Expectativa versus realidad
Durante el fin de semana fuimos en familia a un prestigioso circo internacional de paso por nuestra ciudad. Hace mucho tiempo que yo deseaba ir pero esperaba la excusa perfecta de tener un hijo de 6 años como para acompañarlo a manera de regalo de cumpleaños. Yo era el niño con deseos de ir para recordar quizás cuando yo mismo era el niño de la mano de su madre quien entraba en la carpa gigantesca llena de fantasía, temeroso de los payasos pero ansioso de participar de la fantasía hecha realidad.
El esfuerzo por comprar las entradas no fue menor ya que hasta las ubicaciones más desmejoradas eran bastante caras y se debe añadir que en Chile tenemos de los precios a espectáculos más onerosos de América Latina.
Por supuesto la expectativa era alta ya que al tener tan buena reputación no podíamos esperar menos que quedar deslumbrados.
La re interpretación del circo con recursos técnico dramáticos de nivel superior debía ser increíble. Al menos eso se apreciaba en los múltiples reportajes y making off hechos por la televisión al espectáculo.
Estaba preparado para ser extasiado no solo por las luces, sino por la puesta en escena de números circenses clásicos, hilados por una trama dramática.
Muy entusiasmado le transmití a mi hijo una expectativa enorme sin decirle realmente adonde íbamos para agregarle un poco de dramatismo a la salida y por supuesto tener el mágico efecto sorpresa.
Para mi extrañeza el espectáculo comenzó puntualmente, sin retrasos de 20 minutos como es la usanza latinoamericana. Una hora de espectáculo circense, media hora de intermedio y una hora más de circo.
En la segunda parte mi hijo comienza a inquietarse hasta que me dice; «Papá, estoy aburrido».
Sacrílego.
¿Cómo podía osar aburrirse frente a lo que es considerado por muchos como el mejor circo del mundo?
¡Hereje!
Debo confesar que a pesar de todo el despliegue técnico profesional de indesmentible calidad, yo también bostecé un par de veces, claro que tapándome con ambas manos para no dejar en evidencia mi falta de cultura.
¿Qué pasó?
Típicos errores de adulto.
El primero fue no averiguar de antemano el tiempo de duración del espectáculo porque pretender que un niño tan pequeño se mantenga entretenido y con interés por más de una hora, fue un tanto utópico y hasta irresponsable de mi parte.
El segundo y más importante fue crearme y crearle a mi hijo, falsas expectativas.
Es imposible no crearse expectativas frente a una situación futura pero se tiene el riesgo de imaginar más de lo que se va a recibir.
Este fue el caso.
Yo imaginé un no sé qué, no sé cómo ni con qué pero extremadamente creativo, fabuloso, deslumbrante,… demasiado.
Es innegable el despliegue técnico y la capacidad tanto física como artística de los artistas circenses sobre la arena, que dicho sea de paso, era de madera pero algo me faltó. Más bien algo me sobró; expectativa.
Quizás la manera óptima de disfrutar de un espectáculo es llegar a este completamente en blanco, sin falsas expectativas que suelen ser mucho mayores de lo que se va a recibir.
Es mejor recibir sin esperar a priori el regalo artístico que se nos brinde ya que siempre, siempre, enriquecerá nuestra existencia.