Bufones/Antonio Fernández Lera
La tristeza es lo más estable de este mundo (Ana Ajmátova)
Gran parte del teatro que ocupa nuestra escena en la actualidad extrae sus materiales – temas, léxico, personajes – de una pretendida realidad con la intención de atraer a los espectadores hablándoles así, sencillamente, de sucedidos y casos que conocen o que creen conocer. Se establece de esta manera – piensan nuestros autores – esa tan deseada comunicación con el público, algo así como una conversación de tú a tú en la que todos hablamos el mismo lenguaje, nos entendemos a la perfección y se establece entre el escenario y la sala una especie de comunión. Las situaciones que se dan sobre la escena son bien conocidas de todos (¿quién no ha discutido alguna vez con la mujer que le enamora o daría cien euros por degollar al jefe?) pero es que estos redomados dramaturgos saben presentarlas de una manera tal que mueven a risa si es que se trata de una pieza cómica o, si el sainete se convierte en drama, nos emocionan y nos hacen llorar (no hay más que recordar cómo, hace tan sólo unas semanas, moqueaba sin cesar el personal al ver Cuando deje de llover de Andrew Bovell, una pieza tan bien construida como falaz). No hay nada que objetar, sobre todo si la audiencia se entretiene y se lo pasa bien, salvo que dichas obras, tan frecuentes en nuestra escena, poca relación tienen con la realidad.
Y es que intentamos empezar la casa por el tejado o poner la carreta delante de los bueyes, lo que ustedes prefieran, porque esa realidad primigenia que creemos ver sobre la escena y constituye nuestro nexo de unión con el autor e incluso entre nosotros mismos, no existe como tal, sólo es una ficción. No es que la función se construya a partir de fragmentos de una realidad preexistente, como insinuábamos al principio, sino que, al contrario, es el «constructo» formado por dichos materiales el que constituye la verdadera realidad. Pero, si no están extraídos del mundo «real», ¿de qué materiales estamos hablando? A la vista está, de lo que hay ahí, de lo inmediato; y no hay mayor inmediatez sobre las tablas que lo que denominamos las artes escénicas, ese conjunto de vocablos y gestos, movimientos, decorados, atrezo, vestimentas, tramoya, sonido e iluminación, todos ellos con significación propia, que puede manejar el creador. Y aquí llega el momento decisivo: si el creador – autor o director de escena o entrambas cosas – desea crear una ficción que se asemeje a lo que él tiene por la realidad, lo que es el común de los casos, terminará por servirnos un espectáculo – drama o comedia – que se aproxime a su «realidad» e intente convertirla en la nuestra. Movido por el arte (¿o el artificio?) del que dispone, no tiene el menor reparo en manipular nuestras conciencias como se lleva a un asno por el ronzal. Y nosotros le seguimos encantados, convencidos de haber alcanzado la verdad y haciendo nuestras sus ideas. No hay nada malo en ello si es que nos conocemos el truco y aceptamos participar en él, sobre todo cuando nos enfrentamos a esos grandes autores (Sófocles, Shakespeare, Brecht) que saben advertir al respetable que el teatro no es más que un simulacro y que todo es un juego en él.
Pero existen además otros creadores que van más allá y ni siquiera pretenden imponer su propia realidad sino que se conforman con proveer al espectador de los elementos necesarios para que él se cree la suya propia. Son por lo general gentes avanzadas de la escena – poetas, estudiosos, miembros de las vanguardias – que se limitan a pulir los materiales pero se niegan a montarlos y darles un sentido unívoco. No es que para ellos no lo tenga, a veces intuido y otras claro, sino que no quieren influir en el imaginario del público. De modo que, tras asistir a la función, el espectador saldrá caviloso del teatro y se hará su propia interpretación. Se trata de una rama del teatro que, desde los simbolistas a los posmodernos, ha fluido subterráneamente, permaneciendo oculta en ocasiones y otras refulgiendo a la luz, pero siempre abierta a sus apasionados, a quienes prefieren ir al teatro a meditar y sacar algo en claro y no tan sólo a entretenerse o pasar el rato sin más. Un género, el del teatro experimental, que tuvo este verano una muestra fantástica en El lugar sin límites, un ciclo organizado por el Teatro Pradillo con el concurso del Museo Reina Sofía y el Centro Dramático Nacional.
Antonio Fernández Lera (Madrid, 1952) fue uno de nuestros primeros autores en intervenir en dicho teatro experimental cuando éste se reconstituye en el país a mediados de los ochenta. Estrena ya dos obras, Delante del muro (1985) y Carambola (1987) en uno de los principales grupos experimentales de aquel momento, Espacio Cero, dirigido por el argentino Roberto Villanueva durante su exilio en Madrid. En la nave del Cambaleo de Aranjuez presenta Proyecto Van Gogh: Entre los paisajes en 1989. Sus dos siguientes obras, Los hombres de piedra (1990) y Paisajes y voz (1991) son dirigidas por Carlos Marqueríe en el Teatro Pradillo. Con Gonzalo Cunill, crea el poemario Casa sola (1992) y con dirección de Esteve Grasset se pone en escena su obra Dónde está la noche (1994); también codirige dos piezas de danza con Elena Córdoba en 1994 y 2005.
