recuerdo que aun huele a tierra y a vida fresca…

EL QUINTO INVIERNO convierte la instalación plástica y las acciones objetuales (tijeras, canicas, muñequitos de plastilina blanca, silla blanca de madera, lámpara roja de pie, hilo de lana roja…) en un poema escénico que apela a la sensorialidad más directa, tanto en el tratamiento visual como en el sonoro, así como a emociones sutiles, sin renunciar al necesario contrapunto del humor.

Cada elemento compositivo parece encontrar su lugar y su tiempo, así como su desarrollo, de una manera justa, sin atropellos ni precipitaciones, sin excesos ni agotamientos. El tiempo artificial y artístico de lo escénico se partituriza de tal manera que se obra el milagro simbiótico de la forma y el contenido y EL QUINTO INVIERNO es tiempo, observación, sensación y emoción del tiempo.

Del tiempo brota todo y con el tiempo fluye todo lo que queramos ver y entender.

La instalación plástica se llena de tiempo y respira tiempo, con la acción objetual, la palabra, la mirada, los pasos y los gestos, la proyección audiovisual en los planos detalle de manos ancianas sobre mineral, manos delicadas de Elisa tras la cerámica de un azucarero, al lado de una cafetera, sujetando un cepillo de dientes, puntualizando un comentario sobre el espectáculo, a modo de documento testimonial sobre el proceso, mientras una mosca sobrevive al frío invierno y revolotea por delante de la cámara midiendo también el tiempo.

Solo perdemos la medida del tiempo (la métrica) cuando el tiempo está precisa y justamente medido, como lo mide una mosca o lo mide un saltamontes u otro insecto que avance hacia la luz y se tome su tiempo.

Solo los humanos atropellamos el tiempo, sin darnos cuenta que al atropellar el tiempo estamos atropellándonos nosotros mismos y castigando a las células que nos conforman.

Afonso Becerra de Becerreá.


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