Luis F. Jiménez dirige un Festival en Paris. No representa a ninguna institución, a ningún centro dramático, a ninguna corporación, «solo» es un teatrero emigrado. Por lo tanto no encontrareis en el Festival Don Quijote de Paris alfombra roja, presencia política alguna o acto inaugural con canapés.
No hay protocolo, ni palabras vacías, ni gestos huecos. Luis pone un video con momentos del festival y, como si estuviera en su casa, sale a presentar a la compañía, habla de lo que sabe y de lo que siente. Y comienza la obra.
No estamos en un teatro con terciopelo, ni columnas doradas, eso sí, es una sala bien equipada, cómoda para el trabajo. El Café de la Danza está en el centro de París. Tiene un equipo joven, y, en este caso, la juventud y el desenfado no es incompatible con la profesionalidad (son excelentes técnicos), ni el cariño con la seriedad en el trabajo. En el Café de la Danza no te enteras de quien es el jefe (quizá no lo haya), todo el equipo ayuda a descargar, y te ponen luego una cerveza o dan la entrada a la sala. Si la compañía fuma se fuma, si la compañía se va a comer se para el montaje. ¿Hasta qué hora?. Hasta que la compañía vuelve.
Todo huele a teatro, del de antes, del de la ilusión, sin naftalina. Sin la negra rutina de los burócratas. Es todo tan normal que nos parece extraordinario.
El festival Don Quijote es el «Ford Apache» del teatro español en Francia, no se engañen, salvo excepciones, en el país vecino nuestra escena no tiene ni el prestigio ni la demanda del alemán o el sueco. Hay que trabajarlo. No es fácil. Por eso este festival tiene el mérito que tiene, por eso repasando la lista de compañías de estos veinticinco años uno concluye: «son todas las que han estado, y han estado casi todas las que son». Teatro español de calidad, sin concesiones, y sin mirar la matrícula de las compañías. Sin prejuicios. Un ejemplo demoledor: Nuestro «Ligeros de equipaje» ha conseguido actuar antes en la capital de Francia que en la de España. Para hacérselo mirar.
Decía al principio que Luis presenta las compañías como si estuviera en el salón de su casa después de la función saca unas sillas y se habla con el público. Es una fiesta, un lujo. Después de 90 minutos de función se hace una hora de charla. No sé de dónde saca esos espectadores. No creo que haya hecho ningún master de «Creación de públicos» pero la sala está llena de público, del de verdad, del que paga 20 euros por sentarse a ver la función. (¿He dicho ya que la sala está llena?)
Hemos pasado por Paris un año después de la tragedia a pocos metros de donde paso todo. Hemos visto la ciudad tomada por la policía. La lluvia y el cielo gris. También estudiantes que preparan pastas para obsequiar a los actores en un encuentro previo a la obra, hijos de españoles que te abrazan emocionados después de la función y franceses que desean oír teatro en español.
¿Hay Instituto Cervantes en Paris? Pregunta existencial.
Si lo hubiera o hubiese, ¿cuándo se decidirá si deben ser algo más que academias de Español, cementerios de elefantes y lugares para recepciones de postín?
Mientras se lo piensan Luis F. Jiménez y «su» Don Quijote sigue en el centro de Paris, como buenos manchegos, luchando contra los molinos de la burocracia ministerial, contra la racanería de un país en disyuntiva histórica: ¿Dejamos morir la cultura de inanición o la fusilamos al amanecer?
A nosotros «siempre nos quedará Paris»
Al teatro español en Paris le queda el Don Quijote.
Debería cuidarse.
Jesús Arbués (Director artístico de Producciones Viridiana)