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Love in earnest. El amor como debe ser. Wilde por Carilla

La comedia de salón, o la alta comedia burguesa, que se permite congratularse en lo confortable, requiere de una dimensión ideológica transgresora que supere el mero entretenimiento proporcionado por las gracias de las vicisitudes y enredos amorosos.

Oscar Wilde es, en este sentido, un dramaturgo excepcionalmente genial, capaz de casar glamour, diversión aparentemente ligera, y profundidad ideológica.

Wilde, en sus comedias, logra disfrazar la incisiva crítica a la (doble) moral victoriana, a la hipocresía y a las convenciones castrantes y ofrecerla, justamente, con la apariencia de la congratulación.

El propio diseño de las situaciones dramáticas, y la representación de los caracteres, ya resultan elocuentes a este respecto, pero lo es más aún la brillante sofisticación de las acciones verbales, de las réplicas de sus luminosos diálogos.

El 13 de enero de 2016 pude gozar de una nueva escenificación de la última obra teatral de Wilde, The Importance of Being Earnest, en la traducción catalana de Jaume Auferil, LA IMPORTÀNCIA DE SER FRANK, con dirección de Emilià Carilla, en el Teatre Akadèmia de Barcelona.

La homofonía entre «earnest» (formal) y «Ernest» (Ernesto) en inglés, se traslada al catalán con las palabras «franc» (franco) y «Frank». Y, así, el juego del doble sentido, que se vincula directamente con uno de los temas principales de la comedia, permanece activo. La traducción catalana mantiene la deslumbrante agilidad de los diálogos originales, su capacidad para filosofar y comentar, sin que se resienta la dinámica y el nervio de los intercambios verbales.

Emilià Carilla y el elenco, formado por Enka Alonso (Gwendolen Fairfax), Cristina Cervià (Lady Bracknell), Sílvia Forns (Cecily Cardew), Marc Garcia Coté (Algernon Moncrieff), Àngela Jové (Miss Prism), Toni Mas (John –Jack- Worthing), Victor Pi (Reverend Chasuble) y Jordi Vaqué (Lane. Merriman), consiguen generar un contexto de refinamiento y elegancia con muy pocos elementos escenográficos y de caracterización externa.

Tenemos la impresión de estar en el salón de una casa noble. Tenemos la impresión de asistir a una soirée de la alta sociedad. Y esto viene dado, fundamentalmente, por el refinado trabajo con las actitudes, los gestos, las distancias y las poses, así como por la bien mesurada administración del diálogo.

Apenas una gran alfombra roja y un tresillo, una mesita para el té y las pastas, una lámpara de plumas blancas y poco más. Un vestuario actual, pero con el acento en la elegancia de los trajes de gala… Apuntes que, sin buscar una recreación de época y lugar (Inglaterra, finales del siglo XIX), la evocan, y justifican, de esa forma, los manierismos y la riqueza retórica de los diálogos, así como la lógica de las relaciones y de las intenciones dentro de las convenciones de época que regían el galanteo y los rituales de seducción.

Ciertamente, en esta comedia de enredo, los intereses sociales y económicos se mezclan y tontean con los intereses eróticos y sentimentales, bailando en los límites de lo correcto y de lo incorrecto respecto al decoro imperante.

Emilià Carilla busca la credibilidad y la renovación de los estereotipos, casi circenses, que alientan tras los personajes y, el elenco, nos los ofrece singularizados. Así el estereotipo del gentleman, de las damas de alto copete, de las señoritas educadas para buscar marido, de la institutriz y el pomposo reverendo, de los sirvientes amanerados…

Hay estereotipos reconocibles, pero, al mismo tiempo, riqueza y complejidad en los detalles y matices, de tal forma que lo circense nunca se desboca ni alcanza la caricatura o la parodia, aunque, por veces, la roce.

