El cuerpo cyborg de la escena
La prolongación protésica existe en el teatro desde siempre. Todas las extensiones físicas o intangibles sirven para optimizar, recuperar, reacomodar una percepción afectada, ya sea por la distancia, por las condiciones ambientales, por la inflación de las escalas, etc, etc. Máscaras, binoculares, perspectiva, y todo tipo de variantes tecnológicas. Material o inmaterial. Así puestas las cosas, se hace difícil, o más bien ocioso, el planteo por la esencia del teatro. Es que el centro vital de la escena se descorre, se desplaza, de manera incesante, como para guardar correspondencias, equidistancias y equilibrios con los factores de definición eventual que hacen a su organicidad puntual, a la que puede ostentar en un determinado momento. A esta variabilidad se hace difícil contestarle con invariantes y dogmatismos. Cualquier arte poética particular puede serlo en este cuadro de situación. El ‘todo es teatro’ sólo puede ser confrontado con aptitudes comprobables que prueban la capacidad de vida de tal o cual propuesta. La condición cyborg de la escena se compadece con su don a ser innúmeras escenas. Desde esas fronteras no se puede razonar con formulismos consabidos, con apelaciones a dar cuenta de su forma, o su estado. En todo caso su physis se decide por una certificación de presencia que puede ser testimoniada por el fruente, el experienciador, de mil maneras diferentes a las que hacen del mismo hecho u acto, otros receptores. Es que el teatro puede ser una fragancia, una onda, una mera pléyade de sensaciones asociables no tanto a voluntades de provocarlas, sino a condiciones de sincronicidad a-causales, capaces de hacer de la experiencia teatral la más recóndita indecibilidad poética imaginable. Son condiciones aleatorias capaces de concitar lo insospechado. Para ello el ser humano no ceja en su vocación genuina a entregarse a la libre efervescencia de los dones, los propiamente humanos, los de la naturaleza en general. Las contra-indicaciones son las intervenciones por dotar de una figura al evento, por vectorizar la experiencia hacia tal o cual lugar, impacientes por dirigir, o digitar tendencialmente lo que como sentido no podrá avenirse al sayo de significar algo concreto.
Cierta producción escénica cultural se debate por mantener los formatos, los rangos compatibles con la tradición, sin entender sus fluctuaciones y expansiones-contracciones protoplasmáticas. El multiverso de los espíritus diversos, traza infinitudes que esponjean el funcionar de las conciencias, con entereza y apertura al tamaño de los sueños, correspondiéndose a su constante expansión. Atreverse a la experiencia antes de la atribución de significado es una apelación a vérselas con ese pulso que manifiesta el inconsciente de los materiales. De la presteza a la absorción en esa nueva materia, es lo que formaliza la actitud a guardar con todo aquello capaz de aparecer. El gestor de la escena no puede por temor ser un obstáculo o un estorbo a las manifestaciones que lo desbordan. Actuar con modalidad de dueño, con la ética del CEO.
Qué es lo que históricamente le aportan al teatro los adosamientos que lo potencian, lo aseguran, lo activan como máquina de guerra. En este punto, el registro de lo conocido es un anclaje político de sus realizadores que carece de inocencia. Un posicionamiento mediatizador. Un dirigismo. El operador sin límites, un desacoplado. Un portador de la llama sobrehumana que no antropomorfiza su herramienta. Esa es su luz. Su saber. Un modelo que no se instala desde sus preferencias, por el contrario, que tiene la virtud de relativizarlas, alquimizando en sus productos, los poderes de lo imprevisto.