Rodrigo García. La herida y sus sublimes supuraciones
Hurgar en las heridas para limpiarlas y que cicatricen. Saldar las deudas del desencanto con la sublimación teatral. Acometer desde el escenario un ajuste de cuentas con una realidad infame de la que, en mayor o menor medida, somos partícipes. Vengarse de la hipocresía y la mundana vulgaridad escupiendo poesía escénica… Todas estas acciones y otras, que giran en sus órbitas, generan un teatro incómodo, bello y provocador. Un teatro que nos interpela y nos agita.
Rodrigo García se sitúa, de alguna manera, en esas coordenadas artísticas. Sus espectáculos nunca dejan indiferente al público que asiste e, incluso, a toda esa otra parte de la sociedad que, sin acudir, a un espectáculo o leer un libro, es quien de criticarlo y denostarlo.
El día 11 de diciembre de 2015 fui invitado por el Teatro Municipal do Porto Rivoli para moderar una conversación post espectáculo con Rodrigo García.
Yo conocía su obra desde hace muchos años, pero a él, personalmente, nunca lo había tenido delante.
Cuando nos encontramos, después de asistir a su último trabajo, titulado 4, me chocó su estado emocional. Rodrigo estaba ostensiblemente cabreado y se mostró, al principio, incómodamente tenso. Se quejaba de que estaba cansado y de que tenía que madrugar para coger un avión temprano.
Las sillas para la charla estaban dispuestas en círculo, y algunas espectadoras y espectadores rondaban por allí sin decidirse a sentarse. Las organizadoras nos pedían a Rodrigo García y a mí que, por favor, fuésemos ocupando nuestros lugares para que la gente, al vernos, entendiese que íbamos a empezar y se fuese también sentando. Pero Rodrigo, airado, decía que él no pensaba sentarse, que le trajesen primero a la gente, que él estaba muy cansado y que esto estaba muy mal organizado, etc. etc. El aire se cortaba con un cuchillo.
La organización del Teatro Municipal do Porto es impecable. Para nada había una mala organización, sino más bien lo contrario. El equipo del TMP (Teatro Municipal do Porto) hace un trabajo de una altísima profesionalidad y eficacia.
Después de una bromita que le gasté, García comenzó a sonreír un poco. Pero el ambiente seguía tenso. Solamente una vez entrados en conversación, Rodrigo se relajó y hablamos de la vida y de su teatro. Y fue tremendamente sincero, como si estuviese hablándole a un amigo, a unos amigos, como si, finalmente, decidiera desnudarse.
Un tiempo después entendí el motivo de aquellas primeras reacciones airadas del dramaturgo. Un tiempo después, recordando la tensa escena y analizándola, caí en la cuenta de que después de mostrar un espectáculo que se venga poéticamente del mundo, no debe ser fácil presentarse ante ese mundo del que uno, de alguna manera, se ha vengado.
Después de un espectáculo en el que se revientan los tabús y se planta cara a la hipocresía social, desde una voz muy personal y herida, no debe ser fácil sentarse para hablar y atender preguntas del público.
Después de un espectáculo así, quizás lo que apetece es huir.
Después de un espectáculo en el que el propio Rodrigo García escribe, en el programa de mano: «Es de suponer que para cada artista un proceso de creación sea algo que tiene sus reglas particulares; algunos las heredan, otros las inventan. En mi caso, las reglas son tan claras que describirlas se vuelve anecdótico y el resultado poco o nada interesante para el lector. ¿Cómo describirías algo tan familiar como el respirar?»
En 4 se reconoce esa poética teatral heterodoxa, de impactante plasticidad y acerada crítica, que caracteriza, desde hace muchos años, las creaciones de Rodrigo García y su equipo.
El escenario se muestra tal cual, con diferentes dispositivos que van a intervenir en la acción: una pared apaisada de bastidores de madera, que servirá de pantalla audiovisual y de frontón para jugar al tenis; un enorme foco skylight; una chaise longue de cuero negro y metal; un «savon de Marseille» gigante; un tocadiscos giratorio y una maceta con una planta…
En el paisaje escénico se van a ir produciendo, con la textura de la «performance», diferentes situaciones de juego entre Gonzalo Cunill, Nuria Lloansi, Juan Loriente y Juan Navarro, que incluyen gallos calzados con deportivas y niñas maquilladas, peinadas y con zapatos de tacón, además de espectadoras/es que suben a bailar cumbia y a mantener una conversación y un simulacro alrededor del «doggy style», o sexo a cuatro patas.
