El teatro capitalino
Me llama la atención. Y poderosamente, sí. Cuando vivía en Sevilla, aún como cándido estudiante de interpretación de la Escuela Superior de Arte Dramático de Sevilla, tenía acceso al teatro a un precio reducidísimo, cuando no -en muchas de las ocasiones- directamente gratis por tratarse de preestrenos o invitaciones. Iba por aquel entonces semanalmente o bisemanalmente al teatro; a todo lo que se me pusiese por delante: intentaba absorber, cual esponja, todo lo posible de aquellos espectáculos, de aquel teatro vivo que complementaba mi formación. Asistí a funciones que quedaron grabadas en mi retina, lecciones de puro teatro que me reafirmaron en mi deseo de dedicarme a este precario sector. También hubo grandes decepciones, claro está, que nunca todo es color de rosa. Era –y sigo siendo- un yonki de este mundillo.
Ahora, en Madrid, como no podía ser de otra manera, sigo visitando los teatros religiosamente, aunque –debo admitir- no con la frecuencia semanal que acostumbraba hace no tanto tiempo. Qué le vamos a hacer, el nivel de vida madrileño no lo permite. Y, estando aquí… no puedo dejar de preguntarme qué ocurre con la programación en la capital, sobre todo, en los teatros públicos: si de algo he podido darme cuenta este año y medio ya de residencia en Madrid, es de que el buen teatro es extremada y radicalmente difícil, arduo diría, de encontrar. Quizá sea porque vengo maleducado, en Sevilla tienen ese Edén llamado Teatro Central de Sevilla, que raramente defrauda con su programación; a lo mejor es deformación profesional; es probable, también, que yo sea de gustos exquisitos; o sencillamente, es que con el tiempo el paladar se va agriando… Pero puedo contar con los dedos de una mano –y me sobra la otra mano e incluso dedos- los espectáculos que me han movido.
Dejando a un lado el debate de quién soy yo o nadie para decir qué es buen teatro y qué no lo es –demasiado puntiagudo para atajarlo en estos lares- me encuentro, ciertamente, perplejo. Y eso que oferta hay, ingente y variada, aunque abunden por encima de todo esas insulsas comedias burguesas que permiten al espectador ocasional evadirse del mundo terrenal, de igual manera que hacen los blockbuster hollywoodienses. Recuerdo «La noche de los teatros de Madrid» realizada este finiquitado 2015: 200 actividades en 110 espacios escénicos. Apabullante.
Me decía un compañero chileno, hombre de teatro, espectador asiduo, que su experiencia con el teatro español ha sido amarga, nunca termina de convencerle lo que ve, siempre siente que falta o sobra algo. O, que, directamente, no había nada sobre las tablas. Y yo no sé ya si achacarlo al onanismo y vanidad de los propios espectáculos, si a los actores televisivos, a la preferencia del artificio sobre la calidad, a las prisas, al sentimiento de vacuidad que muchas funciones desprenden o al presidente del gobierno, que siempre hay que culpar a alguien y esta figura lo facilita.
Y también me he percatado de algo: en las salas alternativas, en las que no se encuentran dentro del circuito de la oficialidad, se respira más teatro que en gran parte de los espectáculos programados dentro de los teatros estatales. Y es que la precariedad incendia a la pasión, y ésta al ingenio… Que digo yo que algún beneficio debe tener esta paupérrima situación. Claro, que esto tiene su lado negativo: la burbuja de las salas off está tocando techo, si no lo ha hecho ya. En fin, dejemos esto para otro texto.
Madrid es una ciudad increíble, en continuo movimiento, lleno de personas con un vivo gen artístico de las que contagiarte. Acudo siempre con ilusión al teatro, aunque en mi fuero interno rezo por no llevarme otra decepción. El cabreo, por desgracia, es en demasiadas ocasiones el plato final. Así que yo, vuelvo a preguntarme: ¿qué le ocurre al teatro capitalino, la que se supone debe ser la referencia del teatro patrio? Afortunadamente, cuando te sientas un segundo, recuerdas: en España, no solo se hace teatro en Madrid, aunque así lo parezca.