Desde la faltriquera

Jelinek toma el relevo de Weiss

Esquilo estrenó Suplicantes en el año 463 a.C., primera tragedia de una trilogía no conservada, integrada por Egipcios y Danaides. Nos ha llegado la primera con problemas filológicos no resueltos y que, según interpretación, cambian el sentido del texto. El tema es claro, la llegada a Argos de las Danaides en busca de protección, que obliga al rey a la expulsión de las emigradas o entrar en guerra con los egipcios; la motivación admite interpretaciones en función de criterios filológicos: las Danaides abandonan Egipto para no contraer matrimonio con sus primos porque aborrecen de la relación sexual, pero no está claro el motivo ¿por parentesco? o ¿como un rechazo general y preservación de la virginidad?

Cuestión abierta ante la que Elfriede Jelinek opta por la primera opción, la más apropiada para desarrollar el drama humanitario de los desplazados árabes, objeto de Die Schutzbefohlenen (Los protegidos), escrita en su primera versión en el verano de 2013. Estrenada por Michael Thalheimer, la retoma Nicolas Stemann en el Festival de Mannheim, para traerla al Theater Thalia de Hamburgo en régimen de repertorio. Si la primera etapa de la literatura de la nobel austriaca tiene un carácter aurreferencial y, en ocasiones, hermético, la producción de los últimos años, y de modo especial su teatro, conecta con el teatro documento que denuncia situaciones lacerantes, que se producen en Europa. Los contratos del comercio, La guerra del deporte y ahora Los protegidos son una buena muestra del relevo que Jelinek ha tomado de Weiis, cuyo centenario de su nacimiento se cumple este año.

Además de la preocupación social, el teatro de Jelinek presenta otras características interesantes: la ácida ironía con la que aborda temas impactantes con la posibilidad de producir una reflexión mayor entre los espectadores; la potencialidad dramática de sus textos, escritos sin divisiones dialógicas, ni personajes, que deben ser creados por los dramaturgistas; y el diálogo y la transformación subsiguiente entre dramaturga y director para fijar un texto escénico, que conlleva la inclusión de nuevos textos y cambios de escenas, si el pálpito temático exige modificaciones mientras la obra permanece en repertorio. Forma de trabajo, esta última, que se potencian con Stemann.

El punto de partida de Die Schutzbefohlenen es la tragedia de Lampedusa, frente a sus costas murieron decenas de emigrantes subsaharianos, que venían a Europa en busca de mejores condiciones de vida, pero el tema se amplía con los desplazados del próximo oriente que llegan cada día. Opone la dramaturgia dos ambientes muy diferenciados, que no se mezclan durante el espectáculo aunque convivan en escena: de una parte, los emigrantes que concentran sus acciones en la protesta llevada a cabo por paquistaníes en 2012, encerrándose en iglesias de Viena para obtener una visibilidad que les permitiera exponer sus problemas; la tragedia de Lampedusa; el goteo de emigrantes; la no integración de estos y la utilización de los mismos, como mano de obra barata. En el otro lado, los europeos y, con gran acierto y perspicacia, los emigrantes integrados en el sistema occidental: el cambio de actitud desde un buenismo artificial, integrador y defensor de los derechos de las personas del tercer mundo, que se transforma en hipocresía al levantar alambradas de espino, hacinarlos, utilizarlos para realizar trabajos no queridos por los europeos (con la mordacidad de vestirlos con monos de trabajo que tapa sus cabezas), y un final festivo y cínico, que parece indicar (y este extremo queda menos claro en la propuesta) el desentendimiento de los europeos que continúan ajenos al problema (engalanados con trajes de fiesta), mientras los emigrantes en sus lenguas pronuncian palabras ininteligibles para los personajes, que se traducen en las pantallas, «igualdad de derechos para todos».

El texto como documento de la realidad social y la respuesta cínica de lo políticamente correcto, que se desvanece hacia la injusticia, cuando los problemas acucian, llega a los espectadores, y quizás esta sea la mejor cualidad de la propuesta Jelinek / Stemann, pero el trabajo del director no contará entre sus mejores: el ritmo se lastra por un exceso de diégesis, la coralidad de los emigrantes, previsible y rutinaria en movimientos, lo textual desplaza a lo escénico y un trabajo dramaturgístico endeble. Conserva sus señas de identidad, distanciamiento, no identificación, audiovisuales significantes en sí mismos y amplificadores de la realidad que se observa sobre el escenario, e intento de retroalimentación de la escena desde la platea, cuestión que no se consigue.


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