A partir de 1998 escribe y dirige sus propias obras con su compañía Magrinyana: Plomo caliente (Cuarta Pared, 1998); Monos locos y otras crónicas (Sala Triángulo, 2000); Mátame, abrázame (El Canto de la Cabra, 2002), Las islas del tiempo (Cuarta Pared, 2004), a las que han seguido recientemente Memorias del jardín (2009); Vida y materia (2010-2012); Dende a sombra / Bufóns e pallasos (2010); Conversación en rojo y No somos el fuego (2012). También con Magrinyana y Pepo Oliva dirigió en 2007 el Agamenón (Volví del supermercado y le di una paliza a mi hijo) de Rodrigo García. Poeta, traductor de innumerables novelas, ensayos, poemas y autores de teatro (Müller, Kane, Lepecki, Berkoff, Shepard, Crimp…), editor de Pliegos de Teatro y Danza y Fases y Contextos, codirector, con Alfredo Buxán, de Cuadernos de Cántiga, redactor de la revista teatral El Público entre 1984 y 1990 y hasta hace poco Jefe de Publicaciones del CDN, puede decirse de Fernández Lera que es un pilar de nuestro teatro tanto en lo que se refiere a su obra propia como al campo de su historia y documentación.
Hasta el domingo 13 de diciembre de esta semana, se estará representando en el Teatro Pradillo Bufones, un conjunto de cuatro piezas de Antonio Fernández Lera (Asombros / Microscopias / Desde la sombra / Bufones y payasos) estrenado el año 2010 en el Encontro de Artes Escénicas de Muxía organizado por el Foro Costa da Morte de Galicia. Presentada aquí en la caja negra del Pradillo y representada en castellano por Carmen Menager y Jorge Rúa con espacio sonoro del colectivo maDam e iluminación de Carlos Marqueríe, constituye una excelente ocasión de tomar parte en una interesantísima sesión de ese «otro» teatro que el autor lleva practicando desde hace más de treinta años. Ante todo un poema, inspirado en la figura de la poetisa rusa Ana Ajmátova y los escritos del luso Miguel Torga, el espectáculo es mucho más que eso. Por de pronto, un espacio en el que los actores se mueven lentamente y van desgranando sus palabras dotándolas de su densidad justa («Miranda.- Hemos creado la música el placer de la carne la mirada la caricia el silencio el pensamiento la complicidad el reconocimiento el deseo») en un entorno conformado por el viento y el anochecer que nos van adentrando sin remedio en el reino de las sombras. Pocos elementos de atrezo si no son una larga soga y unos sonoros abalorios (¿o son instrumentos de tortura?) que impulsan los intérpretes con su cabeza o con sus pies («Miranda.- Eres el hombre que me ata las muñecas a la espalda. Eres el hombre que desgarra mis entrañas violentamente. Eres el hombre que ahoga mis gritos con su mano grasienta»). O el deseo que se entreteje entre los pliegues de un burdo cobertor: «Jacob.- Ya es tarde. Ya es tarde para todo. / Miranda.- Acabamos de empezar. / Duque.- Siempre dices lo mismo. / Miranda. Ya tienes lo que querías. / Jacob.- Ya tienes tu merecido. Toma. Tu merecido. / Miranda.- Dime que sí. / Duque.- Dime que no. / Miranda.- Dime que sí. / Duque.- Dime que me calle. No me digas que me calle. No me digas nada. / Miranda.- Cállate. / Duque.- Bésame. / Miranda.- Cállate. Cállate. Idiota. Cállate». En cuanto a los Bufones y Payasos que cierran la obra, los actores pasan por una secuencia de maquillaje semejante a aquella por la que pasamos todos antes de salir a la calle. Ni el uno ni la otra – ¿la payasa? – provocan la risa sino el espanto al ver cómo ella se arrastra con dificultad por el suelo y darnos la impresión de cuando se incorpora dejarse la piel-costra-pintura en la pared. Puede que en nuestra vida sean los bufones los que ordenen y manden y nosotros quienes obedezcamos y pringuemos, pero no dejaremos de reírnos de ellos: «Carreras de sacos / danzas de bufones / danzas de payasos / no es lo mismo un bufón que un payaso / a los payasos no les gusta que les llamen bufones / a los bufones no les gusta que les llamen payasos / a los payasos no les hacen ninguna gracia los bufones / a los bufones no les hacen ninguna gracia los payasos / los bufones presumen de burlones / los payasos presumen de payasos / cuando un payaso fornica con un bufón todo es acción / cuando un bufón fornica con un payaso todo es fornicación / y todos los presentes están invitados a presenciar / el espectáculo completo y sin interrupciones / el juego de las maldiciones / y la guerra mundial / de los payasos y de los bufones».
Y el espectador, subyugado por la palabra, la belleza y la oportunidad de los sonidos que le envuelven y los cambios de luminotecnia que construyen en sí la propia acción, permanece sentado en su butaca al mismo tiempo que compone en su mente su propia trama y le da sentido a lo que siente, escucha y está viendo. Será de este trabajo conjunto del autor, los intérpretes y las artes escénicas de donde surjan las diferentes realidades que poblarán, cada una a su modo y con su propia forma e intención, las múltiples ideas de la audiencia. Sin duda, hay que asistir.
David Ladra
Diciembre 2015
Título: Bufones – Textos, dirección escénica y proyecciones: Antonio Fernández Lera – En escena: Carmen Menager y Jorge Rúa – Creación musical: Colectivo maDam – Iluminación: Carlos Marqueríe – Producción: Magrinyana – Colaboración especial: Isabel Albertus – Teatro Pradillo, del 3 al 13 de diciembre.