Ese cierto tono circense viene dado por los juegos de contraste y simetría en la caracterización de las jóvenes damas casaderas: Gwendolen, interpretada por Enka Alonso, con unos modales más encorsetados y urbanos, frente a Cecily, interpretada por Sílvia Forns, con unos modales más asilvestrados y espontáneos. También el juego de contraste y simetría entre los dos gentlemen: Algernon, interpretado por Marc Garcia Coté, desde un amaneramiento y una malicia luciferina chispeante, frente a John, interpretado por Toni Mas, desde una serenidad y un peso más terrestre y sencillo. También la propia fisionomía de las actrices y los actores juegan esa baza complementaria del contraste y la simetría.

Las dos parejas de caracteres pivotan, a su vez, en torno al resto de personajes. El contraste entre Miss Prism, interpretado por Àngela Jové, desde un enfoque que conjuga romanticismo y severidad, cordura y locura, en la institutriz de Cecily, frente al otro rol que ostenta en la fiel enamorada del reverendo Chasuble. El reverendo, que interpreta Victor Pi, se acerca, en algunos momentos, en algunos gags, al teatro del absurdo.

La controladora y suspicaz Lady Bracknell, interpretada por Cristina Cervià, que llega a clímax de histrionismo en el arbitraje de las situaciones en las que ejerce su autoridad. La composición de tics nerviosos, la gestualidad ostentosa, se acerca, en algunos momentos, a una caricatura de los manierismos aristocráticos.

Los dos sirvientes, que interpreta Jordi Vaqué, también ejercen una rentabilidad cómica en las escenas. Los movimientos afeminados del sirviente de Algernon, en la casa de la ciudad, frente a los movimientos orientales, de mago o faquir circense, en el sirviente de Cecily, en la casa de campo de John.

Emilià Carilla, insinúa, de manera bastante notoria, una relación más que de amigos entre Algernon y Jack, haciendo guiños continuos a una complicidad en lo erótico y a una relación homosexual entre ellos. Este doble juego se mantiene en toda la primera mitad del espectáculo, mientras están en la casa de Algernon en la ciudad. Después, cuando la acción se traslada al jardín de la casa de campo de Jack, donde vive Cecily, esos guiños a una relación homosexual secreta entre ellos, desaparecen.

El tema del amor, sus impulsos y el choque de éstos contra los condicionantes educacionales, sociales y económicos, es una de las delicias que nos ofrece The Importance of Being Earnest, de Oscar Wilde.

El cuestionamiento humorístico sobre el «love in earnst», el amor como debe ser, resulta equiparable al reductor «being earnest», ser como es debido.

El humor consiste, precisamente, en disponer de esa distancia inteligente que nos permita ver y analizar lo contraproducente, e incluso ridículo, de nuestros comportamientos en relación a nuestras necesidades y deseos.

De tal forma, la comedia se abre al análisis y pone de manifiesto, en las conclusiones a las que, como espectadoras y espectadores, podemos llegar, las trampas y los palos en las ruedas que nos ponemos. Que seguimos poniéndonos.

Queremos ser felices. Las comedias se supone que acaban con un final feliz y que, por tanto, imitan o apuntan a esa tendencia utópica y optimista de la felicidad. Queremos ser felices y cada quien deberá formular en qué consiste su felicidad. ¿Cuál es el sentido de la palabra felicidad, final feliz, para cada persona? El paso siguiente, quizás sea burlar y salvar los atrancos, empezando por los que nos ponemos nosotras/os mismas/os.

LA IMPORTÀNCIA DE SER FRANK, la importancia de ser francos, de ser honestos con nuestros impulsos, no deja de parecerse a un alegato en pro de la libertad.

Entre deliciosas ironías, los personajes de esta comedia de Wilde, nos interpelan con astucia y picardía. Escuchemos, como ejemplo, solo algunas de mis réplicas predilectas:

«Gwendolen: In matters of grave importance, style, not sincerity, is the vital thing.»

«Lady Bracknell: To speak frankly, I am not in favour of long engagements. They give people the opportunity of finding out each other’s character before marriage, which I think is never advisable.»

«Lady Bracknell: […] He has nothing, but he looks everything.»

El espejo de la comedia, en este caso, no es un espejo deformante. Lo único que hace es disponer la distancia lúdica del humor inteligente, para que en los contrastes cómicos, descubramos la deformidad por la que nos regimos en nuestro día a día.

Afonso Becerra de Becerreá.


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