J’attendrai/José Ramón Fernández/Claudie Landy/
¿Cómo contar lo indecible?
Hace ochenta años la Guerra Civil española echó a las carreteras a miles de refugiados españoles. Buscaban la salvación en Francia, que tampoco tenía los medios para acogerlos y vivía el mismo destino con la invasión nazi. Las escenas de éxodo de los refugiados, de guerras civiles, de masacres, de errancia se reproducen hoy a un escalón todavía más grande en toda Europa.
J’attendrai de José Ramón Fernández es al mismo tiempo la memoria de los episodios menos conocidos de la Guerra Civil en España y de la II Guerra Mundial y una metáfora de los destinos de miles de personas, víctimas de las guerras de todo tipo, de los totalitarismos, que vagan en los caminos sin encontrar refugio.
La compañía de La Rochelle fundada y dirigida por Claudie Landy, quien realiza desde unos años lecturas de testimonios y encuentros sobre la memoria de los exiliados españoles, ha encargado a José Ramón Fernández la escritura de una obra sobre esta historia que el propio autor desde casi 20 años no lograba escribir. ¿Cómo decir, expresar lo indecible, lo humano e inhumano del horror de la guerra? En J’attendrai saca el tono poético y la compañía un lenguaje escénico pluridisciplinar para resentirnos, entender la substancia indecible, innominada de los sentimientos, del sufrimiento, de la resistencia y del aguante del ser humano, haciendo que nos encontremos con los muertos de anteayer.
Invitado en 2012 al Festival Les traversées organizado por Theâtre Toujours à l’Horizon de La Rochelle que presentaba en este marco un ciclo de lecturas dramatizadas de sus obras, Jose Ramón Fernández asistió a la lectura de los testimonios de republicanos españoles exiliados de la Guerra Civil en La Rochelle. Esa lectura y el encuentro con los descendientes de los exiliados fueron para él un cambio en la escritura de una obra sobre la memoria ocultada de miles de exiliados españoles, quienes con buques o andando huían del terror franquista. Muchos refugiados «acogidos» en los campos de concentración franceses se han incorporado a la Resistencia. Muchos fueron deportados en uno de lo más mortíferos campos de exterminación nazis, Mauthausen en Austria. Pocos sobrevivieron al infierno del campo.
En ese mundo aparte donde la muerte les acompañaba antes de abatirlos, se entablaban de vez en cuando entre los presos lazos de solidaridad, de fraternidad y de amistad más fuerte que la muerte.
La Historia y los medios no dan más que el balance cifrado de los conflictos y de las guerras reteniendo solo los nombres de sus protagonistas principales políticos o militares, mientras que la muchedumbre de los figurantes anónimos de ese juego de masacre caen en la trampa de la historia. La literatura, en la ocurrencia el teatro, recuperan la memoria de estos destinos de individuos anónimos.
José Ramón Fernández se inspira en J’attendrai en su propia historia familiar. La de su tío Miguel Barberán quien, refugiado en Francia, incorporado a la Resistencia, arrestado y deportado a los 21 años primero en el campo de Fallihboostel y después en el campo de Mauthausen del cual saldrá en 1945 como uno de los pocos supervivientes. Liberado, se instaló en París donde vivió hasta su muerte en 1990. José Ramón Fernández ha heredado de sus recuerdos de la guerra y del campo contados frecuentemente por su tío con un humor irónico, pero también de sus pesadillas cuando aquella historia le visitaba de noche.
Su obra no es un teatro documental, la historia personal coincide con la historia colectiva de tantos presos muertos en los campos nazis y de los, poco numerosos, que han tenido la suerte de sobrevivir a ese infierno.
«La he escrito –dice él – para ayudar a entender y para compartir esta memoria.» Para añadir un eslabón más a la memoria que nos han transmitido grandes escritores como Primo Levi, Jorge Semprun, Max Aub quienes han vivido y sobrevivido al horror de los campos.