Sin duda el 4 es aquí más que un número. Es una declaración sobre un tipo de teatro concreto, que abre sus juegos a la retórica escénica de la metáfora y de la ironía.
En este sentido, hay secuencias o cuadros de antología, como cando Juan Loriente lanza pelotas con una raqueta contra la imagen de la vagina pintada en «El origen del mundo» por Gustave Coubert, mientras escuchamos, amplificados, los gemidos de mujeres tenistas en el esfuerzo del juego.
El cuadro o secuencia de las niñas bailando sobre tacones, maquilladas, peinadas y vestidas como mujeres adultas, que ofrecen su feminidad, dentro de los clichés de la mujer objeto. Después de observarlas, en una proyección audiovisual, en la sesión de maquillaje y peluquería.
Las niñas sobre los tacones y los gallos calzando deportivas y deambulando por el escenario, más allá de la plasticidad chocante, despliegan una polisemia asociada a una crítica de lo que la sociedad de consumo hace tanto con animales como con personas, en un juego de domesticación y depredación, más o menos encubiertos.
El teatro de Rodrigo García sigue consiguiendo esa compleja y fascinante alquimia entre la mordacidad y la dureza de la crítica, las cuestiones filosóficas y un humor y una comicidad redentoras.
Hay momentos, sobre todo al principio y al final, de fuerte focalización textual. Ahí el discurso verbal pasa a un primerísimo plano, trufado de pasajes llenos de procacidades y declaraciones impúdicas, aforismos filosóficos en clave popular, descripción de anécdotas perturbadoras, por lo que tienen de denuncia y grito metafórico desgarrador.
En la conversación post espectáculo, se puso de relieve la visceralidad intelectual y vital desde la que trabaja Rodrigo García.
Sus obras surgen de la herida y buscan el paliativo de la sublimación artística, de la belleza, a través de un juego teatral de fuerte impacto visual y muy sugerentes sentidos y significados.
La doble moral de la sociedad en general, y de los progres en particular, la dificultad de las personas para juntarse y amarse, sin hacerse daño, la perversidad del sistema económico, laboral y de consumo… aparecen evocados a través de acciones lúdicas y, en muchos casos, polémicas, en parte por la libertad de la que hacen gala.
Rodrigo García nos habló de la importancia que tiene la atmósfera de confianza del equipo para poder llegar a desarrollar acciones tan libres y tan impúdicas.
Nos habló de la relevancia individual de cada espectadora o espectador y de su lectura singular, libre también.
La voluntad de conectar con un público popular, la dependienta, el camarero, la profesora, la estudiante, el taxista… Su intención de no hacer teatro para una élite intelectual o de especialistas. Y, en este sentido, la búsqueda de esa comicidad.
También las referencias pop, los materiales extraídos de la calle, de la cultura popular urbana e incluso rural.
Nos habló, después de una pregunta al respecto, formulada por Tiago Guedes – director del TMP -, de su gusto por meter animales en el escenario, igual que intervienen actores y actrices, desde una aceptación de que los animales también existen y pueden aparecer en el teatro tal cual son.
De algún modo, la inclusión de animales en algunos de sus espectáculos, ha originado múltiples quejas, e incluso denuncias, entre algunos sectores sociales. Esto no deja de poner en evidencia esa doble moral, según la cual toleramos la domesticación de algunos animales y el sacrificio de otros, pero no su presencia encima de un escenario.
En 4 aparecen gallos que calzan deportivas, y también lombrices y gusanos que son devorados, en directo, por plantas carnívoras, proyectándose la acción con un dispositivo audiovisual de «live video».
En el comienzo de 4, después de que los cuatro entren enmarañados en una red que al mismo tempo que los une, también los atrapa, aparece el foco en la palabra y las declaraciones de que el mundo, y la propia vida, se iniciaron como un acto de violencia contra la nada reinante. De ahí a las analogías con la violencia del acto sexual, la fecundación y el parto.
Hay algo en el teatro de Rodrigo García que nos muestra una cierta visión apocalíptica.
El escenario, por veces, también es una especie de apocalipsis teatral en la acumulación simultánea y contrastante de estímulos.
El génesis de ese apocalipsis tiene que ver con la belleza plástica, con la sugestión poética y con la redención cómica, además del factor humano que alienta encima del escenario dando calor a la dureza de la acción que acomete.
No hay otra redención que esa: la del calor humano. Esa temperatura que aquí irradian la actriz y los actores.
Afonso Becerra de Becerreá.