Nada que perder/Cuarta Pared
Saber o no saber
Ésa es la cuestión, y uno de los grandes dilemas a los que se enfrentan los docentes de cualquier tiempo y lugar. ¿Qué saber, qué enseñar a los alumnos? ¿Valores, cuáles, conocimientos de ciencia, literatura, matemáticas, epistemología, taxonomía, conductas, destrezas, qué saberes son precisos a transmitir?
«Nada que perder», obra que se está reponiendo en la sala Cuarta Pared de Madrid, plantea varios planos de lectura. Uno de ellos, explícito aunque no demasiado evidente, es el que aborda el profesor de Filosofía al comienzo de la función en la discusión con su hijo al que reprocha haber incendiado un contenedor de basuras; invoca a Séneca y a la ética clásica; al final de la obra, en el epílogo, el mismo profesor duda y se contradice lanzando todo un discurso lleno de rabia abogando, en cierto modo, por el «sálvese quien pueda», tirando por tierra todas sus teorías convencionales en favor del pragmatismo social.
Este profesor asume las dudas existenciales de Hamlet y metaforiza no solo el sentido de la Educación, sino el significado de la cultura en general y de la ética convivencial en particular. Dudas y más dudas, preguntas y preguntas que no tienen respuestas unívocas ni sencillas; la obra aporta preguntas: «¿Quién tiene la culpa?, ¿Meterías a tu padre en la cárcel?, ¿Qué serías capaz de hacer por conservar el trabajo? ¿Qué harías tú si no tienes nada que perder?»
Estas preguntas nos llevan a otro plano de lectura, el que establece los límites de la ética para sobrevivir en esta sociedad capitalista que devora a las personas para convertirlas en alimañas. ¿Hasta qué punto el individuo debe tolerar injusticias, silencios delatores, chantajes miserables, actuaciones fraudulentas, mentiras…? Y algo tremendo de asumir: si tú no lo haces otro lo hará. En una escena de la obra, la madre aconseja e intimida a su hijo para que realice un acto moralmente horrible: «…porque los demás lo harían también.»
En fin, un tercer plano de lectura es el de la corrupción en diversas formas, grados y circunstancias. Este tipo de lectura me parece menos interesante en cuanto se explicita con extremos sobradamente conocidos a través de los medios en la actualidad. No aporta nada nuevo, sin embargo, para algún tipo de público puede resultar atractivo por ser más espectacular.
El texto de «Nada que perder», con dramaturgia de QY Bazo, Juanma Romero y Javier G. Yagüe, está entramado con habilidad a modo de una prenda tricotada: un nudo lleva a otro y éste a otro más… La prenda resultante es la realidad conformada por tráfico de influencias, trapicheos, oportunistas, infidelidades, falsos testimonios, crisis de valores, corrupción.
La puesta en escena está compuesta por ocho secuencias y un epílogo donde dos actores y una actriz encarnan diversos personajes en un juego que utiliza la metateatralidad como hilo conductor. Una mesa alargada ocupa la centralidad; bolsas de basura en varios montones y un mural traslúcido al fondo al que no encontré significado; en el devenir de la pieza, el suelo queda cubierto de papeles, unos rebujados y otros significan dinero, subrayando la basura, todo un universo marcado por todo tipo de suciedad, no solo la física, sino la moral.
El trabajo del equipo artístico pasó por momentos brillantes con personajes muy conseguidos y otros más endebles independientemente del intérprete respectivo. Siendo rigurosos, en algunos momentos daba la sensación de que cada actor o actriz no eran los mismos intérpretes de una escena a otra, había cierta irregularidad.
No obstante, el balance del conjunto es totalmente positivo puesto que el juego escénico de situaciones sobresale en gran manera sobre la sicolgía de cada personaje. En este sentido, la palabra, el texto y las acciones destacan en todo momento. La trama es tan fuerte y clara que explota como un globo lleno de agua y empapa al espectador.
Con todo, en «Nada que perder» pasa a la categoría de esos espectáculos que, aunque nos vomiten la conocida realidad que nos rodea, sirven de espejo donde de vez en cuando debemos mirarnos y remirar. A veces, estas piezas nos descubren preguntas, reflexiones y situaciones complejas que nunca viviremos de igual manera pero que permitirán conocernos mejor.
Sobre todo preguntas, «Nada que perder» nos pone en situación de preguntarnos lo que tenemos que saber, o quizá lo que debemos olvidar de nuestra formación intelectual, ética y convivencial.
En fin, Javier G. Yagüe como coautor y en la dirección ha conseguido un espectáculo excelente que no defrauda a nadie tanto por el contenido como por la dinámica escénica que entretiene e invita a la reflexión.
Manuel Sesma Sanz
Espectáculo: Nada que perder – Dramaturgia: QY Bazo, Juanma Romero y Javier G. Yagüe – Intérpretes: Marina Herranz, Javier Pérez-Acebón y Pedro Ángel Roca – Escenografía: Silvia de Marta – Iluminación: Alfonso Ramos – Utilería y vestuario: Cuarta Pare – Dirección: Javier G. Yagüe – Producción: Cuarta Pared – Teatro Cuarta Pared de Madrid, en gira, hasta 21 de mayo.