José Ramón Fernández aborda esta historia desde una mirada de hoy, implicándose él mismo en la obra como personaje – autor que se pone en cuestión, interroga su capacidad para hablar de este pasado. Situando la acción en el presente, en una casa trasformada en casa de huéspedes cerca de Paris llegan una tarde dos viajantes: un anciano español, Jose, acompañado de su nieto Vincent. El anciano español estuvo preso en el campo de Mauthausen donde entabló una amistad con un joven francés, Christian, quien fue ahorcado en el campo después de su intento de huída. José había prometido à Christian ir a Francia para ver a su novia si conseguían salir del campo. Durante más de 60 años no ha tenido el coraje de cumplir su promesa. Esta noche el azar le ha llevado con su nieto a esta casa donde vivía Patricia, la novia de Christian. Claire (Marie Claire Vilard), la casera, nieta de Patricia, conserva unas reliquias del pasado. Durante esta noche en esta casa habitada por los fantasmas del pasado, la memoria, los recuerdos, los del amor, de la esperanza de la joven pareja Christian y Patricia a quienes la guerra ha robado el futuro, y los recuerdos del infierno del campo, irrumpen en el presente. Los vivos y los muertos vuelven a verse, comparten esta memoria que el autor de la obra se empeña a transmitirnos.
Si en el teatro los actores llegan a ponerse en los zapatos de un personaje, ¿en qué medida nosotros somos capaces de una empatía con esos seres que han vivido y a veces sobrevivido a lo inimaginable, lo indecible?
Claudie Landy, que ha seguido la escritura de la obra, propone una visión escénica en osmosis total con el onirismo de la escritura de José Ramón Fernández. Un espacio vacío con solo tres cortinas de cuerdas, una al fondo y dos delante, permitiendo, con un remarcable trabajo de la luz, modular el espacio, jugar sobre el real y el irreal, los tiempos diferentes y hacer aparecer y desaparecer instantáneamente los personajes y convocar a los muertos.
La opción de Claudie Landy es la de evitar el realismo tanto en el decorado como en la actuación, sostenido en el intersticio entre la encarnación y la evocación de los personajes. A veces irónico, casi aéreo, como por ejemplo para Patricia, la novia muerta, de la cual Marie de Oliveira ha creado una visión fantasmagórica a través de la danza. Las breves escenas en el campo, como flashes cegadores, surgen de repente captadas por la luz, como arrancadas de la memoria. Los tiempos diferentes se imbrican, coexisten simultáneamente. No hay realismo en los vestuarios concebidos en el modo de la evocación o de la referencia. Así de los impermeables beige para Christian (Eric Chaussebourg) y Jose ( Thierry Patarin) en las secuencias de Mauthausen, vestidos contemporáneos en otras escenas, Vincent (Aymric Faure) el nieto con un casco para escuchar la música y un móvil.
La música original creada por Alejandro Barcelona, quien la interpreta en escena, unas veces con el acordeón, otras con instrumentos electrónicos, totalmente integrada en la dramaturgia escénica, crea imágenes sonoras, huellas de lo indecible.
La canción J’attendrai de Rina Ketty que da su título a la obra, interpretada después por generaciones de cantantes, fue un gran éxito en los años 1930, con la cual bailaban miles de jóvenes amorosos, como Christian y Patricia en la obra. Pero servía también de fondo musical durante las ejecuciones en los campos de exterminación.
Lejos de todo sentimentalismo y de lo patético, J’attendrai no pretende producir compasión ni emoción fácil, su reto es acercarnos al más prójimo y el más profundo de esta incomprensible.
Irène Sadowska Guillon
Obra: J’attendrai – Autor: José Ramón Fernández – Traducción al francés: André Delmas – Intérpretes: Alejandro Barcelona – música, Éric Chaussebourg- Christian, Aymric Faure – Vincent, Marie de Oliveira- Patricia, Thierry Patarin- Pepe, Marie-Claire Vilard – Claire – Escenografía: Gilles Rondot – Música original: Alejandro Barcelona – Iluminación: Catherine Chaveriat – Vestuario: Chantal Rousseau – Direccion: Claudie Landy – Creación del 28 al 31 de enero en el Théâtre Toujours à l’Horizon en La Rochelle – Los días 11 y 12 de febrero 2016 en el CREA en Saint Georges de Didonne.