Y no es coña

Pepe

No por mucho que se pudiera esperar dado su delicado estado de salud, la falta de José Monleón nos deja a muchos con esa sensación extraña de que se ha ido alguien quien tanto ha hecho por tantos en los muchos años de vida dedicada al Teatro en todas sus facetas. Varias generaciones de teatristas españoles, iberoamericanos y de la cuenca del Mediterráneo nos hemos visto guiados y amparados directa o indirectamente por Pepe, desde Primer Acto, desde sus críticas periodísticas, sus ensayos, sus conferencias y su activismo incesante.

En contadas ocasiones todas las alabanzas que se vayan produciendo durante estos días tras su obituario estarán más cargadas de datos empíricos para así expresarlas. Cada cuál habrá recibido su influencia de una manera u otra, pero pocos son los que no hayan sido afectados por su labor editorial, sus colaboraciones e intentos de estrechar lazos, tender puentes, convocar voluntades que hicieran más sostenible la práctica del Teatro. En tiempos de oscuridad y en tiempos de libertades. Luchando contra la opresión y acelerando los proceso democráticos. Una militancia y un compromiso inequívocos.

En los años sesenta cuando la larga noche del franquismo se intuía eterna, los que estudiábamos y hacíamos teatro en Barcelona, teníamos dos fuentes de conocimiento: La revista Yorick, editada por Gonzalo Pérez de Olaguer en Barcelona y la revista Primer Acto, editado por José Monleón desde Madrid. También pasábamos los Pirineos y nos refrescábamos en otras fuentes de aguas cristalinas, pero la conexión con el mundo la teníamos a través de estas dos revistas, la primera nos trajo a dramaturgos noveles pero acabó su periplo rápido, la segunda nos traía noticias de allende los mares, nos hizo descubrir las corrientes teatrales europeas y americanas, nos descubrió dramaturgias nuevas, y siguió en esta labor hasta hoy mismo. Evidentemente que en ambas había consejos de redacción, colaboradores habituales, pero en el timón estaban las dos mencionadas personas.

Y Primer Acto se convirtió en ese lugar inexcusable al que acudir para saber de lo que se estaba haciendo, de lo que nos podría venir, de lo que era una mirada al teatro mucho más elevada, más social y política que lo que se acostumbraba a hacer en los escenarios de aquellos tiempos. A excepción del Teatro Independiente que tuvo, precisamente en PA, su mejor escaparate, su excelente acompañante, su lugar de coagulación, de centralidad para conocernos entre los de diferentes puntos del Estado español, para saber cuántos éramos, qué fuerza teníamos.

La democracia y especialmente la llegada del PSOE al gobierno dispararon las expectativas de José Monleón, se convirtió en un auténtico embajador plenipotenciario del teatro español para relacionarse con los demás. Y tuvo sus frutos, algunos todavía perduran. Su ubicuidad era legendaria. Yo recuerdo ahora mismo a Pepe en L’Hospitalet de Llobregat en el año 1976 mostrándonos a Ricard Salvat y sus colaboradores una cinta de casete con los actos habidos en Fuentevaqueros en homenaje a García Lorca aquel año. Descubrió a La Cuadra de Sevilla y se hizo el más fiel defensor, colaborador, auspiciador y guía de esa propuesta embrionaria de un teatro andaluz imbricado con el flamenco que hacían Salvador Távora y los suyos.

Porque ahora que lo pienso, además de Primer Acto y otras instituciones que tuvieron su importancia en su momento, Pepe ha sido dramaturgo y director. «Tots amics i coneguts», en el Teatro Poliorama de Barcelona, con textos recopilados por él y Nuria Espert al frente de aquel espectáculo musical, es una de las primeras incursiones que tengo recuerdo. Ahora me viene a la mente otro espectáculo que hizo con un claro mensaje político de una cierta desconexión con el PC de entonces, que lo representaba entre otros, Petra Martínez. En la etapa del Instituto del Teatro de Mediterráneo fueron varias las incursiones con textos de autores y poetas de países del Magreb.

Esto sería interminable y como dice su hija Ángela no nos deja un vacío, sino que nos llena de hechos para que lo recordemos, de memorias, de textos teóricos, de investigación. Miles de conferencias y debates. Recuerdo que en los últimos años cuando su salud empezó a limitarle las actividades, me tocó compartir con él mesas e incluso sustituirlo en algunas a última hora. Yo encontraba que su última obsesión era más política que estrictamente teatral. Uno se siente lleno de haberlo conocido, de haber discutido con él muchas horas, de haber sentido su mano acariciadora y su dedo señalador.

No sé cómo decirlo, yo no puedo llorarle, yo lo que quiero es intentar acercarme a su gran lección de comportamiento humano, de compromiso con la Cultura. Hasta desde la discrepancia puntual, reafirmar mi admiración. Y se ha ido viendo que su Primer Acto está vivo y creciendo. Ese es el mejor homenaje que le han hecho su familia y colaboradores.


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